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Al ritmo de una 'jam session'

Centenares de personas han trabajado para que todo funcionase en los festivales de Vitoria y San Sebastián

3.000 camisetas

Sacar adelante un festival de jazz implica mucho más que tratar de diseñar una programación equilibrada. Exige una buena dosis de paciencia y un ejercicio continuo de morderse la lengua. Si B.B. King pide un zumo de pomelo recién exprimido a las 22.15, hay que correr el maratón por San Sebastián. Y si Keith Jarret y los músicos que le acompañan cambian tres veces de menú, lo propio es callar. Por la paz, dicen, un Ave María. Detalles como estos también condicionan el desarrollo de los veteranos festivales de jazz de Vitoria y San Sebastián, los más importantes del País Vasco, que ya marchan casi solos.Pero nada es casualidad. Durante estos días más de 400 personas, entre responsables de la organización, técnicos de sonido e iluminación, encargados de seguridad, limpieza, etcétera, se han dejado la piel para que el engranaje donostiarra funcionara a la perfección. Su empeño no ha servido para evitar lo inevitable: que el retraso en los vuelos trastocara parte del programa. James Carter se cayó del cartel y B.B. King llegó mucho más tarde de lo previsto. Pero la situación no fue desesperada, pues se le pidió a Hiram Bullock que alargará su actuación. El rey del blues, a punto de cumplir los 75, pisó la plaza de la Trinidad a las 22.15, después de 16 horas de viaje y sin cambiarse de traje. Eso sí, encargó a su mayordomo que pidiera a la organización un zumo de pomelo recién exprimido.

La tarea no era fácil, si se tiene en cuenta que en muchos bares no había pan, ni cervezas en lata y que los camareros no daban abasto. Pero B.B. King se bebió su zumo.

El festival donostiarra, que ha brindado la posibilidad de ver a artistas como Al Jarreau o Diana Krall, ha triplicado desde 1992 la inversión en músicos, según confirma su director, Miguel Martín. Nadie rompe el pacto de silencio sobre el coste de las actuaciones, pero Martín señala que los "cachés son espectaculares" y que el concierto de Jarret, uno de los cinco que ofrecía en Europa, ha costado "un 50% más que los de B.B. King o Al Jarreau".

La inflación de divismo de algunos artistas hace que los precios se disparen aún más. Jarret llegó a San Sebastián el 23 de julio a las 13.00 y se fue a las 23.00, justo después del concierto en un jet privado. El certamen y el resto de festivales europeos que han contado con su presencia han tenido que sufragar el coste del avión y del hotel de Niza en el que ha estado alojado desde el 9 de julio. Y acostumbrarse a los caprichos de todo el plantel de músicos, que se permitieron hacerle cambiar el menú a Martín Berasategi por tres veces. Otros, como Uri Caine, protagonista de un curioso monográfico -experiencia que se repetirá con otros artistas en futuras ediciones-, hacen gala de otra sencillez: dividen su estancia en San Sebastián entre los ensayos y los paseos por la ciudad.

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Los donostiarras se han volcado en un certamen que se ha dejado notar en las calles más que nunca. Lo mismo ha ocurrido en Vitoria, donde además el público ha respondido positivamente a la venta de objetos relacionados con el evento, el merchandising. El director del festival, Iñaki Añúa, confirma este aspecto: "Hemos vendido las 3.000 camisetas puestas a la venta, además de los gorros y sudaderas que hemos fabricado este año por vez primera". Y es que en muchos festivales este apartado es una de las principales fuentes de ingresos, además del taquillaje. No así en San Sebastián, donde aún se reconoce como una asignatura pendiente.Lo que sí se va perdiendo en Vitoria es la animación ajena a los escenarios del propio festival. Si en las calles los músicos espontáneos reproducían durante el día el ambiente que se vivía en los escenarios vespertinos y nocturnos, ahora la animación llega de la banda procedente de Nueva Orleans (este año The James Andrews Brass Band), contratada por el festival para hacer los pasacalles de mañana y tarde. "En los lugares en los que interviene el festival ha habido más ambiente que nunca: dos ejemplos, los conciertos de medianoche se han prolongado hasta las siete de la mañana y en ellos han participado los músicos que tocaban en Mendizorroza, como Pat Metheny, que estuvo disfrutando con Christian McBride en el Hotel Canciller", recuerda Añúa.

Esta intensidad artística ha sorprendido. "No hay festival en el mundo que tenga esta sección, que es un lujo para los verdaderos aficionados al jazz", comenta el director del evento, que ha cumplido su 24 cumpleaños entre la pureza y lo comercial.

La sección Jazz del Siglo XXI apenas llena el patio de butacas del Principal, pero tiene gran consideración entre la crítica especializada. Sin embargo, el gancho verdadero está en Mendizorroza, que ya se ha establecido como un espacio de relación social más que musical. De ahí que los conciertos más multitudinarios hayan sido los menos jazzísticos, los de los artistas más comerciales: Compay Segundo y Manhattan Transfer.

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