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Reportaje:

Las rendijas de la fortaleza japonesa

ENVIADO ESPECIALJapón tiene que suavizar considerablemente sus rígidas restricciones al ingreso de inmigrantes para afrontar la alarmante falta de mano de obra debido al envejecimiento de su población. Pero para ello deberá eliminar muchos de los prejuicios políticos que persisten en la sociedad contra los extranjeros, y en especial contra los asiáticos, y aceptar el fin de la homogeneidad étnica.

El gobernador de Tokio, el nacionalista Shintaro Ishihara, despertó los fantasmas recientemente al afirmar que la policía nipona debe estar preparada ante cualquier levantamiento de los sangokujin, "gente de los otros tres pueblos", como algunos llaman con cierto desprecio a los coreanos, chinos y taiwaneses que residen en el archipiélago.

A algunos observadores, las palabras del autor de un polémico libro muy nacionalista (El Japón que puede decir no), escrito en los ochenta con el fallecido presidente de Sony, Akio Morita, les recordó la eliminación física por parte de las autoridades niponas de miles de coreanos durante el terremoto que sacudió los cimientos de Tokio en 1923.

Expertos del Gobierno, demógrafos y economistas coinciden en que la grave pérdida de población, y por consiguiente de trabajadores, obligará al país a abrir mucho más las fronteras que hasta ahora para aceptar inmigrantes y poner fin a la uniformidad étnica que esta nación mantiene desde sus orígenes. Sin embargo, es cuestionable la capacidad y la voluntad de un cambio cultural al respecto.

Datos oficiales indican que Japón pasará de 126 millones de habitantes en la actualidad a 110millones en 2050, lo que representa aproximadamente un descenso del 17%. Uno de cada seis japoneses tiene más de 65años en estos momentos y se estima que la proporción aumentará a uno de cada cuatro en apenas doce.

¿Cómo afrontará el Estado las cargas que supone el envejecimiento de la población? ¿Podrán seguir pagándose las pensiones? Todo ello en un momento en que se está produciendo un notable cambio en las costumbres tan tradicionales de respeto a los mayores. En 1980, el 70% de los ancianos vivía con sus familiares; hoy, ese porcentaje ha descendido al 50%. Esa alteración de conducta es achacable a las viejas generaciones, que no han sabido, o no han querido, transmitir a sus descendientes los valores tradicionales de la sociedad confuciana.

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La población de extranjeros que residen legal o ilegalmente en el país es estimada en 1.800.000 personas, de las cuales cerca de la mitad son coreanos y el resto chinos (18%), brasileños (15%), filipinos (7%), peruanos (3%), tailandeses (1,5%), indonesios (1%) y vietnamitas (1%), y en pequeñas proporciones de nacionalidades occidentales (la mayor, Estados Unidos, con un 2%).

El número de ilegales está cifrado actualmente en 276.000. La cuota de éstos fue subiendo en los ochenta hasta llegar a un máximo a principios de los noventa y empezó a decrecer a partir de entonces a consecuencia de la crisis económica. Sin embargo, se prevé que comenzará a subir de nuevo pese a las dificultades que hallan los indocumentados para entrar en el país. Japón, segunda potencia económica mundial, sigue siendo centro de referencia para la población de Asia. Los expertos calculan que el flujo inmigratorio aumentará gradualmente en los próximos diez a veinte años y creen que la población de residentes extranjeros puede llegar a los dos millones y medio a final de la próxima década. Mucho antes, varias industrias tendrán ya problemas de falta de mano de obra y necesitarán importarla para poder seguir produciendo. Algunas empiezan a contratar personal cualificado, especialmente de India.

¿Cómo reaccionará el japonés medio ante el cambio de costumbres que se avecina? Una reciente encuesta adelantaba que no será fácil. El 80% de los interrogados se oponía a suavizar las restricciones inmigratorias que faciliten el ingreso de más extranjeros en el imperio del sol naciente. La razón que daban era el reciente aumento de la tasa de paro (casi un 5%), pero, a juicio de los expertos, los motivos ocultos eran bien distintos: una tradición insular que mezcla la xenofobia y, sobre todo, el desprecio por los asiáticos.

"Tenemos tremendas dificultades para internacionalizar el país", confesaba recientemente uno de los miembros de la comisión que el fallecido primer ministro Keizo Obuchi creó para identificar los problemas que el país deberá afrontar en el siglo XXI.

Más elocuente ha sido el presidente de la compañía automovilística Toyota, Hiroshi Okuda, que ha declarado que la revitalización de Asia exige una mayor apertura de Japón al continente: "Ha llegado el momento de estudiar activamente la necesidad de recursos humanos procedentes del exterior para afrontar el problema del envejecimiento de nuestra sociedad".

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