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Reportaje:PLAZA MENOR - DEHESA DE LA VILLA

El pueblo bajo los pinos

Parque forestal desde 1970, la Dehesa de la Villa es un vestigio de aquellos frondosos bosques y selvas que tanto hicieron por la fama de Madrid y tanto pesaron en la imprudente decisión de Felipe II de instalar en ella su capital. De la Edad Media provienen las primeras noticias sobre reales expediciones cinegéticas en estas frondas, ayer de encinas hoy de pinos, que unían los montes de El Pardo con las praderas de la Casa de Campo, un cinturón verde en el que moraban la liebre, el venado y el jabalí.Los abundantes yacimientos paleolíticos descubiertos en ambas orillas del menospreciado Manzanares, confirman que los primitivos madrileños se aposentaron en estos parajes atraídos por la abundante caza de sus riberas. Uno de estos asentamientos estuvo en la Dehesa de la Villa, cuando aún no había villa, sino aldea tribal en sus alrededores, y más que dehesa era bosque cerrado y frondoso.

Cercada por el avance de la ciudad desbordante, aislada y desgajada por carreteras y autovías, entre la Ciudad Universitaria y la de Puerta de Hierro, frontera con las populosas y populares barriadas de los Cuatro Caminos. Tetuán y La Ventilla, Valdeconejos o Peña Grande, la Dehesa de la Villa oculta cicatrices de la larga y cruenta Batalla de Madrid de nuestra última (así sea) guerra incivil.

De niño y con otros niños urbanos, criados entre adoquines y ladrillos, este cronista asaltó sus trincheras y refugios jugando a los soldados, fingiendo sin saberlo combates que habían sido reales dos décadas atrás. De vez en cuando publicaban los periódicos noticias de que la infame guerra seguía cobrando su tributo de sangre, una bomba olvidada, una granada sin explotar que detonaba y hería a un inocente guerrero de juguete.

Cuando apretaban los rigores estivales, los vecinos de Tetuán y Cuatro Caminos, de Chamberí y otros barrios del norte de la ciudad, tomaban el tranvía. Familias numerosas de antes de la píldora, tarteras con tortillas de patata, filetes empanados y otras vituallas, todos en busca de la sombra confortadora de los pinos y la hospitalidad de modestos merenderos y ventorrillos que despachaban el vino tinto a granel y la burbujeante gaseosa que empezaba a ganarle la partida al sifón.

Hoy el encargado de La Paloma uno de los dos quioscos supervivientes, convertidos en modernos y bien surtidos restaurantes, habla de habilitar una zona junto a la terraza para acoger a esta clientela "económica" que sigue trayendo la comida de casa, la silla plegable para la abuela, la pelota del niño y la baraja para el tute o el mus de sobremesa.

Hasta hace muy poco tiempo un rosario de chiringuitos jalonaba esta ribera de la Dehesa, pero la rehabilitación exigida por el Ayuntamiento redujo su número y sólo quedaron La Paloma y El Mirador del Narcea. La Paloma toma su nombre del instituto ubicado en una extensa finca del otro lado de la calle, institución castiza un día dedicada a la formación de obreros y artesanos que alberga hoy otras enseñanzas, instalaciones deportivas y una sala de exposiciones que estos días acoge una muestra dedicada al quinto centenario de Carlos V, que fue primero de Alemania y padre de Felipe II, que un día tal vez cabalgó por estos pagos en persecución de indefensas piezas.

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La calle de los Pirineos, que limita la Dehesa por el este, conserva, arrinconados entre nuevos y horrendos chalés, algunos hotelitos de la primitiva y polémica colonia edificada en los primeros años del siglo XX, polémica que apunta Pedro de Répide, maestro de cronistas urbanos, en su imprescindible guía Las calles de Madrid con estas discretas palabras: "Algunos de los cuales (hoteles) dieron harto que hablar hace pocos años por su origen municipal y la calidad de las personas que los construyeron". Y añade: "Contrasta el perfecto cuidado de esta vía que disfruta en tan apartado lugar de todas las ventajas de la urbanización, con el estado de la barriada anterior, desde los Cuatro Caminos, harto desprovista de ellas".

En todo tiempo cuecen habas, privilegios y recalificaciones fraudulentas. Los hotelitos de la calle de los Pirineos y sus aledaños siguen gozando de una situación privilegiada a pocos metros de los primeros pinos de la Dehesa. Construcciones neomudéjares de ladrillo como la que ocupa la clínica Isadora, algún torreón aislado, hermosos azulejos modernistas, vallas y portalones, son las únicas reliquias de un pasado sin duda mejor en cuanto a gustos arquitectónicos se refiere, al menos en esta zona.

Una antigua y severa residencia que fue de huérfanos ferroviarios y las aulas de la Universidad Antonio de Nebrija bordean uno de los senderos que conducen al corazón de la Dehesa de la Villa.

Si la Dehesa tiene un corazón, éste se halla en el cercano Cerro de los Locos, un humilde oasis donde, alejados del mundanal bullicio, un grupo de pacíficos y sanísimos dementes rinden culto por su cuenta al sol, a la naturaleza y a la salud en modestísimas y artesanales instalaciones. Un frontón habilitado en una antigua torre de electricidad, un gimnasio de rudimentarios e ingeniosos aparatos, un sistema de riego para los árboles, arbustos y plantas que sembraron y un ágora diminuta con bancos de cemento convocan en todas las estaciones a un grupo de dinámicos socios vinculados por un naturismo con sabor y sabiduría popular, un eslabón perdido con aquellos tiempos, 70 años ha, en los que la guerra aún no había estallado y la República era una promesa de libertad y fraternidad.

Grabados en los bancos de cemento coexisten símbolos anarquistas y comunistas, nostalgias hippies y máximas como ésta: "Kerer ser otra persona es despreciar a la persona ke llevas dentro".

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