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"Los españoles secuestrados no están en el desfiladero de Pankisi"

Los refugiados chechenos de las cumbres de Georgia se proclaman víctimas, y no verdugos

Cuatro días de búsqueda

Puede que el desfiladero de Pankisi, en el norte de Georgia fronterizo con Chechenia, sea como dicen los rusos y muchos habitantes del distrito vecino de Ajmeta: un nido de bandidos y terroristas que se dedican al robo, el narcotráfico y la industria del secuestro. Ayer, sin embargo, los pueblos y aldeas de este remoto rincón de las estribaciones de la cordillera del Cáucaso se mostraban tan apacibles como los del resto de la región de Kajetia (la bodega de Georgia), situada al otro lado de los bloqueos de carreteras que les aíslan desde hace una semana del resto del país. Los tradicionales habitantes kistos de la zona (étnicamente chechenos) y los refugiados llegados de la vecina república independentista rusa se confiesan víctimas, y no verdugos, y aseguran con rotundidad: "Los españoles secuestrados no están aquí".Los chóferes se niegan a pasar más allá del último bloqueo, a la salida de Ajmeta, donde empieza la tierra de nadie. Las autoridades georgianas y españolas desaconsejan penetrar en Pankisi, donde, según aseguró ayer el portavoz ruso Serguéi Yastrzhembski, campan por sus respetos unos 2.000 boievikí, incluyendo mercenarios árabes y turcos y el señor de la guerra Ruslán Gueláyev. Hay que penetrar en la boca del lobo en coches sin distintivos de la policía georgiana, sin protección armada, pero, eso sí, con un acompañante de excepción: Vazhá Mesjishvili, vicejefe de la policía de Kajetia. Todo un veterano que se mueve por Pankisi con una frecuencia que casi es rutina. En su opinión, ayer era un buen día para entrar en el desfiladero, aunque no podía ofrecer garantías de que no hubiese problemas. "Y de haberlos", añadía, "no nos bastaría para hacerles frente ni uno, ni 10, ni 100 hombres armados".

Pero ayer no había ni rastro de esa amenaza en Pankisi, un hermoso paraje, más un valle que un desfiladero, bordeado de colinas boscosas y que deja ver al fondo las cumbres nevadas del Cáucaso. Al otro lado está Chechenia. Un acuartelamiento de la policía con 16 agentes, situado a la entrada de Duisi, centro administrativo de la zona, es la única manifestación de la autoridad del Gobierno de Tbilisi.

Duisi, dice Yastrzhembski, es la capital de los bandidos chechenos de Georgia. De ser cierto, ayer se debieron esconder en los sótanos o en las colinas próximas, porque lo único que podía verse allí eran campesinos kistos y refugiados chechenos, cada uno de ellos cargado con una penosa historia que parecía salida de la pluma del mismo guionista: bombardeos de sus pueblos, pesadilla de armas químicas, destrucción de viviendas, huida con lo puesto por las montañas en pleno invierno, la vida de algún ser querido que se perdió por las guerras, traslado por la ONU hasta Pankisi, supervivencia precaria y ausencia de toda esperanza. Varios de ellos hablan de un tal Derek, funcionario de la ONU, que les decía que hablasen con los pilotos de los helicópteros cuando pedían que dejasen subir a los hombres a los aparatos. Para lograrlo debían pagar al menos 200 dólares (unas 38.000 pesetas). Eso sí, se cumplía con bastante rigor la vieja máxima de que "las mujeres y los niños, primero".

La ayuda humanitaria llega con cuentagotas (64 camiones, dicen, en el último año) y es desesperantemente monótona. Para conseguir un poco de carne hay que vender o canjear parte de ella en los mercados. "Para conseguir un par de kilos de carne", asegura, por ejemplo, Iaja Bajarchiyeva (31 años, llegada desde Grozni hace un año), "tenemos que entregar medio saco de harina". Hay quien dice que alguna vez en esos sacos figuraba la inscripción "producto de España", aunque esa ayuda humanitaria, de la Media Luna Roja y la Cruz Roja, procedía, al parecer, de Turquía.

Es en esta franja de tierra donde, según las autoridades georgianas, viven los peores momentos de su vida los empresarios españoles José Antonio Tremiño y Francisco Rodríguez, secuestrados cerca de Tbilisi en la madrugada del 30 de noviembre. Los patriarcas chechenos aseguraban ayer que llevan cuatro días buscándoles, de día y de noche, en pueblos, bosques y montañas. Hasta ahora, sin resultado. Y nadie sabe nada de ellos, algo que encuentran insólito en una sociedad casi tribal, donde todo el mundo se conoce y los clanes familiares conservan una autoridad indiscutible, aunque mucho menor que antes de las dos guerras ruso-chechenas.La conclusión generalizada en Pankisi -que choca con lo que dicen policías, militares y fiscales georgianos- es que los españoles no están en el valle. "¿Cómo iban a traerlos a Pankisi desde Tbilisi?", se pregunta el kisto Alexi Kavtarashvili, de 32 años. "¿Acaso no hay controles en las carreteras? ¿De dónde podíamos nosotros obtener información sobre los planes de vuelo de los españoles?". En su opinión, sería mejor buscar a los secuestradores entre los servicios secretos rusos, interesados en desestabilizar Georgia. "Estos días, sólo se dicen mentiras sobre nosotros. También a ustedes les aseguraron que aquí corrían peligro", añade, "y ya ve que no es así. Nadie les va a tocar un dedo. Para nosotros, los huéspedes son sagrados".Abusol Abubakarov, de 42 años, huyó de Grozni en octubre de 1999. Su familia está en Almaty, la antigua capital de Kazajistán. "No me atreví a llevarles por los senderos de la montaña", explica. Es representante de los refugiados chechenos y se brinda a garantizar con su presencia la seguridad del recorrido por Pankisi. Llega un momento en que, harto de tantas preguntas sobre si hay hombres armados en el desfiladero, desconfía, pide la tarjeta del enviado de EL PAÍS y, al ver que se trata de un corresponsal en Moscú, amenaza: "Si no cuenta usted la verdad, le denunciaré ante el Tribunal de La Haya". Abrumado por la reacción que provocan sus palabras, pide perdón. "Estamos tan cercados por el odio y la mentira", señala, "que vemos oscuridad incluso cuando hace un sol radiante".

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