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El eco de los golpes

Un programa piloto de la Asociación de Mujeres Separadas ayuda a hijos de maltratadas a erradicar la violencia doméstica de sus vidas

María guarda en su retina infantil una imagen que preferiría no haber visto nunca: la de su padre golpeando a su madre. Para ella, el maltrato conyugal no es un tema de debate escolar, sino una durísima experiencia personal. Y lo peor es que, como todos los niños que han conocido en su hogar la violencia doméstica, corre un grave riesgo de repetir en el futuro el rol de víctima (permitiendo a su pareja que le pegue y le humille) o, si fuera chico, de agresor.Para ayudar a los adolescentes como María a buscar antídotos contra la violencia de género, la asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas, con 25 años de experiencia, desarrolla desde mayo en la Comunidad de Madrid un plan, pionero en España, que consiste en prestar apoyo psicológico preventivo para hijos de maltratadas. En este programa están participando 40 chavales de edades comprendidas entre los 11 y los 19 años.

María recuerda que hace tres años, cuando sólo tenía 12, se encontró de repente lejos de su casa y su ciudad, cobijada con sus dos hermanos y su madre en un centro de acogida para mujeres maltratadas. Pero lo peor ya había pasado.

"Mi padre casi nunca estaba en casa, y cuando venía discutía con mi madre, la insultaba y la pegaba; yo a veces me ponía delante para evitarlo y él se cabreaba y se marchaba, una vez nos echó y luego volvió a buscarnos", explica esta risueña estudiante de primero de secundaria. Habrá pasado un calvario dentro de su familia, pero ahora es una chiquilla extrovertida y alegre.

Ella no contaba a nadie lo que sucedía en su casa, pero, a menudo, en clase, se sentía perdida e incapaz de concentrarse en los estudios. "Desde que mi madre se separó ya no parece la misma, está más tranquila y nos hace más caso. ¿Mi padre? No sé, no lo veo, a veces, cuando pienso en él se me pone un nudo en la garganta y me entran ganas de llorar", explica.

Laura, la mejor amiga de María desde que ambas coincidiesen en la casa de acogida, tuvo que repetir curso porque las broncas que contemplaba a diario se interponían entre ella y los libros. "Nunca vi que mi padre le levantara la mano a mi madre, pero sí que casi todos los días la insultaba y la humillaba; a mí aquello me daba mucho miedo, y era uno de mis dos hermanos pequeños el que intentaba hacer las paces", relata esta niña menudita, que, mientras sufría esa sesión cotidiana de violencia, se sintió incapaz de hacer amigos en la escuela.

"Yo no sé por qué pasaba aquello, quizá es que mi padre aprendió a actuar así en su casa porque mi abuelo trataba también muy mal a mi abuela", reflexiona con una gran madurez para sus doce años de edad. Ella sigue viendo a su padre en el régimen de visitas fijado por el juez tras la separación, pero reconoce que no le resulta fácil y que a veces no sabe ni cómo actuar ni qué decir.

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Esther Ramos, la psicóloga que coordina este programa subvencionado por el Instituto de la Juventud, explica que los planes preventivos con jóvenes, sobre todo con aquellos con riesgo de reproducir las agresiones que han visto en casa, son "fundamentales" para acabar con la violencia sexista. "Algunas personas que trabajamos en estos temas dudamos de las posibilidades reales de cambiar las pautas de conducta de los agresores y, sin embargo, creemos que la solución está en prevenir este tipo de actitudes", añade. "Por supuesto que hay muchos hijos de padres maltratadores que no repiten ese papel, depende de cómo hayan conceptualizado lo vivido. Por eso el primer paso es ver cómo han interiorizado lo sucedido para, si hace falta, ayudarles a comprender la raíz de esos abusos", apostilla.

Luisa, 15 años, no sabe nada de su padre desde hace siete meses. "Cuando pienso en él siento pena porque creo que es un hombre acomplejado y egoísta que siempre va a estar solo y, sin embargo, veo que mi madre, aunque aún sufre secuelas por cómo la trató, saldrá adelante", cuenta.

"Desde niñas, mi hermana y yo hemos sufrido mucho al ver cómo mi padre maltrataba física y psíquicamente a mi madre. Nosotras le decíamos a ella que no podía ser, que no aguantábamos más, y al final, hace cuatro años, nos hizo caso y decidió separarse; después mi padre se fue de casa", explica.

Esta adolescente reconoce que lo vivido puede haberle creado cierta desconfianza hacia los hombres. "Claro que trato con chicos, pero cuando inicie una relación andaré con pies de plomo", admite esta alumna de secundaria.

Durante seis meses dos grupos de chavales, de 11 a 15 años y de 15 a 19, han reflexionado, con técnicas dinámicas y amenas, sobre las actitudes sexistas y la falta de control de la agresividad que provocan la violencia doméstica."No hemos organizado el curso para llorar penas", insiste Ramos. "Se trata de dar pasos adelante. Es terrible que un chaval viva estas cosas, pero lo importante es que aprenda a impedir que esa violencia reaparezca en su vida".

