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Retegui disipa sus dudas con buen juego

VIENE DE LA PÁGINA 1 Su brazo derecho se ha recuperado de la rotura del tendón largo del bíceps acaecida el 18 de septiembre de 1998, en el frontón Adarraga de Logroño. No importa. Retegui levanta la mano, lo observa y sentencia: "No volverá a ser el que era". Como si tuviera vida propia. Entonces, ¿para qué volver? Quizá por curiosidad, por descubrir qué cara presentará su juego 21 meses después, con un accidente de caza incluido. O por perpetuar contra la lógica una carrera de por sí plagada de milagros -11 txapelas del Manomanista, cuatro en Cuatro y Medio y seis por parejas adornan su palmarés- y de momentos estelares.

"Lo único que contaba para mí era volver a jugar", declaró horas antes de desplazarse hasta Arrasate. Jugar, pero no a cualquier precio y en cualquier plaza. Retegui pretende vivir su vuelta día a día, comprobar si sus ganas de retomar el color blanco obedecían sólo a una obsesión o a un deseo incontrolable relacionado con su longevidad deportiva; quiere calibrar su nivel de juego y decidir más tarde qué puede o no disputar.

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Igualmente, su decisión no le pertenecía en exclusiva, es fruto de un diálogo fluído con su familia: a fin de cuentas, temía por encima de todo vivir una tarde de bochorno frente a sus dos hijos. Su comparecencia ante la prensa reveló su perfil más sincero y directo, los nervios y las dudas del que ha olvidado su trayectoria y reclama una última oportunidad.

Dudas al margen, Retegui confíaba íntimamente en recuperar sus sensaciones sin demora, como si jugar mal no estuviera realmente entre lo probable. No se equivocó. Sembró la cancha de potentes derechazos, se atribuyó diez tantos... y acabó perdiendo el encuentro que disputó junto a Zearra (22-19). ¿Perdió? Con el frontón a rebosar y una ovación inicial sobrecogedora, Julián Retegui enjugó los sinsabores de los últimos 21 meses, aplacó sus sudores fríos y acabó ganando su partido. Aunque el marcador -una anécdota, a fin de cuentas- se empeñe en decir otra cosa.

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