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Tribuna
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Verdugos

Hace cinco días, la novísima prueba del ADN salvó a un preso norteamericano cuatro horas antes de su ejecución. LaFevers tiene 34 años y lleva quince en el corredor de la muerte. Le condenaron porque tenía manchas de sangre en sus pantalones; ahora se ha demostrado que esa sangre no era la de la víctima. Que la pena de muerte asesina inocentes de modo habitual es una obviedad que nadie discute. Según un informe de 1987, entre 1900 y 1985 fueron condenados a morir en Estados Unidos 350 inocentes; 23 llegaron a ser ejecutados. La abundancia en el error sería razón suficiente para acabar con esta ignominia, pero es que además el asesinato legal envilece a la sociedad y no sirve para nada. Porque no sólo no baja la criminalidad, sino que a veces la incrementa.Amnistía Internacional está haciendo una campaña contra la pena de muerte. Estados Unidos no es, por desgracia, el único país que la utiliza: hay en total unos noventa (frente a 105 que son abolicionistas). Pero prácticamente todas las democracias han abandonado tan salvaje método, de modo que, al permanecer dentro del club de los verdugos, Estados Unidos se codea con unos colegas entrañables: Irak, Libia, Cuba, China, Afganistán, Irán... Esto es, todos sus enemigos, gentes a las que dice dar lecciones de derechos humanos. Por cierto que Estados Unidos va a la cabeza en la ejecución de menores y de subnormales. Como Terry Washington, que murió en 1997 en Tejas. Según las pruebas psicológicas, su edad mental era de siete años; fue incapaz de colaborar en su propia defensa y durante el juicio no se enteró de lo que estaba pasando.

En lo poquito que llevamos de año, los norteamericanos ya han eliminado a 19 personas; y en lo que queda de marzo hay otras quince ejecuciones previstas. Con la silla eléctrica, que quema las vísceras y los cabellos y provoca agonías de veinte minutos. O con inyección letal, supuestamente indolora, pero en realidad llena de fallos: puede tardar diez angustiosos minutos en funcionar. Los españoles tenemos a un preso, Joaquín Martínez, sometido a esta infamia. No es concebible que en el año 2000 un país tan moderno como Estados Unidos siga siendo tan bárbaro.

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