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Reportaje:

Más allá del velo negro

Ángeles Espinosa

ENVIADA ESPECIALEn la recién inaugurada tienda de Zara en Riad no hay probadores para chicas. Y no se trata de un olvido o un error de diseño. "Es lo habitual en las tiendas de ropa femenina", explica M. K. "Elegimos lo que nos gusta, lo llevamos a casa y tenemos tres días para devolver lo que no queremos", añade como si fuera lo más natural del mundo. La anécdota no tendría más importancia si no fuera por la filosofía que esconde tras de sí: el riesgo de que al probarse, el cuerpo de la mujer pueda quedar expuesto. Un razonamiento que justifica también la tradicional cobertura de las saudíes, negro riguroso de la cabeza a los pies, incluido el rostro.

Pero detrás del velo hay muchas mujeres que han vencido la resistencia social para participar en la vida laboral y sortean cada día las trabas de un mundo pensado por y para los hombres. La primera de todas, la discutida prohibición para que las mujeres conduzcan, lo que las obliga a depender de un chófer. Luego está la carencia de un carné de identidad y la necesidad de autorización por parte del padre o del marido. Junto a los frutos del acceso a la educación (hay más mujeres que hombres en las universidades) y las inquietudes personales, la crisis económica que generó la guerra contra Irak ha sido en gran medida responsable del aumento de la fuerza laboral femenina en los últimos años.

"Yo lo veo en la escuela de enfermeras donde doy clase", comenta una profesora extranjera. "No son hijas de las clases acomodadas como a las que antes enseñaba en la universidad; se nota que vienen de familias modestas y que quieren formarse para trabajar porque lo necesitan".

"La vida está cambiando", reconoce Hayat A. Badruddín, una de las responsables de administración del Hospital Oftalmológico Rey Jaled, donde la cuarta parte de los médicos son mujeres y la mayoría de ellas saudíes. "Pero tenemos que evolucionar con la sociedad y aquí hay quienes son más liberales y quienes son más conservadores", asegura antes de añadir que "el cambio se tiene que producir despacio, no de forma drástica". La idea de cambio gradual se repite a menudo en este país.

Poco a poco, los saudíes empiezan a estar orgullosos de la actividad profesional de sus mujeres y, sin cuestionar la segregación, subrayan su presencia en aquellos campos en los que son más visibles. Son profesoras, artistas, médicos, incluso empresarias, arquitectos y economistas, aunque ninguna trabaja en el Banco Central. "Tal vez sea hora de incorporarlas porque, además, suelen ser más cumplidoras que los hombres", admite el gobernador, Hamad Saud Alsayari.

Tampoco hay dependientas o recepcionistas. "Son trabajos en los que la mujer estaría expuesta", explica M. K. Sin embargo, se da la circunstancia de que al ser hombres todos los dependientes de los centros comerciales, son también ellos los que venden la ropa interior femenina.

La educación fue, junto con la sanidad, uno de los primeros terrenos conquistados. Desde que la princesa Iffat, esposa del asesinado rey Faisal, fundara la primera escuela para niñas hace medio siglo en Yedda, se les abrió un mundo de posibilidades y poco a poco profesoras saudíes han ido remplazando a las docentes extranjeras. No hay nada en las actuales regulaciones que impida el trabajo de las mujeres o que éstas se dediquen a los negocios, tengan sus propias compañías o comercios, siempre que se trate de establecimientos femeninos, aunque en el campo de la sanidad la mezcla de sexos no genera mayor problema.

Según la Asociación Saudí de Cámaras de Comercio, hay 3.000 empresarias en el reino. Una reciente encuesta del diario Asharq al Awsat aseguraba que el 74% de ellas trabaja desde casa, el 23% confía en un representante legal o en encargado para hacer la tarea y sólo el 3% ejerce de cara al público. Una arquitecta manifestó que trabaja con una firma masculina porque a las mujeres se les niegan licencias para abrir estudios, y aseguró que hay mujeres que diseñan edificios bajo nombres de hombre falsos.