Los nombres de los chicos que salen en el reportaje son ficticios por expreso deseo de sus madres.

"No se me ocurrirá pegar a mi mujer"

Jorge, de 15 años, es de los que creen que la dura experiencia vivida en su casa le ha vacunado contra la violencia doméstica. "Tengo claro que no se me ocurrirá pegar ni insultar a mi mujer", asegura convencido este adolescente de aspecto sosegado y algo tímido."Mi padre no pegaba a mi madre, pero la insultaba constantemente y la trataba como si sólo sirviese para limpiar. Cuando estaba de buenas, era el hombre más simpático del mundo y te reías mucho con él, pero, de repente, le cambiaba el humor, se ponía nerviosísimo y se convertía en una persona terrible", recuerda. "Yo sentía miedo e inseguridad porque no sabía por dónde le iba a venir el aire", añade.

Jorge relata también el sufrimiento de su madre: "Se fue hartando porque, además, cada vez le daba menos dinero, no sé ni cómo nos llegaba para comer; así que un día nos marchamos a casa de mi abuela".

De los encuentros con su padre también se acuerda: "Al principio le iba a visitar y todo era desconcertante, él estaba encantador y no sabías ni qué pensar. Pero ahora ya no quiere tener nada con nosotros y puede que sea mejor así", concluye este chaval.

Ramos explica que los chicos reconocen fácilmente que sus madres han sufrido maltrato físico y les cuesta más identificar el psicológico. "Pero si se les pregunta por la causa de esa violencia muestran un estupor total o la atribuyen a causas equivocadas, como el alcohol", matiza esta psicóloga.

"La mayoría de ellos están convencidos de que nunca reproducirán la violencia que han vivido, aunque luego ves que no controlan su cólera y que están impregnados de sexismo", indica.

Todos los chicos que han participado en el programa son hijos de mujeres atendidas por la Asociación de Separadas.

Aquellos que han vivido con sus madres en centros de acogida tienen bastante asumido que en su familia ha existido la violencia doméstica. Lo reconocen y no se bloquean al hablar de ello. Pero hay otros chavales que se niegan a sí mismos lo ocurrido y necesitan un apoyo adicional.

El príncipe dulce y aburrido y la princesa alegre y enérgica

El tono dinámico y vitalista del curso se refleja en las propias opiniones de los muchachos que acuden a él contentos, como si quedasen con un grupo de amigos. "Por mí, podíamos seguir varios meses porque es una gozada", explica Jorge, que, como los demás, se apuntó al taller a sugerencia de su madre. "Creo que me ha venido bien, he aprendido muchas cosas y me ha dado un empujoncito para levantar el ánimo", asegura este adolescente, mientras recuerda lo "mudos" que estaban todos el primer día.Una de las partes del programa que más les ha llamado la atención es la que persigue enseñarles a canalizar las sensaciones de ira y de cólera. "Hay que ser asertivos", comentan a coro Laura y María, como quien repite una lección aprendida. Pero luego lo explican con sus propias palabras: "Es decir, que cuando tienes razón, para que te tengan en cuenta, no es necesario ponerse como un basilisco. Que hay que saber controlarse y decir lo que te molesta sin violencia".

A Luisa también le ha venido bien el curso para hablar de cosas que le dolían y que no comentaba a nadie. No porque el programa esté concebido como una terapia, sino porque resulta más fácil contar lo sucedido a quien ha vivido una experiencia similar.

Descubrir el sexismo

Ramos explica que otra parte del programa pretende que los propios muchachos descubran las actitudes sexistas de la sociedad, que están en la base de la violencia de género.

"Los chavales vienen convencidos de que ellos están recibiendo una educación igualitaria, pero les pides que redacten una carta de amor y, por ejemplo, entre las chicas es habitual que se sigan presentando como seres desvalidos a la espera de un héroe y casi nunca como sujetos que realizan actividades interesantes", reflexiona esta psicóloga.

Uno de los numerosos juegos con los que se ahonda en las raíces de algo tan grave como la violencia doméstica es un cuento con una princesa dulce, aburrida, desvalida, triste e indecisa, y un principe valiente, ágil y emprendedor. Primero se les pide a los chicos que subrayen las expresiones sexistas, y lo habitual es que les cueste encontrarlas. Después se invierten los papeles y todas las características de la princesa se le atribuyen al príncipe.

Al oír hablar de un príncipe "dulce y tierno" que, al acercársele la princesa, la mira "tímido, asustado y sonrojado", la hilaridad estalla entre los chavales, acostumbrados al rol contrario, y a partir de ahí se debate sobre las atribuciones que se dan socialmente a cada sexo. Al analizar el texto por segunda vez son más conscientes de las connotaciones que encierra.

El Instituto de la Juventud subvenciónó con un total de tres millones de pesetas este programa y otro que consiste en una asesoría específica para jóvenes maltratadas, ya que el 48% de las mujeres que acuden a la asociación son menores de 30 años.

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