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Descreídos

Según parece, algunos médicos tienen prisa. Su mala letra causa 1.500 muertes en EEUU. En este planeta errabundo, en este bundo, como diría un acatarrado rizando el rizo de la rima nasal, las prisas causan muchas muertes, pero también la pachorra es asesina. Una de las causas de la pachorra es, sin duda alguna, más que la falta de interés, el interés excesivo, lo que se da en llamar de una forma genérica, los pingües intereses. Seamos, por una vez, malpensados. ¿Qué ocurriría si, dados los enormes avances que suponen los estudios acerca del genoma humano, nos quedásemos sin enfermedades? Pues que las empresas farmacéuticas -que producen los actuales fármacos- entrarían en crisis, por no decir que muchas se irían pronto a la porra. Por eso es conveniente aconsejarles a los que estudian el genoma humano que vayan despacito, hombre, no vaya a ser que nos quedemos sin catarro. El que va piano, va lontano, que se suele decir, así que ya podemos aprender a tocar el piano, haciendo escalas con mucha calma, mientras pretendemos esa inmortalidad tan física -pero tal vez menos química- que nos prometen optimistamente los diarios en los titulares de la sección científica.Los países del Tercer Mundo están que no se lo creen. ¿Habrá llegado ya la noticia de nuestra relativa eternidad -qué curiosidad de estilo- a aquellos que no saben leer? ¿Se habrán enterado de todo los seres humanos en cuyos cuerpos la ciencia occidental experimenta las nuevas vacunas? Hace poco, una viajera me aseguró lo siguiente: una mujer africana le había comentado que por su cuerpo corría un anticonceptivo -administrado por vía intravenosa- que, según le habían comunicado los médicos, duraba tres meses. La viajera se quedó perpleja: ¿cómo es que esta maravilla no ha llegado aún a los países civilizados?, se preguntó. No le hizo falta discurrir mucho para conjeturar -¿cierto o falso?- que en el Hemisferio Norte somos tan prudentemente civilizados que no nos arriesgamos a jugarnos el pellejo probando los nuevos medicamentos como cobayas. Preferimos, según algunos indicios, que los prueben los negros africanos, que para eso están más enfermos que nosotros.

Mucho se rumorea últimamente acerca de la medicina, ciencia que, por razones ajenas a nuestra autoridad, muchas veces no cura. Los descreídos -que muchas veces son los más creyentes- prestan todavía oídos al rumor, a pesar de haber sido desmentido, de que el virus del sida fue el resultado de una vacuna de la polio experimentada por norteamericanos en el continente etimológico llamado Tercer Mundo, tomando África como representante más destacado. Corre incluso el runrún, la abominable sospecha, de que la vacuna del sida está ya descubierta, pero que hay tantos intereses creados por la industria farmacéutica que el remedio, por el momento, no interesa. ¿Vale más la enfermedad?

Si todo ello lo trasladamos a la estratosfera de un planeta enfermo, valga la metáfora comparativa, lo mismo que se desconfía de las medicinas humanas, se recela también de las medicinas energéticas planetarias: hay que esperar a que se acaben los pozos de petróleo para empezar a sacar a la luz -nunca mejor dicho- otras patentes, otros tipos de energía. Una fuerza más limpia, lo que se dice la propia e intrínseca energía del planeta. Mientras tanto, los medios hablan de que la Tierra se recalienta, y parece ser que -a pesar de las catástrofes que asolan el mundo, y que nosotros contemplamos cómodamente sentados ante el televisor- las grandes potencias se encogen de hombros. Nosotros, que no estamos elevados a ninguna potencia aparente, sino al rango, frecuentemente servil, de seres humanos, deberíamos tratar de leer la letra pequeña para no sentirnos estafados. Por lógica deductiva, llaneza que la llaman algunos, si la Tierra se recalentase demasiado, muchas de las enfermedades que brotan y se propagan en el Tercer Mundo -véase en países más cálidos- a causa de insectos y demás monstruos diminutos que sólo viven en dichas zonas, se extenderían al prepotente mundo rico que es, por acuerdo tácito, el más civilizado. Si apretase el calor, no obstante, todos seríamos africanos y volveríamos a nuestro oscuro origen. Oscuro porque nos falla la memoria, y no recordamos cuál fue la cuna de la humanidad.

Entre tanto, aguantemos el catarro sin prisas, tirando de pañuelo, esperando que vengan días mejores.

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