"No hay reglas, depende de cada familia", asegura la princesa Hala bint Jaled, una joven pintora a la que, a la vista de su talento, su padre prometió enviar a Venecia y llegado el momento se retractó. A pesar de su vocación, tanto Hala como Salwa Othman, otra pintora, insisten no obstante en que su prioridad es la familia. Tanto ellas como las también artistas Maha al Malluh y Hoda al Omar parecen molestas con la imagen que de las mujeres saudíes se tiene en la prensa occidental. "Con todos los problemas que hay en el mundo y que se fijen en esto", se queja Hoda señalando el pañuelo negro con el que cubre su cara.

Para ellas, como para otras muchas entrevistadas durante los diez días pasados en Riad y en Yedda, la cobertura de su cuerpo forma parte de su tradición y no les molesta especialmente, aunque admiten que también existe una presión social para ello.

El temor a violar los estrictos códigos de conducta vigentes llega a extremos inusitados. Tras una cena con un grupo de amigos, la novia saudí de un joven español no quiso aparecer en la foto de grupo que todos iban a hacerse como recuerdo. "¿Quieres que mi padre me mate?", le preguntó absolutamente seria a su pareja. La foto se hubiera convertido en la prueba de que mantenía un noviazgo al margen de las tradiciones y, lo que es más grave, la hubiera mostrado con la cara y el cabello descubiertos. Demasiados riesgos.

Un mundo femenino

Entrar en Al Nahda es como cruzar las puertas de un convento de clausura. El sol cae inmisericorde sobre Riad, la capital saudí, pero al menos dentro de este oasis las mujeres viven libres de sus abayas (especie de capas) y el negro que las distingue en la calle se trastroca en todo un verdadero arco iris. Sólo trabajan mujeres en el interior (370 en total, 250 de ellas saudíes) y gestionan un presupuesto cercano a los 2.500 millones de pesetas.

Los folletos dicen que Al Nahda es una "sociedad filantrópica para mujeres". Es mucho más. El proyecto inicial de la princesa Sara bint Faisal (dar educación básica a analfabetas) hace tiempo que quedó superado. "De hecho, el Gobierno se terminó haciendo cargo de esa tarea, que se había iniciado aquí en 1962", explica Deema K. al Rayes, administradora general.

Hoy, esta organización sin ánimo de lucro regenta un centro de educación continua, un centro de rehabilitación, la única escuela para niños con síndrome de Down del país, un centro de servicios sociales, un aula de educación sanitaria, un proyecto de recuperación del patrimonio cultural e incluso un taller de joyería. Con la particularidad de estar única y exclusivamente orientado a las mujeres. Su actividad cubre un doble objetivo: ofrecer actividades culturales y educativas a las féminas y atender, con los beneficios obtenidos, a familias sin recursos.

'D. J. parties'

La norma oficial es los chicos con los chicos; las chicas con las chicas. Pero los jóvenes saudíes no son diferentes a los de otras partes del mundo, y a cierta edad buscan puntos de encuentro. Difícil en un país que no sólo carece de cines o discotecas, sino, lo que es más grave, de lugares comunes para los dos sexos. Cafeterías, restaurantes, centros culturales y hasta bancos tienen secciones completamente separadas, para mujeres y hombres.La tradición quiere que un hombre no vea la cara de su esposa hasta el momento de la boda. "Eso ya casi no pasa", comenta la joven K. M. mientras baila con sus amigas en casa de una de ellas. "Nos las arreglamos", susurra. Hoy son todo chicas, pero las fiestas mixtas no son infrecuentes. "Aprovechamos cuando los padres de alguien están fuera o nos vamos al desierto, y hasta se organizan D. J. parties", en referencia a las fiestas con pinchadiscos, que constituyen el no va más.

El pinchadiscos suele ser un filipino (o filipina) que llega con un equipo de sonido y la música de moda. El organizador, preferiblemente alguien con conexiones para evitar la molesta visita de los mutawa, la policía religiosa del departamento para la promoción de la virtud y la prevención del vicio. "En muchas fiestas incluso hay alcohol", asegura esta joven ante la anuencia de sus amigas, hijas todas de familias de la clase media local.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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