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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Subidón de precios

No deja de ser chocante que 24 horas después de que el Banco Central Europeo (BCE) decidiera por fin rebajar los tipos de interés de la eurozona en una cuantía modesta, con el argumento principal de que tienden a amainar las tensiones inflacionistas, los indicadores de precios del mes de abril en varios países europeos hayan venido a desmentir, al menos de forma retrospectiva, tal diagnóstico. En términos armonizados, la inflación alemana ha subido cinco décimas, hasta una tasa anual del 3%; las de Italia y Holanda crecieron cuatro décimas, hasta colocarse en el 3% y el 5,3%, respectivamente, y Francia registró un alza de seis décimas, hasta el 2%. En España, el IPC de abril (0,5%) elevó la tasa anual hasta el 4%. No se puede decir que el BCE haya hecho gala de un gran sentido de la oportunidad y las críticas contra la institución arreciarán probablemente tras haber sido cogida a contrapié.

El hecho de que en abril se hayan registrado 'intensos impulsos inflacionistas' en toda Europa, por mencionar la expresión de José Folgado, secretario de Estado de Economía, no es un alivio para nadie. Europa ha conocido un súbito empeoramiento en abril, pero España lleva soportándolo casi dos años. Los precios de los servicios, el motor que alimenta la inflación española, casi no han cesado de subir desde mediados de 1999 (ahora están en el 4,8%), sin que los equipos económicos del Gobierno hayan sido capaces de diseñar medidas eficaces para frenar la escalada, salvo la invocación al sector turístico para que baje los precios. Con tan pobre bagaje político no es de extrañar que la inflación subyacente, que anticipa la inflación estructural, siga creciendo (ya está en el 3,4% interanual) y provoque inquietud en las empresas y en los consumidores.

Los tiempos no están para bromas, pero el Gobierno parece instalado en la inacción, como en otras muchas parcelas de la política económica, escudado en el argumento, fácil e insuficiente, de que el único instrumento efectivo para ajustar los precios es la política monetaria, que desde enero de 1999 es responsabilidad del Banco Central Europeo. El diferencial de inflación con Europa está empezando a pasar una factura muy cara al sector industrial en forma de productos y costes menos competitivos y la pérdida de mercados dentro y fuera de España. Ya no basta con invocaciones altisonantes a la 'responsabilidad de los agentes económicos' y lamentaciones de rueda de prensa; hay que reclamar coherencia en la política económica.

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