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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A trabajar

Se acabó el recreo. Con la toma de posesión de los ministros y su retrato de grupo, casi todos con corbata azul clara, como la utilizada por Aznar en su jura ante el Rey, acabó el tiempo de marcha neutralizada. El Gobierno se estrenó con una decisión más simbólica que novedosa: la aprobación de un plan de empleo que ha terminado de ultimar uno de los tres ministros que continúan en el cargo, pero que ya estaba incluido en los Presupuestos vigentes. Un signo de política social con el que Aznar quiere acreditar la imagen centrista que ha elegido.Los cuatro años de crecimiento sostenido de la economía han permitido al Gobierno del PP sanear las cuentas y compaginar los objetivos parcialmente contradictorios de reducción del déficit, bajada de impuestos y mantenimiento de las prestaciones sociales. Los recursos generados por la liquidación del patrimonio empresarial del Estado han redondeado las cifras. Según los expertos, este ciclo virtuoso puede prolongarse en buena parte de la legislatura. Aznar tiene campo para seguir compensando los aspectos más conservadores de su política con elementos de gestión social que le garanticen la suficiente cohesión y se traduzcan también en votos. En el debate de investidura prometió el equilibrio presupuestario para 2001 y un acercamiento al pleno empleo, a alcanzar en la década. Colocando el listón en esa doble expectativa, condiciona su política económica y establece una referencia para la evaluación de la gestión gubernamental.

Con el horizonte económico y político despejado, y sin hipotecas nacionalistas, Aznar se convierte en principal responsable, para bien y para mal, de todo lo que se haga. Máxime cuando ya se ha encargado, con su personal estilo, de dosificar los poderes de cada cual, para que nadie, ni siquiera Rato, pueda pensar que su poder tenga otro fundamento que la voluntad del presidente. El nuevo equipo se enfrenta a viejos y nuevos problemas. Algunos vienen arrastrándose de legislaturas anteriores, como la justicia, la cuestión del agua o las reformas de la Ley Electoral y del Reglamento del Congreso. Son temas que pondrán a prueba las promesas de consenso y diálogo dirigidas a la oposición y a las otras administraciones.

Quizás por la confianza que da la mayoría absoluta, Aznar ha decidido correr el riesgo de poner a Piqué en Exteriores. Hay países con sensibilidades políticas más puritanas que pueden sorprenderse de que España esté representada por un político cuyo pasado empresarial presenta sombras judiciales aún no despejadas. La imagen de España quedaría seriamente comprometida si el desenlace del caso Ercros fuera desfavorable a Piqué. Pero por encima de todo está el hecho de que la política exterior debe ser, por definición, un territorio de consenso entre los dos principales partidos, y el nuevo ministro no presenta las mejores credenciales.

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El desaire de Álvarez Cascos en su despedida a todos los vicepresidentes que le han precedido demuestra las dificultades de algunos políticos del PP para terminar de ajustarse a un perfil centrista. Bueno es que de su nueva cartera se haya desgajado un área tan sensible como las telecomunicaciones, aunque la nueva ministra del ramo tendrá que hacer esfuerzos suplementarios para deslindar sus decisiones de los intereses que defendía hasta el viernes en Retevisión.

El desarrollo de un modelo privatizador de la sanidad y la reforma del sistema educativo han sido dos de los propósitos de mayor contenido ideológico del PP, quizás los dos terrenos en que su política se diferenciaba más, al menos en teoría, de la del PSOE. Para afrontar esas tareas, Aznar ha escogido a dos mujeres que descubrieron la política en las ilusiones de la izquierda. Desde Educación y Cultura, Pilar del Castillo tendrá que enfrentarse al reto de hacer compatible la descentralización de la enseñanza con la recuperación, a través de la escuela, de unos valores y una memoria compartidos. Sin ellos no hay cohesión nacional posible y tampoco Estado autonómico viable.

Promocionando a ministros como Rajoy, Matas, Villalobos o el propio Piqué, Aznar prepara el terreno para futuras batallas en las autonomías que no gobierna el PP o en las que es necesario el relevo, como Galicia. Y a la hora de reformar el sistema de financiación autonómica, el modelo de Zaplana marcará la iniciativa. La debilidad de Pujol en su propio terreno permite al PP mantener una relación privilegiada con el nacionalismo catalán e ilustrar en la práctica que no aplica la misma medida a quienes son leales con las instituciones que a los que no lo son. La permanencia de Mayor Oreja en Interior significa un aval a la política de firmeza contra ETA, pero también contra quienes tratan de obtener ventajas políticas de la violencia. La idea de que el PNV sólo modificará su posición si pierde poder cimenta un acuerdo implícito con los socialistas vascos para la alternancia.

Una política equilibrada necesita una oposición solvente. El panorama en este sentido es más bien desolador. La formación del nuevo Gobierno ha coincidido con la sentencia del caso Lasa-Zabala, episodio siniestro de los años de gobierno socialista. Pero, contra lo que algunos parecieron creer, es menos gravoso asumir el coste de las sentencias que la expectativa de una cadena de juicios pendientes. La tarea primera para el PSOE, y también para Izquierda Unida, es recuperar la credibilidad perdida. Para ello deberá renunciar a la superstición de las ocurrencias geniales y también a la autocomplaciente teoría de que han perdido por errores circunstanciales de campaña. Las elecciones se ganan o pierden por lo que se hace o deja de hacer desde la oposición y el Gobierno durante cuatro años. También para los socialistas ha llegado el momento de remangarse: hay que trabajar más, como entre 1977 y 1982. Para reconquistar la credibilidad no basta con decir lo contrario que el Gobierno y con negarle legitimidad. Esa táctica sirvió al PP entre 1993 y 1996 porque el Gobierno de entonces ya estaba muy debilitado. Recuperar la credibilidad implica dejar de jugar siempre al corto plazo. Como en fútbol, hay que tener paciencia para encontrar el hueco.

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