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Tribuna:DEMOGRAFÍALos Nobel miran al siglo XXI
Tribuna
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Ningún país democrático permite el hambre

Ahora que se acerca el final del siglo podemos preguntarnos: ¿qué ha ocurrido en él? Muchas cosas; algunas, terribles; otras, agradables; otras, ni lo uno ni lo otro.Pero voy a preguntar algo distinto: ¿cuál es el hecho más importante que ha ocurrido en este siglo? Siempre me cuesta dar una respuesta clara a una pregunta trascendental, pero, si tuviera que señalar algo, creo que concedería el lugar de honor a la democracia como la forma de gobierno más aceptable. Con ello no niego el dato de que miles de millones de personas siguen viviendo en sociedades no democráticas. Pero la democracia ha avanzado con gran rapidez en todos los continentes, y ha adquirido un carácter de norma que era difícil de imaginar a finales del XIX.

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Hasta el siglo XX no se ha implantado la idea de que la democracia es una forma "normal" de gobierno a la que todo país tiene derecho, sea en Europa, América, Asia o África. Con anterioridad, solían producirse largas discusiones sobre si este o aquel país estaba -o estaba todavía- "en condiciones de tener democracia" (por ejemplo, los británicos aludían constantemente a ello cuando negaban a India su independencia). Esta situación no cambió hasta época reciente, con el reconocimiento de que la pregunta, en sí, estaba mal planteada: no hay que juzgar si un país está o no en condiciones de tener democracia, puesto que es a través de ella como debe adquirir esas condiciones. No tenemos que volver a establecer cada vez si un país (Suráfrica, o Chile, o Camboya, o Congo) está "preparado" para la democracia. Ahora eso lo damos por sentado. Se trata de un cambio fundamental.

¿Por qué es importante la democracia? Existen diversas respuestas, algunas más complejas que otras. Voy a limitarme a algunos puntos básicos y sugerir tres razones claras para valorarla. En primer lugar, la democracia y las libertades políticas que la acompañan constituyen parte importante de la libertad humana en general. Si la libertad es un requisito fundamental para vivir bien, también lo es la democracia. Impedir a alguien que participe en la vida política de la comunidad es arrebatarle algo muy importante.

En segundo lugar, la democracia puede servir para que la población más vulnerable reciba una mayor atención política. Los gobernantes tienen que escuchar a los ciudadanos cuando expresan sus necesidades, frustraciones y quejas. Desde luego, hay líderes que escuchan incluso aunque no se les obligue. Pero la democracia puede garantizarlo. Ésa es una de las razones por las que nunca ha habido una hambruna grave en un país democrático, ni pobre ni rico. Entre otras cosas, es difícil ganar elecciones después de una hambruna. Y los Gobiernos de los países democráticos no son inmunes a las críticas y censuras que les pueden dedicar los medios de comunicación y el Parlamento si la población empieza a morir de hambre. Por eso, las hambrunas se han dado sólo en países gobernados por potencias coloniales o extranjeras (como India o Irlanda cuando pertenecían a Gran Bretaña), regímenes de partido único (la URSS en los treinta, China en 1958-1961, Camboya en los setenta, o Corea del Norte en la actualidad) o dictaduras militares (Etiopía, Somalia o Sudán en años recientes).

Sin llegar a tanto, otro ejemplo significativo es el de Indonesia o Corea del Sur, que no echaban de menos la democracia cuando las cosas iban bien, pero vieron que sus voces quedaban apagadas cuando se produjo la crisis. Lo mismo ocurrió con la necesidad de mayor transparencia en los negocios y el Gobierno. Entonces la democracia se convirtió, de pronto, en algo fundamental, y por fortuna sigue siéndolo en dicha región de Asia.

