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Con guías como estos...

IMANOL ZUBERO Según parece existe en Gales un pueblo cuyo nombre contiene la friolera de 58 letras. Ahí va: Llanfairpwllgwyngyllhgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch. Significa "Iglesia de Santa María en una Hondonada de Avellanos Blancos cerca del Remolino Rápido junto a la Cueva Roja de la Iglesia de San Tisilio". Sin duda, los fundadores del lugar pretendían que su localización no ofreciera la menor duda: de ahí el detalle con el que se señala su ubicación. Del mismo modo que cuando nos quieren explicar algo sobre una persona a la que de entrada no conocemos se recurre a vincularla con otras personas a las que sí conocemos en una cadena que, en ocasiones, puede alcanzar una considerable complejidad -"Sí hombre, sí: es la chica esa que baja todos los días en el tren con la hermana de Mikel"-, todo indica que quienes bautizaron el pueblo de marras recurrieron a relacionar su situación con un lugar suficientemente conocido, en este caso la iglesia de San Tisilio, que sirva de extremo del que ir tirando hasta dar, paso a paso, con la localidad en cuestión: "Vaya usted hasta la Iglesia de San Tisilio, ya sabe, esa junto a la que está la cueva roja, desde allí diríjase al río y verá el remolino rápido; cerca hay una hondonada de avellanos blancos en la que se levanta la Iglesia de Santa María: pues ahí está el pueblo, no tiene pérdida". El problema es que tanta concreción puede acabar despistando tanto como la mayor de las abstracciones.

Una persona puede perderse tanto por falta de datos como por un exceso de éstos. Cuando buscamos un lugar de poco nos sirve que nos digan: "Tú sigue para allá y cuando llegues a una peña muy grande tiras para arriba", pero tampoco es muy útil una pormenorizada concatenación de detalles, pues la ausencia o la modificación de alguna de las referencias rompe la cadena relacional y nos obliga a desandar lo andado con el fin de volver a reconstruirla. Ya lo decía aquella conocida canción de Silvio Rodríguez titulada Fábula de los tres hermanos, una de las más herméticas del trovador cubano. Tres hermanos salen a recorrer el camino; con el fin de no perderse, el mayor camina atento a cada paso que da, pero su corta visión acaba impidiéndole avanzar; el mediano sólo mira al horizonte, pero no hace más que tropezar sin poder llegar al final; el pequeño pretende caminar atento a la vez al horizonte y al inmediato camino, pero acaba con la mirada extraviada. Ninguno de los tres logra su objetivo. Desasosegante.

Viene esto a cuento de la última propuesta que, por boca del secretario general de LAB, Rafa Díez, hace la izquierda abertzale para llevar a su término el proceso soberanisnista iniciado en Lizarra en un artículo titulado Hay que hacer Quebec para llegar a Stormont, en el que afirma lo siguiente: "Si ambos Estados se niegan a la articulación de un Stormont vasco desde la aceptación de una declaración de Lizarra=Downing Street, el movimiento abertzale tiene que poner en marcha su propio Quebec". Se ha pasado de una formulación abstracta y general de objetivos (la construcción nacional) a una cada vez mayor concreción en los pasos a dar. Va aclarándose el itinerario para llegar a la Euskal Herria soberana. Va llenándose de un contenido nuevo: "Euskal Herria: Lizarra en la colina de Stormont cerca de Downing Street pasando por Quebec".

Dirigentes políticos, representantes sociales y académicos varios se han reconvertido en touroperadores de la paz. El diseño de itinerarios es la materia más respetada por los nuevos devotos del bricolage político. Pero ni aquella fijación en el horizonte final ni esta preocupación por los detalles del proceso garantizan que el camino vaya a ser recorrido. Todo caminante está sometido al riesgo del extravío. Esta incertidumbre insoslayable de los asuntos humanos debería obligarnos a ser un poco más responsables cuando hablamos de procesos, de proyectos o de intinerarios. Asumir la pluralidad de caminos y de ritmos. Lo dice Silvio.

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