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Las dos aceras

Javier Sampedro

Con tanto viaje al centro, con tanta libertad de empresa y con tanto vicepresidente semioculto entre la caverna y la montaña, los simpatizantes del PP es que ya no saben a qué lado ponerse de la calle Génova. Ayer, pocos minutos después de cerrarse los colegios electorales, y en la acera de los pares, justo enfrente de la sede triunfal del PP, una señora mayor sujetaba el móvil con la mano libre que le dejaba el bastón y decía:-Pues sí, sí, que aquí estoy con el Alejandro y la prima, y que parece que frisamos la mayoría absoluta, que digo yo que será para bien.

Pero en la acera de enfrente, un joven con el Pulligan ajustado a los anabolizantes y peinado con la misma marca de gomina que Roberto Alcázar y Pedrín daba pases de pecho a los coches con su bandera de la gaviota y bramaba: "¡Esta vez los barremos del mapa!".

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Según se supo poco después, a Pedrín no le desasistía por completo la razón. Sin embargo, qué feo está eso de los mapas barridos. Algunos simpatizantes del centro-derecha ya se sabe que derrotan más bien hacia el centro-derecha-derecha, y así no hay manera de hacer un debate, ni de dar una entrevista ni de acertar una porra ni nada de nada.

Cuando apenas eran las nueve, los simpatizantes ya querían que se asomara Aznar al balcón de la calle Génova. Pero hombre de Dios, ¿cómo iba Aznar a asomarse al balcón a esas horas, sin saber todavía si el balcón era un medio afín o si tenía concesión? Lo que les pasa a estos simpatizantes es que deben de ver la televisión pública y se creen que el presidente va por ahí compareciendo a diestro y siniestro como si esto fuera Massachusetts. Pues de eso nada, troncos y troncas. De eso, cero.

Pero no patatero, toda vez que Aznar, solo o en compañía de otros, acabó por asomarse al balcón a las 23.35 y provocó el frenesí con el siguiente balance de la situación:

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-¡Buenas noches!, dijo Aznar.

-¡Bieeeeeen! ¡Torero, torero!, clamaron los simpatizantes.

-¡Mi primer pensamiento es para todos los españoles!, dijo Aznar.

-Por eso suena este refrán, ¡que viva España!, cantaron los simpatizantes, pero en ese momento los servicios de megafonía pusieron Mamma mia let me go, y ya nada volvió a ser lo mismo. Los simpatizantes iban a más y coreaban "¡oé, oé, oé!" sin encomendarse a Dios ni al diablo ni entonar el mea culpa.

"Mira, mira ahí, si es Esperanza Aguirre, ¿o no es Esperanza Aguirre?", dudaba un señor engominado al que Federico Trillo se imaginaría perfectamente como ministro de Economía. Lo cierto es que sí que era Esperanza Aguirre, pero el señor hacía bien en dudar, ya que la calle Génova bullía de esperanzas recién salidas de la peluquería, llenas de mechas y de medias de perlé que ni eran demasiado feministas ni demasiado candeal ni demasiado de nada, y allí cualquier simpatizante se hacía un lío muy gordo.

Toda la calle Génova ha viajado al centro y se ha pasado a la libre empresa. Los cinco o seis puestecillos que vendían la banderola, el mechero y la gorra para ponerse con la visera hacia atrás estaban infestados de gaviotas hasta el gañote, pero esta vez no se había colado ni una sola bandera con la gallina. Ni una.

A decir verdad, al principio de la noche tampoco se veían banderas sin la gallina. Sólo empezaron a aparecer después de saberse que la mayoría era absoluta, y llevaban estampado el escudo constitucional. La gallina, según parece, está más pasada de moda que el Tribunal de la Competencia, así que los puestecillos se han dejado de milongas y han optado por una simbología sobria, eficaz, corporativa.

De entre los dos millones largos de jóvenes que accedieron al voto ayer por primera vez, diríase que la mitad estaban ayer en la calle Génova.

En algunas vallas de protección lucía el símbolo del PP. En otras se leía: "Ayuntamiento de Madrid. Protección de la Vía Pública". Debía tratarse de una confusión, porque el alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, jamás hubiera mezclado esos dos conceptos de forma tan desconsiderada.

La dama de noche

J.S Madrid

Aznar, Rato, Rajoy, Arenas: sólo una mujer formó parte ayer de los cinco magníficos que, al filo de la medianoche, se asomaron al balcón de Génova para celebrar el mayor triunfo del centro derecha de la democracia, y para amortiguarlo con sus manos abiertas: Ana Botella, la dama vestida de noche.

Del quinteto, sin embargo, sólo quedó la pareja en la pantalla que el PP había dispuesto en la fachada de su sede. Mientras Aznar arrancaba vítores, Botella sonreía a su lado con el gesto firme de quien nada hubiera perdido si las cosas hubieran sido de otro modo. Mientras Aznar tendía la mano abierta a los otros, a los que no sólo no le habían votado, sino que no le votarán, la dama alzaba su cuello para subrayar que los gestos políticos ya no son más que eso, gestos sin necesidad de pactos, retórica de cuello alto, blanco, bordado y distante según las escalas de la tradición, de lo inamovible, de lo que encaja por fin en su lugar natural. Así fue el balcón.

A medida que lo abultado de la victoria popular se fue haciendo patente, los simpatizantes fueron acudiendo en masa y la cosa se transformó en una fiesta. A las diez y media, Rato se asomó al balcón de Génova y dijo: "Gobernaremos para todos". La gente aplaudió.

Por lo demás, cuando desde una de las ventanas de la sede del PP se anunciaba la mayoría absoluta, los simpatizantes congregados en la calle corearon el célebre "¡Pujol, enano, habla castellano!". Y cuando se supo, también por un cartel desde una ventana de Génova 13, que Almunia había dimitido, la proclama fue: "¡Almunia, jódete, España es del PP!".

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