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Reportaje:

Neurología Genética El ambiente compensa en ratones fallos de aprendizaje debidos a los genes

Que los genes están detrás de rasgos como la inteligencia no es una novedad, especialmente después de que el año pasado un investigador, Joe Tsien, de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), creara ratones con más capacidad de aprendizaje -ratones inteligentes- que sólo se diferenciaban en que uno de sus genes se expresaba el doble de lo normal en el cerebro. Pero ahora ese mismo investigador demuestra con nuevos experimentos que los genes no lo son todo: un ambiente estimulante puede contrarrestar los efectos de una dotación genética poco afortunada.

En su artículo, publicado en marzo en la revista Nature Neuroscience, Tsien afirma: " indican que el aprendizaje y la memoria pueden aumentarse en los mamíferos tanto por factores genéticos como por la experiencia". Los ratones del experimento, sin el gen del receptor NMDA, mostraron serios problemas en el reconocimiento de objetos, olores y estímulos asociados a experiencias desagradables. El investigador quería saber dos cosas: si tales defectos se corregirían si los ratones vivían en un entorno estimulante y si, además, dicho entorno producía cambios estructurales en la región del cerebro estudiada. La respuesta es que sí a las dos preguntas. "Sorprendentemente, los déficit pudieron ser eliminados tras la exposición al entorno estimulante", indica Tsien.

Durante tres horas al día, a lo largo de dos meses, un grupo de ratones tontos se mantuvo en jaulas con juguetes, ruedas giratorias y casetas, que además eran renovados periódicamente. Lo mismo se hizo con ratones normales. Al cabo de ese tiempo ambos grupos se sometieron a las mismas pruebas que meses atrás habían evidenciado diferencias de habilidades entre ambos.

Una de las pruebas, por ejemplo, consistía en elegir comida con olor a chocolate después de que otros ratones la hubieran comido y los ratones sometidos al test olfatearan su aliento -los ratones escogen normalmente alimentos que saben que han sido comidos por otros congéneres-. Si inicialmente los ratones deficientes no diferenciaban entre los distintos tipos de comida, tras los meses en las jaulas enriquecidas "su respuesta mejoró muy significativamente", dice Tsien.

Respecto a los cambios estructurales en el cerebro, los investigadores comprobaron que tras los meses en las jaulas enriquecidas el número de conexiones entre neuronas en la parte del hipocampo estudiada había aumentado considerablemente, tanto en los ratones modificados genéticamente como en los normales.

Los resultados son interesantes también porque los ratones del experimento eran ya adultos (tenían unos dos meses cuando se metieron en las jaulas con juguetes), etapa en la que tradicionalmente se ha considerado que el aprendizaje es más complejo.

La cuestión está en saber si los cambios de comportamiento y los estructurales se relacionan entre sí. Según Howard Eichenbaum y Kristen Harris (Universidad de Boston), que comentan el hallazgo de Tsien en la revista, podría ser que efectivamente la capacidad de aprendizaje de los roedores aumentara gracias al mayor número de conexiones en el hipocampo.

Pero otra explicación sería que los estímulos enriquecedores hubieran provocado también cambios en otras regiones del cerebro como la corteza cerebral -área no estudiada por Tsien-. En la memoria no interviene sólo el hipocampo, sino que esta región forma parte de un sistema "en el que las memorias están probablemente almacenadas en grandes grupos celulares de la corteza, interconectadas entre sí", afirman estos investigadores.

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