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Fiel a sí mismo en toda su vida FERNANDO PÉREZ ROYO

Conocí a Jaime García Añoveros hace 40 años, cuando llegó a Sevilla como catedrático de Economía Política y Hacienda Pública. Desde aquella lejana fecha, que a mí se me aparece aún próxima en el recuerdo, hasta este triste momento de su muerte no he dejado de tratar a D.Jaime (al igual que sus otros discípulos, siempre le traté de usted, como, por otra parte, vi que él hizo siempre con su maestro D.Fernando Sainz de Bujanda). Le traté en la vida universitaria, como alumno primero, como ayudante luego, como compañero de cátedra durante muchos años, sin dejar de considerarlo siempre mi maestro.Le traté en la vida política, en la que, aparte de los tiempos anteriores a la llegada de la democracia, que merecerían capítulo aparte, tuvimos ocasión de compartir muchas cosas: debates en el Congreso de los Diputados durante su época de ministro de Hacienda, o la condición de contrincantes en la misma circunscripción de Sevilla, él como candidato de UCD y yo del PCE, en las tres primeras elecciones democráticas. En este campo concreto pude verlo en la victoria y en la derrota y tengo la impresión de que supo estar a la altura, ya que no por encima, de una y de otra.

He disfrutado de su amistad durante muchos años y creo haber llegado a conocerle bien. En fin, todo lo bien que se puede conocer a un ser humano, y más en el caso de alguien con tantas facetas como las de Jaime García Añoveros, que tuvo la fortuna de ser una persona de gustos sencillos y de ideas complejas y bien articuladas, acompañadas de una decisión y fuerza de voluntad envidiables. Por eso, porque le llegué a conocer, con sus virtudes y sus defectos, porque le aprecié y disfruté de su amistad, de su perspicacia, de su sentido del humor, siento ahora su desaparición, que se me antoja prematura y que se produce, en todo caso, cuando aún se encontraba en plena forma desde el punto de vista intelectual.

Aunque nacido en Teruel, pasó la mayor parte de su infancia en Tafalla, junto a su madre, viuda, y su tío, párroco en aquella localidad, a quien Jaime estuvo siempre muy unido y que con el tiempo llegaría a ser el obispo Añoveros, protagonista de un célebre caso de enfrentamiento al poder en los últimos años de la dictadura. Estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Valencia, en el Colegio Mayor San Juan de Ribera, y el doctorado, en Bolonia, en el Collegio di Spagna. Tras unos años como ayudante en la Universidad de Madrid, obtuvo la cátedra de la de Sevilla en 1960 y de allí no se movió. Administrativamente, me apresuro a aclarar, porque en punto a movilidad y desplazamientos de un lado a otro pocos le habrán superado. Durante cuarenta años dividió su vida entre Sevilla y Madrid, entre la enseñanza y el ejercicio profesional o la política. Sin parar literalmente hasta el último momento, como saben mejor que nadie Sisina, su mujer, y sus hijos, Elisa, Victoria, Jaime y Paloma.

En política se inició, si es que a esto de la política se le puede poner un comienzo, en el círculo de Dionisio Ridruejo, de quien siempre hablaba con respeto y cariño. Con la democracia fue diputado en las Cortes Constituyentes, protagonista en los debates de la reforma fiscal, y, en 1979, luego de repetir el acta de diputado por Sevilla, ministro de Hacienda en los diversos gobiernos de UCD hasta 1982. Luego se fue apartando discretamente, hasta el punto de que los lectores de su columna semanal en este diario recordarán que a veces hablaba de los políticos como si fueran una especie extraña. Y probablemente la política, en el sentido partidista de la expresión, fue para Jaime un paréntesis, aunque él mismo no negaría que su experiencia como político profesional quedó entre los mejores momentos de su carrera.

En cuanto a las ideas, creo que entre el joven D. Jaime de los años sesenta y el de la madurez hubo una evolución desde posiciones de una templada socialdemocracia hacia ámbitos más conservadores. Aunque él negaría tajantemente esta afirmación y consideraría que una y otra apreciación son simplificadoras. Da igual, porque en lo esencial sí que estoy seguro que fue fiel a sí mismo durante toda su vida: en la defensa y aprecio de la libertad y de la tolerancia como valores esenciales de la convivencia. No de manera retórica, sino práctica. Sus ideas nunca le impidieron apreciar a las personas por lo que valían (o él entendía que valían) y no por lo que pensaran.

Tuvo hasta el final la pasión del conocimiento, del pensamiento racional y detestó la intolerancia, la estupidez, las manifestaciones de irracionalidad. Y hasta el final le animó el cumplimiento del deber, incluso de aquellos deberes que cabría considerar prescindibles, como la columna de los jueves en EL PAÍS, que llegó a enviar incluso desde la clínica con ocasión de una intervención quirúrgica, o la tertulia en la SER, a la que no faltó mientras tuvo voz. La última vez que le vi, el pasado sábado, hablamos de la campaña electoral (yo había estado en un mitin del PSOE, él iba a votar al PP), de los amigos, de la Universidad, de literatura. Y estaba fastidiado por no poder ir a votar y no haber tenido la previsión de hacerlo por correo.

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Fernando Pérez Royo es catedrático de Derecho Financiero y Tributario y eurodiputado por el PSOE.

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