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Columna
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Marcos

Rosa Montero

Lo que más me fastidia del subcomandante Marcos es justamente eso, que se considere a sí mismo subcomandante, un título que nos remite a una retórica seudo-subversiva obsoleta y dañina. Tampoco me gusta la parafernalia de los pasamontañas, ni el culto a la personalidad que subyace en el marquismo. Dicho lo cual, supongo que ya habré sido catalogada como reaccionaria por esos individuos que de repente parecen haber visto en Marcos algo así como la Virgen de Fátima de la izquierda, la nueva verdad revelada que va a devolver una pureza prístina a la baqueteada utopía revolucionaria. Ya lo decía el otro día en EL PAÍS un intelectual progresista mexicano: los europeos han descubierto en Marcos un nuevo ideal romántico y primitivista con el que jugar, el exotismo de los indios, la comodidad de apoyar una revolución que tiene lugar convenientemente lejos de tu casa.

Claro que, por otro lado, no cabe la menor duda de que el levantamiento pacífico de los indígenas mexicanos es una de las noticias más conmovedoras y asombrosas de los últimos tiempos. Esos indios a los que nunca ha hecho nadie el menor caso, seres marginados, sometidos y sepultados desde hace siglos por el más desdeñoso de los silencios, llevan ahora semanas ocupando la primera página de todos los periódicos del mundo. Eso ya es en sí un hecho revolucionario. A decir verdad, casi es un milagro. Y sin duda Marcos ha contribuido a que sucediera.

El subcomandante provoca reacciones extremas en la opinión pública: o es un Dios o es un ser siniestro. Yo más bien me quedo en la mitad, ni una cosa ni otra. Para mí, Marcos es ese maestrillo que ha salido en las fotos, un tipo muy común con camisa de cuadros y tripita vergonzante de flaco en mala forma. Un hombre vulgar que estuvo en el lugar adecuado y en el momento adecuado, y que catalizó la necesidad, la urgencia, la tragedia inequívoca de los pueblos indígenas. Sin duda su causa es más grande que él; pero se diría que él, hasta ahora, ha sido útil. Es probable que la subcomandancia acabe por achicharrarle la cabeza algún día y que Marcos se convierta en un miserable. Pero eso no restaría ni un ápice de veracidad a las dramáticas quejas de los indios.

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