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Grozni MIQUEL CAMINAL BADIA

El cambio de siglo tiene su nombre. Indica insensibilidad absoluta ante el genocidio. Esto es lo que sucede en un mundo occidental, donde la perversión de la política ha llegado a tal nivel que contemplamos el asesinato, la violación, la tortura, la humillación y todos los demás horrores de la sucia guerra con una intolerable pasividad. ¿Por qué los dirigentes de la Unión Europea montan en cólera contra Haider y se callan ante Putin? El fascismo puede ser una amenaza en Austria, pero es un hecho en Rusia. Porque la utilización totalitaria de toda una nación contra "el enemigo terrorista" es fascismo.Una vez más, política y moral siguen caminos contrapuestos. Kant confiaba en los filósofos cuando los políticos daban la espalda a la moral: "No hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes, como tampoco hay que desearlo, porque la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón. Pero es imprescindible para ambos que los reyes, o los pueblos soberanos, no dejen desaparecer o acallar a la clase de los filósofos sino que los dejen hablar públicamente para aclaración de sus asuntos, pues la clase de filósofos, incapaz de banderías y alianzas de club por su propia naturaleza, no es sospechosa de difundir una propaganda". La paz perpetua es la de los cementerios, decía el filósofo de Königsberg; la paz humana debe ser instaurada y para ello se necesita un político moral, "es decir, un político que entiende los principios de la habilidad política de modo que puedan coexistir con la moral, pero no un moralista político, que se forje una moral útil a las conveniencias del hombre de Estado". ¿Dónde están hoy los filósofos? ¿Dónde están los políticos morales?

Por razones de estrategia política los máximos dirigentes del mundo occidental no intervienen, y sólo opinan lo mínimo indispensable sobre una cuestión tan incómoda como la destrucción de Chechenia. Parece que la globalización tiene un agujero negro por allí, en las guerras del Cáucaso. Tan sólo los que leen muchos periódicos y revistas especializadas se enteran de los intereses de los Estados Unidos en aquella zona. Y Turquía, un "estado-frontera" que conviene a la Unión Europea por recomendación de Washington, y que ha vendido y vende a un altísimo precio sus servicios de muro de contención del peligro islámico y de suelo pantanoso para los rusos. Quién mejor que Samuel Huntington para explicarlo. Así lo hace este profesor de Ciencias Políticas y funcionario de la Administración norteamericana con su teoría del choque de civilizaciones. Pero lo que en verdad se está produciendo es un genocidio por aplastamiento de las pequeñas naciones, llámense Chechenia, Kurdistán, Palestina, y las que el lector quiera añadir sin demasiado esfuerzo al contemplar el mapa del planeta. Las grandes civilizaciones normalmente terminan negociando. Afortunadamente no tienen la fuerza de aplastar a la otra parte sin numerosas bajas en el propio campo. Pero no tendríamos que confiarnos después de vivir un siglo en el que tantos criminales han sido presidentes de Gobierno, incluidas las naciones más poderosas.

El caso de Chechenia es especialmente terrible por una razón: el nacionalismo agresor de una gran potencia. Porque Rusia todavía lo es con su arsenal nuclear. Sus gobernantes pueden practicar el terrorismo de estado con la bendición de la iglesia ortodoxa y la comprensión de la OTAN. No hay nada que hacer. Sólo esperar a que soldados sin libertad terminen su trabajo de tierra quemada. También Hitler hizo lo que le vino en gana hasta que disparó contra todos. En el mundo no quedan políticos morales que digan lo que su información privilegiada les exige moralmente decir. Ni el secretario general de las Naciones Unidas sabe lo que significa ser político moral. Que lea el librillo de Kant y aprenda algo sobre la paz perpetua. O que se vaya.

Pero, ¿y los filósofos? ¿Quién escribe "el artículo secreto para la paz perpetua"? ¿Todos los intelectuales se han vuelto mercenarios del poder? Algunos quedarán con la fortaleza moral de decir: ¡No a la guerra! Hoy, y mirando hacia el futuro, decir no a la guerra implica exigir de inmediato unas Naciones Unidas reformadas, y con autoridad arbitral internacionalmente reconocida, para dirimir los conflictos armados entre Estados y dentro de los Estados. Es esencial y urgente avanzar por este camino. El mundo libre no debe ya admitir "las razones de Estado", sino la justicia como valor superior para resolver los conflictos sociales, o bien nacionales. La ingerencia democrática es legítima y necesaria para acabar con el coto cerrado de los Estados nacionales. Es evidente que los dirigentes de las principales potencias mundiales están demostrando su radical oposición a este proceso, pero se puede intentar influir sobre las opiniones públicas respectivas para que cambien su actitud. Ésta es la obligación moral de los que tienen la capacidad de influir, y también de acusar contra la injusticia. La sensación de impotencia que nos produce la destrucción de Grozni, no debemos acentuarla con una mordaza autoimpuesta. Nos queda la palabra, mientras no tengamos la fuerza de galopar, de galopar hasta enterrarlos en el mar.

Miquel Caminal Badia es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Barcelona.

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