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Tribuna
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Fado

José Luis Ferris

Carlos Cano ha muerto. Habrá que avisar a algunas flores, las del Sur sobre todo. Es un deber personal, entiéndalo. Carlos Cano se ha muerto de verdad y eso es algo que me compete no sabe usted hasta qué punto. Porque con qué cara le cuento yo a esa niña de doce años, la misma a la que le enseñé desde muy pequeña a canturrear conmigo La alacena de las monjas o María la portuguesa, que Carlos Cano, el dueño de esa voz que sonaba en estéreo en mi Rover 600 cuando nos íbamos a cualquier parte, se ha muerto para siempre. Que sí, Marina, que se ha muerto de verdad, justo en el momento en que iba a salir de la UCI. Tan dicharachero él. Reconciliándose de nuevo con ese corazón que se empeñaba en complicarle un poco más la vida. El corazón, ya sabes. Quién lo iba a decir. No sé cómo explicarlo. De repente dice que ya basta y se detiene sin ninguna explicación. Y eso no hay médico que lo vaticine. Son caprichos o misterios biológicos que se escapan de la ciencia. Tendrás que entenderlo. Tú lo sabes, tú sabes hasta qué punto me ha dolido. Si hubiera sido otro, no sé. Pero Carlos Cano, la verdad, me deja por los suelos. Y si lo miras bien, nadie está a salvo de nada. De momento ocurre. La aorta se rompe y no hay dios que evite la catástrofe. Cualquiera está expuesto a ese capricho.Ya lo sé. A mí eso de la copla me venía algo grande, desfasado incluso. Me sonaba a posguerra y a patio de vecinos, a marujona tendiendo la colada con tonadilla de la Piquer. Pero luego me llega el Carlos Cano y me la sirve de ese modo, tan hecha a mi medida, con la gravedad de su voz, como diciendo que nadie se salva del asombro. Y yo, idiota de mí, voy y le creo. Y me apunto a la agonía, que ya es decir, y me aprendo sus letras y su música, y me hago su prosélito en el salón de casa, conduciendo incluso, a golpes de esa nostalgia ajena que me contagia el puñetero. Y encima lo divulgo. Para que se muera ahora y me deje así, tan ridículo ante todo. Pensando que su corazón y el mío tienen su propia memoria y cualquier día, en el momento exacto, extenderá sus leyes. Así, como quien no quiere la cosa. Lo mismo que un disparo. Sin avisar siquiera.

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