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Tribuna:MANUEL CHAVES - CANDIDATO DEL PSOE
Tribuna
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Por placer y deber

Hay una foto de enero de 1974, día de San Raimundo de Peñafort: los profesores de Derecho en fiesta se fotografían como un equipo de fútbol. Los dos primeros por la izquierda, acuclillados, son José Rodríguez de la Borbolla y Manuel Chaves, dos futuros presidentes de la Junta de Andalucía. El joven Chaves, de Ceuta, que aún no había cumplido treinta años y ya vestía como el presidente Chaves, es el más vital, feliz como un impulsivo ariete estudiantil. Era socialista en la ilegalidad desde 1968, recién acabada la carrera, a los 22 años, en el Departamento de Derecho del Trabajo de la facultad de Sevilla, bajo el magisterio del catedrático y decano Rodríguez-Piñero, entre compañeros que se llamaban Felipe González, Escuredo, Rodríguez de la Borbolla, Joaquín Galán.Hijo de militar, el partido lo destinó a la UGT, casi inexistente o extinguida en los primeros años setenta, y fielmente sirvió al sindicato hasta que el partido determinó que fuera ministro de Trabajo en 1987, como antes lo quiso diputado por Cádiz. En el gobierno socialista chocó con la UGT, que le montó, aliada con CC OO, la huelga general del 14 de diciembre de 1988. En vísperas de la huelga Chaves estaba a orillas del Arno, en Florencia, donde eludió hablar de la huelga: parecía negarse a recibir el golpe destinado a la política económica del entonces ministro de Economía Carlos Solchaga. Allí mencionó el Plan de Empleo Juvenil, una de las causas de la huelga, y habló de negociación. Se negó a retirar el Plan, en contra de la petición de los sindicatos.

Chaves es un hombre abierto, poroso, pétreo, impenetrable. Parece carnal, tranquilizador, y de pronto descubre un fondo impersonal y plano, una poderosa lejanía, mientras sigue moviéndose con absoluta seguridad y diligencia de funcionario que cumple un deber ordenada y rutinariamente. Sus intervenciones públicas tienen una aspereza de palabras reglamentarias, filtradas, raspando la dentadura, como si el orador se pusiera límites a sí mismo y se obligara a algún ejercicio imposible. Manuel Chaves, gran humanidad de ojos y labios alargados y estrechos, parece en régimen de adelgazamiento perpetuo desde que su partido lo designara candidato a la Junta de Andalucía en abril de 1990.

Había caído Rodríguez de la Borbolla, y, aprestándose a sustituirlo, Chaves dimitió de su responsabilidad ministerial. Diputado por Cádiz desde 1977, había sido uno de los 24 parlamentarios andaluces que en mayo de 1978 constituyeron la Junta de Andalucía, entonces organismo preautonómico que negociaría en Madrid el Estatuto. El 26 de julio de 1990 Manuel Chaves tomó posesión como presidente de la Junta de Andalucía: julio es un mes simbólico para Chaves, nacido el 7 de julio de 1945, ministro en julio de 1986. Lo primero que hizo el presidente, casi antes de serlo, fue cometer un desliz: en la ceremonia de acatamiento prometió guardar el secreto de las deliberaciones en el Consejo de Ministros.

Alcanzaba la presidencia en días de Exposición Universal, AVE y autovías y fondos europeos. Invirtió en Seguridad Social, como desde el ministerio. Los escándalos económicos pasaron a su alrededor sin tocarlo, pero el partido, que siempre fue su fortaleza, se convirtió en su flanco más débil. Anguita sentenció que, con Chaves, Andalucía sería dirigida por Alfonso Guerra. Y, en abril de 1994, en el VII congreso del PSOE andaluz, Chaves descabalgaba de la secretaría general al guerrista Carlos Sanjuán, mientras un tercio de la asamblea, el sector de Guerra en pleno, le negaba el voto. Convocó elecciones. Javier Arenas, candidato del PP a la presidencia de la Junta, le presentó en un debate público las cuentas del PSOE según el PP: paro y corrupción. Chaves y el PSOE perdieron la mayoría absoluta, casi perdieron las elecciones.

Chaves es negociador por interés, es decir, un buen negociador. Desde su primer discurso de investidura en 1990, ofreció un acuerdo a todos los grupos, sin condiciones previas, con el objetivo de incorporar Andalucía a Europa. Contaba y contó con el rechazo de todos los grupos. Un líder de IU dijo que Chaves había estado en las nubes, pero Chaves recibió el apoyo inmediato de los sindicatos. El presidente ha preferido pactar incansablemente con grupos sociales para tejer una tela de araña social y económica, de empresarios, sindicatos y asociaciones. Pero, cuando el descenso casi abismal de 1994, no dudó en negociar con IU, dueña de 20 escaños.

Se negocia para ganar el poder, porque, como dijo Chaves, si no se gana el poder, no se puede transformar la sociedad. Entonces asumió puntos fundamentales del programa de IU, defendió el Parlamento y el Estado de Bienestar, prometió una semana de vacaciones semigratuitas para las amas de casa, buscó públicamente a Rejón, líder de IU, que declaró haber recibido el ofrecimiento de cinco consejerías y una vicepresidencia de Gobierno. Chaves lidiaba con un Parlamento hostil, pero también era acosado por un tercio de su partido. Sanjuán consideró un error irremediable prescindir de los guerristas para formar gobierno minoritario, y Chaves disolvió el Parlamento quince meses después sin haber visto aprobados los presupuestos de la Comunidad.

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En la quinta legislatura, además de conseguir la coalición del mínimo Partido Andalucista para gobernar en mayoría, Chaves se fortaleció a costa de un extraño aliado: su peor enemigo, el Gobierno central de Aznar y el PP. La fuerza de Chaves se basa en un principio de contabilidad: "Aznar no ha querido reconocer que hay 400.000 andaluces más, y eso es una afrenta que le costará cara". Chaves subió las pensiones asistenciales, mantuvo la gratuidad de ciertas medicinas. Los insultos de sus enemigos lo exaltaban: sátrapa, gamberro institucional, demagogo. A la afrenta se sumó la afrenta: Aznar cerró sus puertas al presidente andaluz, que iba convirtiendo su discurso en discurso de Jefe de Estado.

Preconiza la revolución: la de Internet, la de las mujeres, la de los emprendedores, nuevo concepto que quizá se refiera a lo que antiguamente fueron empresarios y hombres de negocios, terminología que comparte con Felipe González, su punto de referencia siempre, según confesión propia. Confiesa que el partido es sagrado: no sabría vivir sin estar en él.

Ha sido hasta ahora hombre de partido: lo demostró ante la cárcel de Guadalajara, con sus compañeros y amigos Barrionuevo y Vera. Sus amigos están orgullosos de ser sus amigos, hombre llano, de camisas de colores y gafas guardadas para ocasiones solemnes, siempre abrochada la chaqueta y ajustada la corbata, sometiéndose a la política como quien asiste a una forzosa fiesta familiar, con paciencia, con alegría obligatoria. Está casado y es padre de dos hijos, Paula e Iván, nombres de muchos hijos de ugetistas y socialistas de los setenta. Echa de menos la Universidad, o los años de la universidad, donde ahora sería profesor de Derecho del Trabajo. Echa de menos la otra vida que no ha elegido vivir.

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