_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuerpos gloriosos

¿Debe o no pedir perdón la Iglesia por su acciones pretéritas? Con el tiempo, va uno descubriendo que las cuestiones fundamentales son menos importantes que los detalles, y que hay que descender hasta el "cómo", el "dónde" o el "cuándo", para atar cabos o hacerse una composición de lugar mínimamente aseada. Por ejemplo: desde la perspectiva del no creyente, no se encuentra la Iglesia más necesitada de perdón que la democracia, la institución monárquica, o la republicana.Los hombres son como son, y tarde o temprano terminan haciendo una pifia. La Iglesia no ha sido una excepción, y aquí concluye el asunto. Se cambia sin embargo el ángulo de visión, y el panorama adquiere un aspecto por completo distinto. La Iglesia, según su propia definición, es el Cuerpo Místico de Cristo. O sea, una realidad sobrenatural presidida por el Hijo de Dios. La cuestión, entonces, no estaría en la oportunidad o no de que pida perdón por sus errores, sino en el hecho previo de cómo es posible que haya podido cometerlos. Sabemos por qué son falibles los hombres desasistidos de Dios. Pero comprendemos peor por qué lo son también sus representantes en la tierra.

Viene esto a cuento de las declaraciones recientes de monseñor Rouco sobre la guerra civil española y el papel que en ella jugó la Iglesia. Me parece bien que Rouco se resista a cantar la palinodia en solitario. En la enorme torpeza moral que fue nuestra guerra civil, todas la partes -la izquierda no menos que la derecha- echaron su cuarto a espadas. Pero Rouco ha añadido algo que suena un poco raro. A saber, que "la Iglesia sólo se examina ante Dios". Esto mueve a una cierta preocupación, y ello por razones más prospectivas que retrospectivas. Si Dios es la única instancia a la que la Iglesia se siente constreñida a dirigirse ¿cómo considerarla una interlocutora fiable en el orden civil, que es un orden humano? ¿Máxime cuando su ejecutoria evidencia los vanos, incongruencias y pasos en falso que genéricamente afean la conducta del hombre en este valle de lágrimas?

La interrogación carece de respuesta. O carece de ella, al menos, cuando se formula desde la orilla del no creyente. Nos hallamos ante un abismo, que sólo puede ser salvado mediante el compromiso, el sentido común, y la tolerancia recíproca. Apelando a estas virtudes esencialmente profanas -y por profanas, inteligibles para el conjunto de los hombres, quiero decir, tanto para los que están dentro como fuera del Cuerpo Místico-, me permito recibir con un grano de escepticismo la vehemencia penitencial que ha distinguido últimamente al Papa.

Mis reservas brotan, en rigor, de su actividad frenética en el terreno de las canonizaciones. Pío XII fue el iniciador moderno de la canonización en masa: generó treinta y tres santos, un número enorme en comparación de los consagrados por papas anteriores. Pues bien, esta cifra se queda en nada si la cotejamos con la de los santos producidos por Juan Pablo II: 270 hasta 1998 -mi último dato-.

Los santos ha constituido siempre un instrumento de poder en manos de la Iglesia. En tiempos medievales, el exceso de mérito acumulado por los santos sirvió como nutriente para la concesión de indulgencias, y por tanto, como una fuente de rentas para Roma. En la época contemporánea, se ha santificado a figuras que, siendo respetabilísimas, subrayaban, o representaban, posturas u opiniones concretas defendidas por la jerarquía.

En la misma línea, Rouco ha anunciado que impulsará los procesos de canonización de los 10.000 mártires de la guerra civil. Se hace difícil, muy difícil, no interpretar esta diligencia sin precedentes en términos políticos. O no ver en ella una beligerancia que se aviene mal con los propósitos de autocrítica hechos públicos por el Vaticano. Nos asomamos otra vez, qué se le va a hacer, al abismo de que hablé antes. Los católicos obedientes pensarán que se han multiplicado los milagros y señales que recomiendan la inclusión de nuevos nombres en el santoral. Los demás harán una lectura inspirada en criterios de Realpolitik. Sea como fuere, la muchedumbre de cuerpos gloriosos no colmará el abismo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_