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La victoria del segundo

Un día antes de que terminase el torneo de golf de Valderrama, Miguel Ángel Jiménez era el rey. Iba ganando al todopoderoso Tiger Woods. "Estoy más a gusto que un guarro en una charca", decía. Las cosas rodaban bien. Luego se torcieron un poco: Jiménez falló en el último hoyo y quedó segundo. Y no por ello sintió que lo sacasen de la charca. ¿Por qué? Porque él siempre juega arriesgando, y saca placer y emoción de los avatares del golf. Y, se mire como se mire, ésta ha sido una temporada gloriosa, en la que se ha traído cuatro grandes trofeos a su casa de Benalmádena. Ayer recibió un homenaje de su patrocinadora, la consejería de Turismo y Deportes de la Junta. Al propio consejero, José Núñez, le pareció curioso este reconocimiento, dado que el protagonista no está enfermo, jubilado ni hundido, sino arriba del todo.Miguel Ángel Jiménez es un hombre tímido y poco dado a dirigirse al público. Habla bajito, muy rápido, y cuando se le cuenta que en Estados Unidos le llaman "el mejor de los jugadores desconocidos", se le sube la sangre a la cara. "Bueno, ya no me pueden llamar desconocido", sonríe, recuperando el color. "Pero yo tengo claro quién soy, de dónde vengo y cuál es mi situación en la vida", añade. "Me he hecho a mí mismo".

Jiménez nació en Málaga, el día de Reyes de 1964. Cuando era chico aprovechaba que su hermano Juan era profesor de golf para ganarse unas pesetas los fines de semana, haciendo de caddy o de bolero. ¿De bolero? "Sí, recogiendo pelotas usadas para venderlas de nuevo". A los 15 años decidió que no quería estudiar más, que lo suyo era el golf. "Veía como Juan trabajaba y se ganaba la vida honradamente, y quería lo mismo". Pensaba dar clases. Pero descubrió otra posibilidad apasionante: la competición. Y se tiró de cabeza. Se puso "a entrenar y a entrenar", y a los 18 años se hizo profesional. A los 21 competía a fondo "para llegar"; era dífícil, "el circuito era más duro, no había tantos torneos". Daba alguna lección para ahorrar y poder salir de viaje a competir. "Cogíamos el coche y a Barcelona o a Burdeos; ésos fueron los comienzos nuestros".

En 1988 consiguió la tarjeta del circuito europeo, y de ahí en adelante, todo fue ascender. Ahora, en el terreno profesional, lo que más ilusión le hace es ganar un Major. "Las metas deben estar lejos, lo más lejos posible, para que en el camino hasta ella quepan muchas cosas. Y si entretanto gano un torneo pequeñito, pues bienvenido sea, porque me da autoconfianza", explica.

Le quedan pocas horas libres, porque viaja unas 30 semanas al año. De Dubai a los Estados Unidos, de aquí para allá. Dentro de nada tiene que salir para Sudáfrica. Así que el resto del tiempo procura pasarlo con su familia. Tiene dos niños; uno de cuatro años y medio, Miguelito, que ya quiere jugar al golf y le pide que le lleve al campo, y otro de 10 meses, que todavía no dice nada.

Si no fuese golfista, a Miguel Ángel Jiménez le gustaría ser piloto de carreras. Le encanta conducir, la velocidad, los coches... Tiene un Ferrari. ¿Es competitivo? "Bueno, compito contra mí mismo". Se quiere bien, y tiene claro que seguirá dedicándose a esto mientras le divierta, "mientras se me revuelva algo aquí", y se señala el estómago. "Luego ya veré. A lo mejor me dedico a la enseñanza", reflexiona.

¿Y qué hace para relajarse, concentrarse y golpear? ¿Es un hombre tranquilo? "Tranquilo... regular. Me exalto mucho discutiendo. Pero en el campo me paro, respiro hondo, y ya".

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