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Columna
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Monseñor

Monseñor Uriarte. Metidos como estamos en la vorágine cotidiana, no siempre reparamos en lo que ocurre en el seno de su comunidad. Debe ser vanidad laica, distancia generacional o simple pereza intelectual. También tronamos, a veces -pero nunca con excesivo ardor-, contra la moral cristiana, sus maneras taimadas, sus pretensiones de poder social. Prevalece la distancia.

Y voy a serle leal: ese juego de ambigüedad que han mantenido ante el espanto no ha ayudado a que nos interesáramos por el mundo que la alimentaba. He visto orar a un sacerdote por 'la paz de este pueblo' cuando faltaban dos horas para que expirara el plazo de ejecución de Miguel Ángel Blanco. Ni una sola palabra a favor de la vida del chico. Y pasaba por ser un santo varón, uno de tantos buenos sacerdotes que repetían, con variaciones, esas escenas. Otro decía que Cristo también fue 'preso político'. Todo esto me escandaliza.

Sin embargo (a pesar de que reciba alguna crítica), ha hecho usted algo muy apreciable para todos nosotros: ha dado un giro y ha puesto a toda su comunidad alerta contra la imposición criminal. Cuando sobre la Iglesia comenzaba a pesar una fundada acusación de inhibición ante el sufrimiento humano producido por ETA, ha emitido usted una carta pastoral de tono nuevo (ya escribió aquella carta en la prensa), más cercano, entiendo, al espíritu profético que buscan encarnar; y desde luego, más acorde con la ética humanista de muchos de nosotros. Y, señaladamente, ha concentrado usted (y los otros obispos) por primera vez a su gente en Armentia por el fin de los asesinatos. 'No se puede invocar la paz y despreciar la vida', se leyó en nombre del Papa. Y esa impresión de rectificación viene reforzada por la carta de perdón de los sacerdotes vizcaínos.

Salvando las distancias, monseñor, me recuerda la carta pastoral leída en las iglesias católicas de Alemania el 7 de julio de 1941 (tarde, pero al fin el poder nazi fue contestado) en el que se proclamaba que no era lícito matar. ¿Acaso no es éste el abecé de todo código moral? Pues fue necesario proclamarlo. Aquello le costó persecución a la Iglesia. En 1941 hubo que proclamarlo frente al Estado. Ahora hay que hacerlo frente a un totalitarismo paraestatal (uno de los elementos que nos desconciertan); un Estado totalitario en la clandestinidad.

Y llevado por esa empatía de la que le hablaba, me he detenido a leer su carta de este Adviento (Renovarse y pacificar) y otra emitida por su predecesor el Adviento de 1998 (Caminemos juntos hacia la pacificación). No está en mi ánimo aprovechar la ocasión para reprochar nada a monseñor Setién, simplemente deseo resaltar la existencia de un cambio profundo en la apreciación de las cosas (porque sé que muchos sacerdotes aseguran en los púlpitos que ambas son idénticas). En Renovarse llama usted a la misericordia con los que sufren y los señala: familiares de las víctimas de ETA, concejales, periodistas, Fuerzas de Seguridad, víctimas de la violencia callejera, familiares de presos alejados. Y proclama algo sustantivo: 'un sí rotundo a la defensa de la vida y un no radical y total a los asesinatos que ETA comete'. En Caminemos no hay ni lo uno ni lo otro. Por contra, los derechos de las personas son 'los derechos de los presos'; duda de la 'idoneidad de normas jurídicas existentes'; subraya el 'contenido político' del problema que debe eliminarse para una 'paz auténtica'; se atreve a decir que 'el llamado 'juego democrático' (...) puede no asegurar (...) las exigencias del bien común y de la paz'; y deja la sospecha sobre los periodistas de que pueden alentar odios 'útiles a los propios intereses económicos, políticos o de otra naturaleza', cuando les estaban matando. La paja en el ojo ajeno... En fin, y otras cosas así.

Hay ideas expresadas en su carta que no comparto; cuestiones sustantivas como su valoración del término 'diálogo'. Pero le remito a la columna de Eduardo Uriarte publicada aquí mismo. Tampoco emplea con propiedad, creo, la categoría de 'nuestro pueblo': ¿el católico? ¿el vasco? Mejor referirse a los hombres.

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En todo caso, monseñor Uriarte, permítame celebrar este giro suyo y el de toda la comunidad a la que usted representa.

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