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VISTO / OÍDO
Columna
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Perdón, perdón, perdón

Quién verá un día a Felipe González, con un traje talar morado, pidiendo perdón. Como el Papa. Pero el Papa ya apenas tiene creyentes -tiene sociedades, intereses, acostumbrados- y tampoco los tendrá Felipe González. O su biznieto. Perdón por destrozar la izquierda. Por la invención del pelotazo y el cambio de sentido del trabajo, por los GAL y por haber creado en torno suyo un enjambre de ladrones; por haber abandonado la Internacional, el puño en alto; por haber devorado a sus antepasados del partido obrero, y enterrado las doctrinas de Pablo Iglesias y el esfuerzo de los socialistas durante cien años, y cualquier recuerdo del Frente Popular; y (sin desenterrar el hacha de la guerra civil) por no sostener la idea del sacrificio que costó mantener una izquierda. Por haber subido los alquileres, contenido los salarios, refrenado las pensiones, aprisionado la seguridad social. Por haber declarado la guerra al partido comunista. Por haber atacado a quienes querían juzgar a Pinochet, por haber enviado una fragata a la guerra del Golfo, por haber reconvertido el pacifismo de su primera campaña electoral en la primera guerra de la OTAN conducida por uno de sus ministros -aún le sacó la semana pasada a pedir votos-, por haber convertido en general al guardia civil Galindo de Intxaurrondo, por haber servido al neocapitalismo, por creer en Margaret Thatcher. Por imaginarse que era de izquierdas pero que la derecha le admiraría y le preferiría a los suyos propios. Por haberse rodeado de mediocres cuando gobernaba y cuando iba a dejar de gobernar; por haber permitido las primarias y haberlas anulado después; perdón por (y a) Borrell, Almunia, Morán. Perdón por el euro, la globalización, la mundialización, el acuerdo de Schengen, las pateras hundidas, el mantenimiento de las escuelas católicas, privadas y concertadas; por no haber llegado a tiempo a la constitución de las parejas de hecho, por no dejar terminadas las leyes del aborto. Perdón por haberse enfrentado con la libertad de prensa, por haber influido pesadamente en la radio y la televisión. Perdón por haber hecho creer que todo eso era la izquierda, con sus conversos y sus amanuenses y sus acólitos y su inmensa soberbia política. Tendrá en su casa, supongo, el vídeo del día en que ganó las primeras elecciones, y España brindaba, sacaba su champaña y sus viejas canciones y sus banderas y sus risas perdidas. Otro tiempo. Aquella etapa terminó el domingo.

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