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Todas las plumas

LUIS DANIEL IZPIZUAHan asesinado a José Luis López de Lacalle y no quiero preguntarme el porqué. Sé que esa pregunta no suele manifestar otra cosa que el estupor ante lo incomprensible. Pero lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo, es demasiado comprensible. A veces, la pregunta suele resultar también consoladora. Ese porqué nos aleja de la víctima o inicia el paso que hayamos de emprender para alejarnos de ella. El porqué añade inocencia a nuestra cobardía. Es como un travelling cuyas pautas son fácilmente estipulables: desde la proximidad que señala la pregunta huimos en pos de una causa que nos deje a salvo En el caso de José Luis concluiremos que era porque publicaba su opinión, o porque pertenecía al Foro Ermua, o porque era un hombre de izquierda que no estaba con quienes tendría que estar. Y la causa identificada pasará a engrosar el catálogo del mal, empujándonos un poco más en nuestra retirada. Pues, no nos engañemos, alguien nada inocente vendrá después a embadurnar las paredes señalándola, y nos indicará dónde no tenemos que estar, lo que no tenemos que hacer. Y, gracias al porqué, nosotros ya lo tendremos asumido.Lo terrible de la situación que estamos viviendo es que no responde a porqué ninguno que nos deje a salvo. Es lo primero que tenemos que entender para enfrentarnos a ella. El porqué individualiza la causa, y la agresión totalitaria que padecemos es cualquier cosa menos individualizadora. No busca que no hagamos una cosa determinada, lo que busca es nuestra retirada: la retirada total. Sembrar el porqué es un truco que forma parte de su estrategia. Así va laminando el ámbito de nuestra autonomía hasta acorralarnos bajo su dominio. Como una cebolla que se deshoja, igual va reduciendo el alcance de nuestra vida y, como ocurre con la cebolla, al final sólo quedan las lágrimas; pero estas también se secan. Ese es el objetivo absoluto del terror totalitario: que no queden ni lágrimas.

Nuestra vida, la particular de cada uno, nos ha sido dada con una carga dotada para lo imprevisible. Ese poder con el que contamos es el germen de nuestra autonomía, de nuestra libertad. Yo sé que puedo, no sé exactamente qué, pero soy consciente de que conservo siempre una potencialidad que me libra de vivir en un horizonte restringido. Seguramente no la haré jamás efectiva, pero estará presente en mi vida como un más allá que relativizará las circunstancias y animará mi dialéctica entre responsabilidad y libertad. El fuera de campo es en nuestra vida tan importante como nuestra presencia en la escena. Y ese fuera de campo, esa potencialidad, es la que el poder totalitario que nos acecha quiere borrar de nuestro horizonte. El procedimiento consiste en ir restringiendo el ámbito de lo posible. Cuantas menores sean nuestras posibilidades, menor será esa potencialidad que nos hace libres. Una vez que quede reducida a nada, nuestra única opción será la sumisión: no éste u otro comportamiento determinado, sino la sumisión pura y simple.

Ese es el único porqué del asesinato de José Luis. Se trata de un paso más para aniquilar nuestra autonomía y nuestra capacidad de ordenar nuestras vidas. Imre Kertész, escritor húngaro y judío que conoció el campo de concentración nazi y posteriormente la larga dictadura bolchevique de su país, afirma que "el hombre actual vive su destino sintiéndose despojado de su personalidad autónoma por la historia". El trágico legado del siglo que acaba da testimonio de ese efecto aniquilador sobre el deseo de construir en libertad nuestras vidas. El final prescrito de las ideologías totalizantes no elimina el afán de aniquilar ese deseo de elaboración de nuestras vivencias, y el fantasma nacionalista con sus diversas máscaras viene a ocupar su lugar. Lo estamos viviendo entre nosotros: hoy todas las plumas sangran, pero no será tarde el día en que las plumas resulten superfluas porque sean los pensamientos y los afectos los que sangren. Cuando nos sea arrebatado ese poder de constituirnos como individuos ya no tendremos margen alguno de retirada, porque sólo nos quedará el terror. Es justo para evitarlo por lo que se impone la rebeldía.

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