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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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La avenida de Rita Barberà ORIOL BOHIGAS

Un sector de ciudadanos de Valencia ha abierto una agria discusión urbanística. La alcaldesa se propone prolongar hasta las playas la avenida de Blasco Ibáñez a través del barrio del Cabanyal, con lo cual una fuerte densidad de nuevas construcciones se asentaría en una gran área de demoliciones, precisamente donde ahora sobrevive el centro más significativo de un barrio que había sido un poblado autónomo y que ahora -superando problemas y mutilaciones- conserva un carácter y una identidad confortable en el borde marítimo de Valencia. Una ciudad que parece rendirse a aquella no identidad de todas las ciudades de mercado próspero, amenazada además por propósitos políticos como el que declaraba hace poco el subsecretario de Turismo: "Mi deseo es convertir Valencia en un gran parque temático donde las propias calles de la ciudad tengan el encanto de Tierra Mítica".El Cabanyal -flanqueado por el Cap de França y el Canyamelar- no es un barrio degradado, ni siquiera faltado de estructuras urbanas propias. Mantiene un tipo de residencias de baja altura -consecuencia de la evolución de las barracas y de las dimensiones parcelarias impuestas por ellas- con estilos relativamente pintorescos y con usos muy variados que van desde la residencia unifamiliar hasta pequeñas actividades empresariales con la permanencia activa de bares, restaurantes, asociaciones, casinos, comunidades alternativas, talleres de artistas, artesanos y poetas. El sistema viario y el de espacios públicos es de una insólita generosidad: calles que alcanzan a menudo los 20 metros de anchura, plazas de barrio, pasajes peatonales y terrenos baldíos, que corresponden a las vías férreas hoy desalojadas. El rígido trazado rectangular de las calles de su sector central es consecuencia -como el de la Barceloneta- de un trazado de la ingeniería militar del primer ochocientos, mucho más habitable que las angosturas del barrio barcelonés, un trazado que tiene todavía un cierto tono de improvisación en la faja antigua más cercana al centro de Valencia y un desorden consecuencia de la desatención urbanística en la más reciente junto a las playas. En conjunto, es un barrio que parece reclamar una serie de operaciones puntuales más que la radicalidad de un sventramento. Muchas veces he defendido la oportunidad de hacer esas sangrías urbanísticas cuando se trata de barrios ya imposibles de rehabilitar: por ejemplo, en Barcelona, la calle de Ferran en el siglo pasado o la Via Laietana e incluso la Rambla del Raval en este siglo, que, con mayor o menor fortuna se justifican por la transformación de unos barrios incorregibles o por la necesidad de un nuevo eje circulatorio. Pero éste no es el caso del Cabanyal, porque no está en una situación irreversible, ni el de la avenida de Blasco Ibáñez cuya continuidad circulatoria puede resolverse sin derribar el barrio, utilizando incluso la misma estructura.

No tiene sentido hacer llegar hasta el mar una avenida de grandes edificios cuando parece mucho más atractivo -y eficiente- mantener el paso escalar de la gran ciudad a las playas con un barrio que pueda tamizar ese cambio explicando la historia marítima del sector. Hay que encontrar una adecuada terminación de la larga y contundente avenida, pero no hace falta que esta terminación sea la simple e ingenua irrupción en las playas. Hay espacios suficientes para encauzar la circulación absorbiéndola en el uso cotidiano de un barrio con tanta identidad.

Pero evitando sólo el sventramento no se arreglan todos los problemas. Hay que iniciar inmediatamente una reordenación y una rehabilitación de todo el barrio: acondicionar debidamente las casas, reutilizar los viejos edificios que cobijaban instituciones ligadas a la tradición pesquera, mejorar las calles y los jardines, reutilizar las diversas tipologías de los patios interiores. Pero, sobre todo, proyectar los grandes espacios baldíos que ahora están escandalosamente abandonados para imponer un nuevo orden que sea útil a la vez a los sistemas generales urbanos y a la convivencia de los habitantes. Y hay que convencer a las autoridades de que para lograr una ciudad de elevada categoría metropolitana no hace falta insistir en la excesiva monumentalización de las avenidas artificiales según los tristes modelos de la globalización. Hay que atender a las justas y razonables exigencias de los vecinos -y en general de los valencianos que todavía se preocupan por las identidades de la ciudad y del país- y poner en marcha un plan especial para todo el barrio: hacer del Cabanyal -y por extensión del Cap de França y el Canyamelar- un frente marítimo de Valencia que en vez de representar la altisonancia de los nuevos equipamientos que tanto gusta a los políticos que hoy gobiernan, muestre unas realidades sociales que deberían ser la base de las identidades de su colectividad.

Claro que, para ello, hay que empezar abriendo un diálogo transparente y disponer de técnicos solventes que estudien el tema. Y, de momento, esto no parece demasiado fácil. Un grupo de miembros de la plataforma Salvem el Cabanyal se declaró en huelga de hambre hace pocas semanas reclamando simplemente una audiencia con la alcaldesa Rita Barberà. Al cabo de 20 días tuvieron que suspender la huelga ante el silencio desdeñoso de doña Rita. Ni audiencia ni, por lo tanto, soluciones. Así no se puede dirigir la transformación de una ciudad tan compleja como Valencia. Porque una ciudad no es solamente la lujosa yuxtaposición de contenedores arquitectónicos, aunque sean tan caros y tan aparatosos como la llamada Ciudad de las Artes y la Técnica.

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