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LA SITUACIÓN POLÍTICA VASCA Bula exculpatoria EDUARDO URIARTE ROMERO

Frente al exceso de charlatanería y tono agresivo que caracterizan las declaraciones políticas en Euskadi, la publicación de un artículo de Santiago Carrillo, Reflexiones sobre el problema vasco, incita a ello, a la reflexión. Invita a analizar en tono tranquilo y carente de agresividad la situación, y a caer en la cuenta de que la prudencia y la experiencia no sólo las dan los años, sino los palos que se han recibido durante ellos. Es la serenidad y la prudencia de un anciano de izquierdas.Hay una razón en el artículo de Carrillo: dar una salida política a una frustrante situación, muy enconada, que encuentra sus momentos críticos cada vez que ETA decide llevar a cabo un atentado sangriento, con el riesgo, ya anunciado, de fractura social. No es posible ni un atisbo de crítica por mala voluntad a lo que escribe don Santiago, pero existen algunas cuestiones que merecería la pena observar en su artículo.

Hay que coincidir con él en que la actitud no beligerante de la República con el PNV tras el pacto que firmaron en Santoña con los fascistas italianos, que puso a lo que quedaba del ejército vasco en manos de Franco, resultó un acierto. Se podría añadir también el beneficioso resultado que tuvo en 1934 el acercamiento del socialismo vasco, liderado por Prieto, y el PNV, tras los devaneos conspiratorios contra la República de este partido con los monárquicos en 1932. Habría que considerar beneficioso igualmente para la estabilidad de Euskadi la colaboración gubernamental del PSE, a pesar de su desdibujamiento político, con el PNV durante doce años en la etapa de Ardanza, etc.

Por ello, no debiera considerarse excepcional volver a otorgarle al PNV bula exculpatoria tras el Pacto de Lizarra. Salvo por una cuestión: con tanta exculpación de sus responsabilidades, el PNV puede acabar creyendo, y me temo que ya lo cree, que ejerce el poder por algún privilegio o designio superior, divino, casi medieval. Este es el riesgo que se puede correr, si no se ha cometido ya, con la tan repetida exculpación del PNV.

Porque, mientras desde izquierdas y derechas se observaba al PNV en la transición como un elemento clave para centrar y moderar Euskadi, desde entonces se le ha ofrecido un favor acrítico. Pero una vez que por propia voluntad abandonó esa centralidad para irse en un bloque con el nacionalismo radical y violento, transformando el mapa y las relaciones políticas de Euskadi, el PNV perdió el papel moderador que tuvo en el pasado. Y aunque fallida la intentona de Lizarra, y planteada su liquidación a plazos, ayuntamiento por ayuntamiento, el PNV se ratifica en la vía soberanista, el "ser para decidir", que lo único que decide es el abandono del Estatuto y de su encaje constitucional. Después de todo esto, posiblemente tengamos que admitir que la hegemonía del PNV, más que solución, es parte del problema.

Hay que compartir con Santiago Carrillo que un eventual proceso democrático de separación de Euskadi de España tendría que admitirse sin reticencias por los demócratas. Sin embargo, el problema reside en la dificultad de que ese proceso protagonizado y dirigido por los nacionalistas fuera democrático; es como pedirle peras al olmo.

Los nacionalistas no sólo reclaman una nación, la reclaman a su estilo y semejanza, junto a un sistema autoritario para ella: una nación en la que sólo cabrían los suyos, con señalamiento de enemigos imaginarios al asomo de cualquier signo de tibieza. Ese es el problema con los nacionalismos, con los de verdad, con los coherentes: les repugna una nación, una comunidad política, de todos.

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Si el objetivo fuera una nación de todos, el proceso sería democrático y quizá por ello hasta atractivo. Se correría el riesgo de descubrir lo que ya estaba inventado: el Estatuto.

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