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EUROCOPA 2000

Francia confirma su hegemonía

Los campeones del mundo derrotan con un gol de oro a una honorable Italia que ganaba en el último minuto

Santiago Segurola

En su negativa a aceptar una derrota que parecía segura, Francia demostró madera de campeón. Confirmó ante Italia que se encuentra a la cabeza del fútbol europeo, a pesar de no aprovechar suficientemente su abundante cosecha de jugadores. Cuando no hubo más remedio, los franceses enviaron a toda su artillería para contestar al gol de Delvecchio en el segundo tiempo de un partido que comenzó entre precauciones y acabó a todo trapo, con un vigor digno de una final que enfrentó a dos países de tradición y prestigio. Y ante la Francia que revalidó en Rotterdam su título mundial, Italia opuso una honorable resistencia, hasta el punto de elevar algunas preguntas que merecen una respuesta en el futuro: ¿por qué se limita tanto a un equipo que en el segundo tiempo puso en graves aprietos a Francia? ¿por qué Totti y Del Piero no pueden jugar juntos, si la realidad dice lo contrario? ¿por qué Italia no se libera de los prejuicios represivos?Por una vez Italia no cayó en el tremendismo defensivo para detener a su adversario. Naturalmente no se tomó ninguna licencia en el juego de ataque y siempre estuvo más pendiente de cuidar su área que de buscar la de Francia. Durante casi todo el partido, Delvecchio tuvo que buscarse las lentejas sin ayuda apreciable de Totti y Fiore, que nunca se incorporaron a las posiciones de remate en el primer tiempo. Todo estaba demasiado calculado como para permitirse aventuras impensables, pero esta vez Italia no se resignó al claudicante papel que asumió frente a Holanda. Cuidó todos los detalles tácticos y dio prioridad a la defensa sobre el ataque, al menos hasta que entró Del Piero y convenció a todo el mundo de la saludable sociedad que podía formar con Totti. El efecto del cambio de Fiore por Del Piero actuó como un relámpago sobre el equipo, que marcó inmediatamente. Y no por casualidad. En contra de los que han considerado una herejía la reunión de Totti y Del Piero en el equipo, los hechos demostraron lo contrario en la final. No sólo Italia abandonó la vulgaridad anterior, sino que introdujo un factor que modificó el partido de punta a punta. El encuentro, que se había jugado de manera muy contenida durante todo el primer tiempo, adquirió belleza y dramatismo a partes iguales. Ayudó el gol, pero algo cambió definitivamente con la presencia de Del Piero en el partido y la euforia que provocó en las filas italianas, y muy especialmente en Totti, que se sintió liberado.

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Antes de que el partido se rompiera en el mejor sentido de la palabra, Francia no asumió con plenitud su papel de campeón del mundo. Ni tan siquiera se vio en el compromiso de romper catenaccio alguno. Italia se defendió con orden, bastante más lejos de su portero que en otras tardes y sin decretar prisión para Zidane. El astro francés estuvo vigiladísimo, por supuesto, pero no recibió un tratamiento de choque, ni se encontró al Magriñán de turno. Ahí se comprobó la dependencia real que tiene Francia de un jugador que, en su mejor versión, multiplica el rendimiento del resto de los jugadores. Sin Zidane en plenitud, el fútbol resultaba demasiado forzado, sin naturalidad, con varios defectos que ya se habían anunciado con anterioridad. El desuso que hizo Francia de los costados favoreció el buen orden defensivo italiano, donde Nesta y Cannavaro se batieron como leones y donde Maldini sólo tuvo una preocupación menor: detener a Thuram, un central con un físico privilegiado y con ideas muy poco claras cuando tiene que progresar por el ala derecha. Francia, como tantas otras veces, se obligó a caer en el embudo. Siempre por el medio, sin interés por abrir el campo por los lados, su juego cayó en la esterilidad.

Si las posibilidades de Italia se reducían a alguna acción de Delvecchio frente a los estupendos Blanc -el mejor del partido- y Desailly, las de Francia dependían de Henry. Donde Delvecchio saca provecho del manejo de su cuerpo en los choques, Henry lo consigue a través de su velocidad. Con la diferencia de que, libra por libra, Henry es mejor. Durante todo el partido fue una amenaza muy seria para los defensas italianos, que sólo flaquearon por el lado de Iuliano. A la vista del tacticismo, el partido daba para poco. Toldo, que se había distinguido en todos los encuentros anteriores, apenas intervino. Sin apenas ruido, Italia mandaba a control remoto.

El segundo tiempo fue de otra pasta. Entró Del Piero, se elevó Totti, se liberó la selección italiana y llegó el gol. La jugada comenzó con un delicado taconazo de Totti a Pessotto, que progresó por la derecha y colocó un centro envenenadísimo. Delvecchio se adelantó a los centrales y marcó. El tanto provocó el clamor de la hinchada italiana y la euforia del equipo. Durante diez minutos se pensó en la inminencia del segundo tanto -Del Piero tendrá que pechar con los dos remates que falló ante Barthez-, pero Francia cambió aquí y allá -salieron Dugarry y Lizarazu, entraron Wiltord y Pires- y Zidane decidió encabezar las operaciones. Los franceses inclinaron el campo, con un protagonismo indiscutible de Henry, imparable por el lado izquierdo. La habilidad de Wiltord añadió más dificultades a la defensa italiana, que ahora sí soportaba de mala gana el arreón. Fue el momento de Nesta, Cannavaro y Maldini. De la firmeza de los tres y de la desesperación que se observaba en los franceses, sólo podía presumirse la victoria italiana. Pero en el último minuto Wiltord logró controlar un balón en el área, con un metro de espacio por fin, suficiente para cruzar un remate espectacular.

El empate vino a consagrar el arrebatado tono del encuentro en la segunda parte. Un encuentro sosainas se había convertido en un duelo trepidante. Con una superpoblación de delanteros -Henry, Trezeguet, Wiltord- y un centrocampista de ataque -Pires- oficiando como lateral izquierdo, el empate propulsó a los franceses. Como suele ocurrir en estos casos, el que viene desde atrás saca ventaja. En la prórroga, Francia empujó un poco más -con Zidane decisivo en la búsqueda de rendijas- y acabó con la resistencia de Italia. Pires amagó a Cannavaro, se escapó con rotundidad y envió el centro definitivo. Trezeguet lo enganchó de aire y lo clavó en la portería. Dos años después de conquistar el Mundial, ese gol significaba la confirmación de Francia como jerarca del fútbol.

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