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Un negocio decapitado

La incineración de las reses tras la lidia puede acabar con el trabajo de los taxidermistas que se dedican a las cabezas de toros

Carmen Morán Breña

Cuando un torero remata con elegancia y buen hacer una faena de libro, el respetable pide las orejas. Si la corrida ha sido más que buena, el presidente otorgará el rabo. Pero cuando toro y matador interpretan una perfecta coreografía en la arena es casi seguro que esa tarde no acabe ahí, sino un año después en el taller del taxidermista, que habrá compuesto la cabeza del morlaco para entregarla sin orejas a quien derrochó arte contra nobleza. La actual estrategia de incinerar a las reses bravas cuando la feria echa el telón puede dar al traste, al menos por esta temporada, con la cosecha de los taxidermistas dedicados al ganado bravo, un oficio que suma artesanía y tradición familiar en la mayoría de los talleres.

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En España hay alrededor de 300 casas dedicadas a la taxidermia y cerca de un 10% de ellas se dedica casi exclusivamente a las cabezas de toros. En total, unas 120 familias podrían verse afectadas por el brote crematorio que vive la fiesta, según los datos de Antas, la asociación nacional de taxidermistas.

Las dificultades para estos artesanos comenzaron en la feria de otoño del año pasado porque en octubre ya se habían especificado los materiales de riesgo de los bovinos para atajar la enfermedad de las vacas locas: masa encefálica, ojos, amígdalas... Todo esto está en la cabeza y los disecadores acostumbraban a llevársela entera al taller para manipularla y reconstruirla. Necesitan el cráneo para que haga las veces de maniquí al que ir vistiendo, así que se comprometieron a extraer el material peligroso y llevarlo en bidones a la incineradora de León. Así salvó la feria de otoño uno de los taxidermistas que trabaja en Las Ventas, Justo Martín. Pagó el transporte y los costes del horno.

Pero las cosas se pusieron feas. Marisa Ochoa se encontró con problemas en la plaza de Zaragoza y tuvo que conformarse, previo permiso de veterinarios y de la Administración, con llevarse a su taller de Bilbao la piel y los cuernos del toro. Sólo con eso pueden hacer una faena de aliño pero, a lo peor, se queda también sin eso.

Las primeras reses lidiadas este año han acabado en las llamas, desde la punta del pitón hasta el rabo. Si la decisión oficial opta por esa solución temporal, como han pedido ganaderos y empresarios taurinos, los taxidermistas tendrán que pedir a la Administración que declare catastrófica la cosecha porque no dispondrán de una sola cabeza. Hasta las orejas se incineran después de pasearlas por el ruedo.

'El problema no es todavía acuciante porque trabajamos con stock y aún tenemos tarea y cabezas para vender', señala Justo Martín. Pero si no recogen este año...

Los clientes de estos talleres son toreros, empresarios, banderilleros y bares y restaurantes que usan las cabezas como decoración.

En Córdoba, Antonio de la Rosa continúa con el negocio que inició Rafael Alabanda y que da nombre y fama a la casa. Hay una cabeza allí que no se vende: la toreó el Yiyo y la embalsamó el propio Alabanda. El torero le cortó dos orejas al bravo de Viti Garzón. No tiene precio.

El resto de las cabezas sí. Salen al público por unas 150.000, 200.000 pesetas. Esa cifra incluye los costes por la compra de la cabeza, entre 30.000 y 50.000 pesetas; lo que se paga al curtidor de la piel, al que hace la tabla de madera donde se coloca la testuz, al que confecciona las placas con la leyenda, los ojos de cristal que suelen traerse de Alemania, los cordones de la divisa... Toda una cadena de pequeñas empresas que puede verse resentida.

Antonio Sánchez Guijarro comparte el negocio de la plaza de Las Ventas con Justo Martín: 'Tendré que cerrar porque el 90% de mi negocio es el toro y hay que pagar impuestos. Necesitamos una solución ya'. Pide a la Administración que sea flexible con las normas, que les dejen llevar la cabeza al taller: 'Somos profesionales, sabemos tratar las vísceras infectadas, es como el médico que cura enfermos contagiosos'.

¿No tienen miedo del contagio? No mucho, dicen, pero, en cualquier caso, piden que se les haga el test a los toros y que les den los sanos. 'Si los ganaderos están tan seguros de que sus toros no han sido alimentados con piensos malos pues que les hagan el test', les reta Justo Martín. Asegura que están dispuestos a pagar la prueba priónica porque siempre les queda la posibilidad de imputarle el precio al cliente.

Estos talleres consultados dicen disecar cerca de un centenar de cabezas al año. Si se cierra el grifo se decapitará el negocio y con él una antigua tradición.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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