Palestina
He dejado pasar algunos días convencido de que, al final, mi carta llegaría tarde, como muchas otras acciones solidarias de las que solemos emprender desde la "civilización" y que siempre, desgraciadamente, llegan tarde.Para cuando llegue la carta -pensaba- ya habrá terminado todo. Pero esta vez, para mayor desgracia, mi carta no llegará tarde, porque a estas horas y en este día aún siguen goteando muertes en Palestina. Muertes en lugares por los que he paseado con amigos entrañables que me dieron la bienvenida a sus casas, a sus muy humildes casas en Ramalah, en Bethlem, en Jerusalem o en Nablús, un día ya lejano en que los cazas israelíes sobrevolaban el pequeño pueblecito donde me recibían con respeto y hospitalidad casi beduina.
Muertes en lugares donde se afanaban por hacer rentable la pobreza mientras en los riscos del entorno, como buitres en sus nidos, los asentamientos israelíes gritaban la incoherencia de su absurda existencia.
Muertes en cruces de caminos donde arias o caucásicas de pelo rubio, ojos azules y fusiles de asalto en las manos me pedían mi documentación mientras, en ruso o polaco, me intentaban explicar que aquella era su tierra: su tierra.
Desgraciadamente no puedo mandar un saludo desde aquí a mis amigos palestinos. Hacer públicos sus nombres es hacerle un favor al Mossad, porque ellos, en el fondo, son culpables. Culpables de trabajar mientras en los asentamientos simplemente esperan que les llegue la asignación mensual del Gobierno; culpables de abandonar a sus familias para venir a Occidente a formarse, a estudiar, a trabajar; culpables de no entender que arias de pelo rubio y lengua rusa les intenten robar su tierra.
No puedo dar ánimos a mis amigos. Sólo espero que estén bien.- .