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Un maldito embrollo

Zaplana está afrontando su segunda -y, si creemos sus reiteradas manifestaciones, última- legislatura con mal pie. Cuatro años es tiempo suficiente para que el cuerpo social, que funciona con una considerable inercia en sus reacciones, perciba que el emperador va, si no ya desnudo, con algún que otro harapo de credibilidad colgando, conforme sus trapacerías habituales quedan al descubierto. Así, durante este tiempo ha estado repitiendo, con su desparpajo característico, que estábamos liderando el crecimiento español. Mientras tanto nuestra renta, año tras año, no ha dejado de caer. Por lo que si vuelven a oírle tal prédica no lo duden y califíquenlo fundadamente de mentiroso compulsivo. El Banco de España y la Fundación para la Investigación Económica y Social de la Confederación Española de Cajas de Ahorro los respaldarán con sus cifras inapelables. Pero también ocurre que, como no hay que entregar rehenes al diablo, algunas de las bombas con espoleta de acción retardada que Zaplana ha ido dejando por el camino están comenzando a activarse. Y ocurre también que empiezan en mal momento, porque tras el escándalo de Telefónica el caso Ivex se perfila más nítido, contra un negro telón de saqueo y expolio, ante una ciudadanía que está pasando de su anterior abulia a la santa indignación por momentos. Zaplana ha actuado hasta ahora, según me cuentan, tirando mano de una cierta gramática parda con visos de mercadotecnia. Verbigracia: si en una calle hay un gran montón de arena sólo lo sabemos los que por ella transitamos. Vamos pues a negarlo porque el noventa y nueve por ciento restante de la población lo ignora y mientras mi voz mediática sea la más fuerte conseguiré como mínimo inducir dudas en quien llegue a enterarse de las denuncias por cualquier medio. Pero esta argucia, que puede llegar a engañar a algunos durante algún tiempo, de poco vale cuando andamos todos ya con la dichosa arena metida en los ojos.Zaplana ha vuelto a recurrir a este método durante su reciente intervención ante las Cortes, evidenciando de paso que la existencia de mayoría absoluta por parte de un grupo en un parlamento lo esteriliza absolutamente a no ser que se vea contrarrestada por una gran cultura democrática, lo cual que parece no ser el caso. Ha rechazado la pertinente investigación parlamentaria con la excusa de que ya estaba el caso en manos de la justicia, pero si la denuncia, como ha ocurrido en alguna otra ocasión, hubiera surgido en las mismas Cortes hubieran respondido a la oposición que si tenían pruebas acudiesen a los tribunales. O sea, si está por medio la justicia el parlamento debe inhibirse, pero si se presenta en el mismo parlamento te remiten a la justicia en un perverso y vicioso círculo. Y mientras, nadie responde a los interrogantes acumulativos que están conformando este embrollo, ni a los más complejos ni siquiera a los más triviales. Comenzando por explicar si resulta normal que en un cambio de gestión dentro de un mismo gobierno se encarguen supuestamente auditorías. Siguiendo por justificar por qué el PP, en marzo de este mismo año, se opuso a que la Sindicatura ampliara su informe con un examen más pormenorizado -una auditoría mismamente- de las cuentas del Ivex y de CACSA. Incluso se me ocurre otra a voz de pronto: ¿Se exportaron realmente automóviles Ford a Túnez? ¿Las autoridades económicas tunecinas pueden certificar que se generaron derechos de compensación? Me parece imprescindible una consulta a los registros por epígrafes arancelarios del comercio exterior tunecino.

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