La arquitectura entendida como el trabajo bien hecho
En la hipotética propuesta de un viaje aéreo por el Gran Bilbao y sus alrededores en busca de la obra de Eugenio de Aguinaga Azqueta (Mondragón, 1910), el interesado encontrará la huella de este arquitecto en forma de hitos imprescindibles en el paisaje urbano de la metrópoli bilbaína. Reconocido recientemente con el segundo Premio Munibe de Arquitectura, el galardón del Gobierno vasco llega en esta ocasión a un 'arquitecto de oficio', como él mismo se ha definido tantas veces, que ha dejado una obra que destaca por la sencillez, la calidad constructiva y la resolución de todos los trabajos desde la honestidad profesional.
Ese paseo aéreo podría comenzar en el poblado de Firestone, en esa tierra de nadie que se extiende entre Galdakao, Basauri y Etxebarri, que construyó en 1951. Se trata de una serie de viviendas construidas para los trabajadores de esa empresa, que se encuadran a la perfección en el entorno donde fueron levantadas hace medio siglo.
El recorrido se acerca entonces hasta las afueras de Bilbao, en las laderas de Artxanda, donde en 1945 el joven Eugenio de Aguinaga se estrenó como arquitecto de la Diputación vizcaína con el sanatorio antituberculosis de Santa Marina. 'En aquel tiempo, cuando mi currículo se limitaba a un chalet en San Sebastián, aquello fue todo un reto', recordaba ayer a EL PAÍS Eugenio de Aguinaga, quien contó con el respaldo del veterano Ricardo Bastida.
En aquel entonces, los sanatorios públicos estaban más cerca de los barracones militares que de los modernos hospitales de hoy. Aguinaga optó por una solución digna que obtuvo un éxito reconocido todavía hoy. Ésa sería su primera y última gran obra pública. El joven arquitecto criado en San Sebastián, formado en Madrid y ya residente en Getxo, pasó pronto a trabajar por su cuenta, con especial dedicación a la vivienda.
Este paseo por su obra (más geográfico que cronológico) llega a algunos de sus trabajos más queridos, todos ellos edificios de viviendas en el centro de Bilbao. Ahí cabe destacar la casa de la plaza de San José, junto a los Agustinos; la que diseñó en la Gran Vía, entre el parque de Doña Casilda y la desembocadura de Gregorio de la Revilla; las torres de Zabálburu, o las torres de Etxezuri en la avenida de Sabino Arana.
Eugenio de Aguinaga rememora este diseño como una de sus obras más queridas: 'Es una construcción muy sencilla, con un solo tipo de vivienda para los tres edificios que ocupan toda una manzana. Para el profano quizás esto pase desapercibido, pero técnicamente es una solución muy complicada'.
Aunque el arquitecto guipuzcoano dejó huellas señaladas como las citadas en la villa bilbaína, el grueso de su obra se encuentra en el municipio de Getxo, donde realizó notorios trabajos de encargo, como las viviendas conocidas como Cisco II, a la orilla del muelle de Las Arenas. Aquí tomó el testigo de Manuel María Smith y cambió su pasión por el racionalismo por el diseño de clara influencia inglesa que exigían quienes le encargaban las obras.
Pero también en esta ocasión Aguinaga aportó su sello personal. Así lo resalta Iñigo de Viar en el libro que hace unos años le dedicó el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro. 'Las plantas se articulan de una manera moderna, con gran habilidad y virtuosismo. También la calidad constructiva, el sabio detalle en cada caso, constituyen una lección permanente. Todo ello más allá del estilo o las convenciones adoptadas en cada caso, que nunca será un problema para Aguinaga, capaz de adaptarse fácilmente a cualquier situación'.
Y ya más allá de Neguri, donde su huella es notoria, queda la obra predilecta del galardonado este año con el Premio Munibe: el Club de Golf de La Galea, realizado en 1963, en el momento de mayor fecundidad creativa de Aguinaga.
Frank Lloyd Wright
Para entonces, el arquitecto guipuzcoano ya había viajado a Estados Unidos, donde se entrevistó con su admirado Frank Lloyd Wright en la famosa Casa de la Cascada. Con aquel encuentro, Aguinaga se confirmó en muchas de las intuiciones que se habían puesto de manifiesto de una manera u otra en sus obras. El Golf de la Galea es un auténtico ejercicio de estilo, en el que interpreta de manera muy personal la arquitectura orgánica.
'En principio, el encargo contaba con una dificultad que no se puede pasar por alto: la ausencia de referencias de clubes de golf en el País Vasco. Conocía los de Madrid y el sur de España, pero esas zonas son de un clima y un paisaje muy diferentes. Así que llevé mi mirada al norte de Europa, sobre todo a Gran Bretaña', comentaba ayer con detalle.
El resultado, como señala Iñigo de Viar en el libro citado, es una edificación que inyecta al estilo inglés su inspiración racionalista. 'La principal virtud de este proyecto es precisamente su organicismo; su adecuación al paisaje y al terreno', señala Viar, quien establece en la gran cubierta el éxito de la construcción, ya que 'continuamente recuerda al refugio y al confort que espera tras el partido de golf'.
El paseo a vista de pájaro por las construcciones de Aguinaga no puede dejar de lado la personalidad del galardonado, cuya trayectoria como 'arquitecto de oficio' destaca por su excelente trato con los gremios, su escaso afán de notoriedad y su dedicación apasionada a la arquitectura que mantuvo también en las colaboraciones con distintas revistas.
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