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EUROCOPA 2000

Todos contra Zidane

La estrella francesa no brilló por el férreo marcaje al que fue sometido por los jugadores italianos

Zidane recibió la pelota y Totti bajó diez metros para engancharlo. Fue al suelo. Zidane avanzó por la frontal del área italiana y Nesta lo cortó en seco con un tackle rasante. Zidane intentó hacer un control y Cannavaro lo barrió. Se cogió el tobillo dando señales de dolor, en la hierba. La vida de Zidane no resultó nada fácil ayer por la tarde. Con y sin la pelota, Zidane rozó la impotencia. ¿Cómo desmoralizar en dos horas al mejor futbolista del mundo cuando atraviesa su pico de rendimiento? ¿Cómo desenchufar al jugador más creativo del planeta? ¿Cómo hacer para que un perfecto estratega pierda la brújula? La respuesta, en poder de gente más prosaica: el calvo Di Biagio, el atlético Nesta, el aseado Albertini, o el pistón Cannavaro. Una caterva de funcionarios, si se los coteja con Zidane."¡Allez, allez, vafanculo!", gritaban los hinchas italianos, rugiendo como en una caldera, en la esquina este del estadio De Kuip. Estaban felices de ver lo increíble. Habían comenzado la Eurocopa sin demasiada fe en un equipo, y de pronto, ante sus ojos, se abría un panorama deslumbrante: el que ofrecían Francia y Zidane en medio de su agonía.

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Los tifosi hicieron temblar el estadio cuando vieron a Zidane desconectado de su equipo. Sólo disponía de Henry por delante, para aprovecharse de sus pases filtrantes. Dugarry y Djorkaeff siempre estuvieron de espaldas.

Con el balón en poder de Francia, Zidane tampoco jugó a su aire. Fue sometido a una terapia de aislamiento por parte de los italianos. Entre dos y tres oponentes se interpusieron en la línea de pase, para que no pudiera recibirlo. Por detrás, Totti. A cada lado, Di Biagio y Albertini. Por delante, Nesta, atacándole los tobillos cada vez que controlaba el balón de espaldas. Y en algunos casos hasta Fiore bajó a incordiarle. Zidane padeció el desconcierto. Los ánimos que descendían de la grada ocupada por los hinchas franceses valieron de poco. "¡Zizou-Zizou-Zizou...!".

Zidane fatigó en tierra extraña, rodeado de enemigos, literalmente. El rechazo entre Zidane y Cannavaro, por ejemplo, es atávico. Un desprecio espontáneo parece surgir de ambos, a simple vista. Desde el comienzo, en cada interrupción del partido, se cruzaron dos miradas afiladas. Luego, Cannavaro no escatimó patadas cada vez que el astro francés avanzó por su zona con el balón al pie. Lógico. Sus formas de entender una misma profesión son tan antagónicas que no es extraño que se caigan mal. "El fútbol es lucha y sufrimiento antes que diversión. Primero hay que ganar, y para ganar hay que sufrir", proclamaba el central del Parma en la víspera. "Es preciso jugar con un conductor del juego para que la gente disfrute más viendo este deporte", decía Zidane, días antes.

El francés es un tipo introvertido que huye de los focos. Piensa en la estética del juego y se le nota cada vez que toca el balón: es una forma de caricia. El italiano, compacto y altisonante, suele rechazarlo expeditivamente. Por eso, cada vez que Cannavaro y Zidane se miraron, saltaron chispas.

Zidane no tuvo su noche, o no le dejaron tenerla. Pero su gran juego a lo largo de todo el torneo fue recompensado. Ya tiene otro título en la solapa, y posiblemente, el balón de oro, a la vuelta de la esquina.

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