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Monarquía o república

Josep Ramoneda

Ante la apasionante perspectiva de cuatro años de mayoría absoluta triunfal del aznarismo, no queda más remedio que mirar al futuro. Y el futuro empieza en 2004. Si el poder de la adulación no puede con la elogiada terquedad de Aznar (y no hay indicio alguno de que éste ceda porque sólo los hombres vulgares son sensibles a las lisonjas), por aquel entonces habrá unas elecciones legislativas en las que el presidente no será candidato. Cuatro años son una eternidad en política, dice el tópico, pero, a la vista del estado de mercantilización del espíritu colectivo y del panorama que ofrece la izquierda, es perfectamente razonable utilizar como hipótesis de trabajo que el heredero designado por Aznar gane las elecciones y, por tanto, sea elegido presidente del Gobierno.Sabemos que Aznar no se presentará a las próximas elecciones, pero seguirá como presidente del PP. Es palabra del propio Aznar. De modo que el futuro presidente del Gobierno se encontrará en una situación insólita. Ocupará La Moncloa por decisión del electorado, pero pesará sobre él la sombra tutelar del presidente de su partido, un Aznar invicto que habrá dejado el poder por estricta voluntad propia. Probablemente, el nuevo presidente ni siquiera tenga los 10 millones míticos con los que Aznar ha borrado cualquier duda sobre su liderazgo. De modo que el hombre que liberó a la derecha española del estigma de la dictadura y le dio una legitimidad democrática contemplaría la escena política desde la calle Génova gozando del privilegio regio de disponer sobre lo que otros propongan. Durante su primer mandato (y sobre todo en campaña electoral), José María Aznar ha dado un gran protagonismo a su ilustre señora, Ana Botella. Es una novedad en la breve historia de la democracia española. Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González gobernaron sin que sus distinguidas esposas asumieran el papel de primera dama. Ana Botella, sí: ha sido algo más que la fiel acompañante del presidente. Cuestión de imagen, dicen, pero en la sociedad de la comunicación la imagen es el mensaje. Aseguran incluso que los expertos de La Moncloa tienen calculado el valor en votos de su intensa campaña electoral.

La primera dama no es una figura muy extendida en las democracias avanzadas. Tampoco el primer señor -o primer ministro consorte- en los casos en que la titular es una mujer. El marido de la señora Thatcher se distinguía porque las escasas veces que salía junto a su esposa iba siempre varios pasos por detrás. De modo que esta institución del gobernante consorte es una transferencia de la cultura monárquica. Cuando la legitimidad no proviene del sufragio universal, sino de la estirpe, como ocurre con la monarquía, es lógico que se realce la pareja como fundamento del hecho dinástico.

Con todos estos datos, nos podríamos encontrar, en el 2004, no sólo con un presidente heredero tutelado desde el partido, sino además con una pareja -José María Aznar y Ana Botella- instalada en la calle Génova. De modo que el país tendría una real pareja en La Zarzuela, un presidente en La Moncloa, y otra pareja real en la sede del PP. Curiosa pinza o simetría, según quiera verse. En un artículo escrito con motivo del último Congreso del PP, expliqué como el régimen político español podría definirse como una monarquía y su sombra. El presidente del Gobierno, al tener la legitimidad del sufragio universal, vive siempre en cierta rivalidad con la otra fuente de legitimidad política, la monarquía, que ostenta la jefatura del Estado, lo cual provoca una cierta deriva monárquica de la función presidencial. Aznar parece estar decidido a dar otro paso. Él también ejercerá de monarca con un presidente en funciones de primer ministro a su servicio. Pero las facultades del Rey para actuar sobre el presidente del Gobierno están limitadas por la Constitución, mientras que las del presidente del partido sobre un primer ministro salido de sus filas no tienen otro límite que la autoridad real y carismática de cada uno. De modo que, desde Génova, Aznar tendría todos los poderes para actuar más como un presidente republicano en la sombra que para reinar como un monarca. Sólo le faltaría eso a la izquierda: que la república viniera por la derecha.

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