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La fiesta de los espías

Un disco, una exposición y varias entrevistas reivindican el papel del KGB en el Día del Chequista

Con uno de los suyos en el Kremlin, los espías rusos celebraron ayer, con más fanfarria que nunca desde los tiempos de Yuri Andrópov, el Día de los Órganos de Seguridad, que conmemora la fundación, el 20 de diciembre de 1917, de la Comisión Extraordinaria para Combatir la Contrarrevolución, el Sabotaje y la Especulación. En corto, la Cheka, que más tarde se llamó OGPU, NKVD y KGB.Mientras la URSS saltaba en pedazos, el KGB se partió en cuatro. Los más sustanciosos son el SVR (espionaje exterior) y el FSB (seguridad interna). El ex primer ministro Yevgueni Primakov dirigió el primero. Vladímir Putin, el segundo hasta que Borís Yeltsin le catapultó al Gobierno y a la presidencia.

La fiesta está marcada por una exposición de fotografías y documentos de agentes y casos clave, una recepción en el Kremlin, la entrega de premios y condecoraciones y la edición de un disco titulado Su difícil trabajo se llama espionaje.

La grabación es una edición especial "sólo para agentes", futura joya de coleccionistas que recoge temas compuestos e interpretados por espías, pero también por artistas consagrados como Iosif Kobzon (el Frank Sinatra ruso), que canta cosas como ésta: "He visto muchos países con un rifle en la mano, pero nunca hubo una tristeza mayor que vivir lejos de ti", donde "ti" es Rusia. No faltan otros títulos curiosos como: Completando la tarea; El lema del espía; Profesión, espía; Espionaje, patria y honor y Aquí llega tu amigo de una misión secreta.

En tiempos soviéticos, el de ayer se conocía como Día del Chequista, y no se hablaba de que, además de defender a la URSS de la amenaza exterior, los órganos perseguían, torturaban y / o asesinaban a millones de personas, incluidos comunistas que se ganaron la inquina de Stalin.

Con la nueva Rusia, muchos agentes aprovecharon su experiencia y sus conexiones para hacer buenos negocios, sobre todo con empresas privadas de seguridad. El propio Putin, que llegó a teniente coronel tras 16 años de servicios, fue vicealcalde de su San Petersburgo natal, de donde saltó a la gran política de Moscú. Nunca renegó de su paso por el KGB. Al contrario, aún lo considera timbre de gloria. Y al llegar al Kremlin, colocó a varios ex camaradas en puestos clave.

Los hombres de los servicios de seguridad están hartos de que se les pinte como los malos de la película. Por eso, en el 83º aniversario de la fundación de la Cheka por Félix de Hierro (el nombre de guerra de Dzerzhinski), y con permiso de Putin, sus jefes han salido a la palestra. El director del FSB, Nikolái Pátrushev, asegura en Komsomólskaya Pravda que los órganos deben estar orgullosos de su contribución positiva a la sangrienta historia soviética, independientemente de lo "amarga y trágica" que ésta fuese.

Según él, pese al fin de la guerra fría, los espías extranjeros siguen actuando en Rusia. La condena del norteamericano Edward Pope por comprar los planos de un nuevo torpedo es la enésima prueba de que los órganos aún son útiles. Hasta ahora, dice Pátrushev, los "espías-empresarios" podían adquirir por cuatro chavos tecnología fruto del esfuerzo de miles de personas, pero "eso se acabó".

Por su parte, Serguéi Lébedev, jefe del espionaje exterior (SVR), dio en Izvestia la nota positiva al destacar que se trabaja con Occidente para combatir enemigos comunes como el narcotráfico, el terrorismo y la proliferación de la tecnología nuclear. Lébedev describió así al espía perfecto: "Un agente en quien se pueda confiar, noble, fiel a su patria y a sus compañeros". Una labor dura, no apta para las mujeres, a las que se excluye del trabajo operativo.

No todo el mundo ve a los herederos del KGB bajo este amable prisma. Políticos liberales y organizaciones defensoras de los derechos humanos creen que, con Putin hay una irrefrenable tendencia a utilizar los órganos para combatir a los enemigos del Kremlin. El sociólogo Borís Kagarlitski se lamenta de que no exista una estructura democrática capaz de controlar a la policía secreta. El ex teniente coronel del KGB Konstantín Preobrazhenski asegura, por su parte, que "el miedo ha vuelto a Rusia".

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