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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Francia y su memoria

Las revelaciones del general Paul Aussaresses, en la actualidad un apacible anciano de 83 años, sobre la práctica sistemática de la tortura y el crimen de Estado durante la guerra de Argelia (ejecuciones sumarias a veces camufladas como suicidios y masacres de civiles, entre otras atrocidades) han estremecido a los franceses. Muy pronto hubo pruebas de la guerra sucia llevada a cabo por el Ejército francés en los momentos álgidos de la batalla de Argelia, entre 1955 y 1957. Pero ningún testimonio ha sido tan contundente como el que acaba de ofrecer, entre fanfarrón y cínico, el general Aussaresses en la obra Servicios especiales. Argelia, 1955-1957.

Se trata de un actor de primera fila, del responsable de la acción directa del Ejército francés contra los insurgentes argelinos; es decir, del jefe, o uno de los jefes, de los torturadores y ejecutores que admite haber él mismo torturado y asesinado a conocidos dirigentes argelinos del momento. Y que alega haberlo hecho en nombre de Francia, como soldado disciplinado de la República, bajo las órdenes del Gobierno y con el visto bueno del entonces ministro de Justicia, François Mitterrand, de cuyo ascenso a la presidencia de la República acaban de cumplirse 20 años.

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Lo que cuenta Aussaresses es ya, en buena medida, historia; de ahí que su testimonio respecto de terceros deba ser comprobado y cotejado; pero historia reciente. Todavía queda memoria directa de aquellos hechos terribles y aún viven personas estrechamente vinculadas a ellos: verdugos (el propio Aussaresses) y víctimas (esposas e hijos de asesinados o desaparecidos en aquellos sucesos). La clase política francesa se ha sentido concernida, con matices, por el relato de Aussaresses y ha vuelto su mirada, aunque sea por un instante, a ese pasado nada glorioso. El presidente de la República, Jacques Chirac, él mismo joven oficial muy próximo a las tesis de la Argelia francesa en aquel conflicto, no ha esperado el veredicto de la historia. Ha hecho un gesto político de alto valor moral: condenar sin ambages aquellos crímenes sin tratar de justificarlos con el pretexto de que los argelinos también cometieron atrocidades.

Quedan las víctimas y la reparación a la que tienen derecho. Aussaresses no puede dejar de responder por lo que dice que hizo. Como ha ocurrido en Chile con Pinochet o en la propia Francia con Maurice Papon, un antiguo alto funcionario del régimen de Vichy implicado en la deportación de judíos franceses a los campos de exterminio nazis. La justicia francesa no puede rechazar sin más las demandas por 'crímenes contra la humanidad' que han desencadenado, tanto en Francia como en Argelia, las revelaciones de este torturador y asesino confeso.

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