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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿Sabes, mar?

¿Sabes, mar?, quienes se quedan en Madrid en agosto libran a diario una terrible lucha contra el tiempo y, tras derrotarlo, se apuñalan a sí mismos. Todas las noches se quitan la vida para ofrecérsela a la oscuridad, su diosa preferida en estas fechas. El adagio se repite todos los estíos y tú lo sabes mejor que nadie. Pero en Madrid, escucha, esta historia es la historia de un verano sin ti y de unas gentes de aquí y de allá atadas a un pedestal imaginario.Yo las he visto, y, ¿sabes?, viven y conviven sólo para desgastar el tiempo. Apuran así la magia de unas vacaciones lejos de ti, mar. Les oirás decir, incluso, que el estío es más perfecto aquí que en cualquiera de tus costas. Creo que piensan eso porque agosto en Madrid es el todo y el antitodo.

Hay corrientes, remansos, fuentes y mil cascadas sobre las que se estrellan los relámpagos al atardecer; mucho sol e inmensos decorados de sombra; tranquilidad de día e infinita juerga nocherniega. La capital tiene luna, roca, paisaje, intimidad, éxtasis, fuego, exhibición, quejidos leves, volcanes que estallan, flechas, flechazos, turistas de rojo y desidia, gentes de tatuaje y radio portátil.

Quienes se quedan en Madrid en verano escriben su nombre en las paredes y cantan, gritan y silban canciones raras. Se transforman, como duendes de gelatina, en docenas de príncipes encantados que acuden puntuales a librar batalla contra Cronos. Esas gentes no existen el resto del año; sólo en agosto, porque luego se mueren mientras crece el otoño.

Plata y oro para esas vacaciones que se alejan inexorablemente de ti; esas vacaciones, ya no serán nada mañana. Cuando el estío toque a su fin, una vez más doblará la esquina de siempre el otoño de hace un año, ese otoño que sin anunciarse siquiera cortará de cuajo el esplendor sobre la hierba de Cibeles. Ya no habrá sitio, entonces, para ninguna fantasía. Y también tú, mar, te quedarás tan sólo entonces...- Santiago Palmeiro Fernández. Madrid.

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