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Columna
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La pelota

Los jefes de Europa se han reunido en Estocolmo con un paisaje de fondo lleno de cañonazos y pelotas de fútbol. A juzgar por el talante exhibido, nuestros mandatarios se sentían más a gusto con las pelotas de fútbol que con los cañonazos y Schröder incluso demostró que controla bien el balón y que si algún día abandona la política o la política le abandona a él, podrá ganarse la vida como exhibicionista de toque de balón. En las Ramblas de Barcelona los hay, a la vez excelentes y patéticos.

Mientras los grandes jefes discutían en Estocolmo, Europa jugaba su campeonato de fútbol de selecciones nacionales y en Macedonia reestallaban las guerras posyugoslavas en una confusa situación de descontrol controlado, aunque nadie sabe muy bien por quién. Se sospecha que el mando norteamericano en Kosovo ha dejado hacer a la guerrilla kosovar-albanesa, para pasmo y desconcierto de los mandos europeos, sufrientes de angustia metafísica ante la dificultad de ser a la vez mando y europeo. Como tratando de reasomar cabeza entre tanto mando hemos podido ver otra vez al invicto Javier Solana entre cuyos cometidos figuraba crear una fuerza disuasoria europea capaz no sólo de frenar la expansión del islam o de los tártaros, sino de restar o equilibrar a los norteamericanos su prepotencia militar entre nosotros. Empeño inútil a fe mía y en todo reñido con la racionalidad estratégica que hereda el siglo XXI. Al contrario, mejor nos iría si los europeos abandonáramos toda falsa o mala conciencia de autogestión militar y la cediéramos de una vez por todas a los USA, como arrendatarios de nuestros servicios de seguridad durante cincuenta o sesenta años.

Opongamos a las imágenes de esa guerra empecinada, fronteriza, de momento algo aldeana, de Macedonia, las rutilantes estampas de nuestros muchachos marcando goles por doquier, esta vez sin el auxilio de solomillos de vacas previsiblemente locas y con la asistencia entusiasmada de la sonrisa de Javier Solana. El gesto de Schröder de escoger un balón de fútbol y controlarlo con la punta del pie o con el tacón es una decisión a la vez sabia, sublime, pedagógica.

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