En tercer lugar, la democracia contribuye a la formación de valores y prioridades mediante el debate público y abierto y la participación responsable. Los ciudadanos tienen la oportunidad de relacionarse unos con otros, comparar notas, discutir cuestiones y entenderse. Por ejemplo, en relación con el descenso de los índices de natalidad (en un mundo de 6.000 millones de habitantes), la idea de que una familia feliz debe ser relativamente pequeña se va extendiendo. También se ha ido afianzando la necesidad de que haya una situación justa dentro de la familia, de que no se obligue a las jóvenes a dar a luz y criar hijos sin parar. Así ocurrió en Europa en los dos últimos siglos, y ahora está ocurriendo en países de Asia y África. Numerosos estudios estadísticos confirman la relación entre democracia y reducción de la natalidad.

Puede parecer que esta última observación contradice la opinión, frecuentemente expresada, de que son las políticas coactivas lo único que ha permitido a China disminuir su índice de natalidad, algo que, por ejemplo, la democrática India no ha logrado. Pero esa forma de ver las cosas llama a engaño. En realidad, los textos empíricos contemporáneos contienen muchos datos que muestran la influencia de la educación, sobre todo la de las mujeres, en la disminución de los índices de natalidad (y de los de mortalidad infantil). Unos índices elevados son un obstáculo para la calidad de vida de las mujeres, sobre todo las jóvenes, puesto que el hecho de alumbrar y criar hijos repetidamente puede ser perjudicial para el bienestar y la libertad de la madre. Precisamente por eso el hecho de que las mujeres tengan más capacidad de hacer cosas influye de forma muy eficaz en la reducción de los índices de natalidad. Las mujeres tienen motivos muy poderosos para moderar el ritmo de nacimientos, y su influencia en las decisiones familiares aumenta a medida que lo hace su poder.

De hecho, estudios recientes en los que se comparan los distintos distritos en India (más de 300) muestran que la educación y el trabajo de las mujeres son las dos únicas variables con consecuencias estadísticas sobre la reducción de los índices de natalidad. Si se tienen en cuenta los logros de China en el incremento de la educación y el empleo femeninos, se ve que su baja natalidad sigue la pauta general en vez de contradecirla.

Además, aunque el índice medio de natalidad en India es superior al de China, es interesante observar que, en las regiones donde la educación y la posición de las mujeres están más avanzadas que en China, la natalidad es muy inferior a la de dicho país, pese a la ausencia de toda coacción. Y el índice ha disminuido a más velocidad, sobre todo en las zonas en las que la expansión de la educación femenina también ha sido más rápida que en China. Por ejemplo, en Kerala (30 millones de personas), la educación de las mujeres se ha extendido a mucha más velocidad que en China y, al mismo tiempo, la región ha experimentado un descenso mucho más rápido en los índices de natalidad. Mientras en China bajó del 2,8 al 2 entre 1979 (año en el que se instituyó la "política del hijo único") y 1991, en el mismo periodo, pasó del 3 al 1,8 en Kerala.

En cambio, la coacción sí puede tener grandes repercusiones en los índices de mortalidad infantil, sobre todo en el caso de las niñas. En 1979, Kerala y China tenían índices de mortalidad infantil muy parecidos. Desde entonces, el número de muertes de recién nacidos ha descendido en Kerala de forma más acusada que en China. A mitad de los noventa, los índices de Kerala (16 por mil para las niñas, 17 por mil para los niños) ya eran muy inferiores a los de China (33 para las niñas, 28 para los niños).

El desarrollo de la democracia es, sin duda, una aportación notable del siglo XX. Pero su aceptación como norma se ha extendido mucho más que su ejercicio en la práctica. El hecho de que haya un uso creciente del término democracia en regímenes no democráticos es un ejemplo de esa discrepancia entre las normas aceptadas y la práctica real. Hemos recorrido la mitad del camino, pero el nuevo siglo deberá completar la tarea. Confío -y espero- en que la democracia siga siendo un tema fundamental en las primeras décadas del siglo XXI. Hay cosas peores.

© Los Angeles Times

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