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¿Ha muerto la teología de la liberación? JUAN JOSÉ TAMAYO

Juan José Tamayo

Cada vez se habla menos de la teología de la liberación (TL), tanto en el Tercer Mundo como en el Primero. Y ya se sabe: aquello de lo que no se habla, no existe. Pareciera que se la hubiere llevado por delante el huracán de la globalización, sin dejar de ella ni el nombre, o que hubiera sido absorbida por el pensamiento único. Y todo sin conflicto, sin ofrecer resistencia, en un acto de rendición incondicional. Hay, incluso, quienes, al situarla arteramente en la órbita del socialismo real, creen que la caída del muro de Berlín supuso la muerte de la teología de la liberación o, al menos, su crisis más profunda, de la que todavía no ha logrado recuperarse.Si a esto añadimos las operaciones de acoso y derribo, casi desde su nacimiento hace 30 años, de que ha sido objeto por parte del Vaticano, de los poderes económicos e incluso del Pentágono, que en esta causa han demostrado una sospechosa coincidencia, no es de extrañar que la muerte de la teología de la liberación sea considerada hoy por muchos un hecho incuestionable.

Las cosas son, sin embargo, más complejas que todo esto. Se nos quiere presentar como afirmaciones probadas lo que no son más que prejuicios y juicios interesados de valor de los enemigos de la TL u opiniones revestidas de rigor científico que difícilmente resisten la comprobación de los hechos. Porque ni la globalización ha logrado someterla a su lógica excluyente, ni el pensamiento único ha conseguido domesticar su impenitente función crítica, ni su suerte estuvo nunca asociada a la del socialismo real. Todo lo contrario: la TL ha desenmascarado los efectos destructivos de la globalización neoliberal en la economía, la política, el tejido social y la ecología latinoamericanas, ha opuesto resistencia al pensamiento único, desmintiendo sus falaces verdades universales, y se ha mostrado siempre crítica del socialismo real, abogando por un socialismo democrático.

Un reciente viaje por América Latina me ha permitido confirmar la vitalidad y el dinamismo de la TL. Su método, caracterizado por la doble mediación: socioanalítica y hermenéutica, y la orientación a la praxis, está muy presente y activo en los diferentes ámbitos de la vida religiosa: comunidades de base, movimientos cristianos proféticos, sacerdotes, religiosos y religiosas, obispos, etcétera. Sirva como ejemplo la siguiente anécdota: dos obispos brasileños, no precisamente partidarios de un cristianismo progresista, han pedido que se enseñe en los seminarios teología de la liberación para que los sacerdotes jóvenes se decidan a trabajar pastoralmente en ambientes marginados y no se aburguesen entre la informática y la posmodernidad. La teología de la liberación constituye hoy, a mi juicio, el modo de pensar generalizado entre los teólogos y las teólogas más creativos del continente latinoamericano.

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La TL se encuentra en uno de sus mejores momentos. No se limita a repetir miméticamente lo dicho y escrito por sus fundadores hace 30 años. Intenta, más bien, responder a los nuevos desafíos de manera crítica, utópica y creativa, sin renunciar al impulso ético-profético originario, pero sin quedarse en las formulaciones fundacionales que, como las actuales, son relativas. En América Latina hoy se hace teología de la liberación a partir de los nuevos sujetos que están emergiendo con fuerza y protagonizan los cambios estructurales, guiándolos en dirección a la transformación de las estructuras y al despertar de las plurales subjetividades en interacción. Coincido a este respecto con la pensadora mexicana Marcela Lagarde en que "los nuevos sujetos, con sus antiguas y nuevas historias y sus rostros cambiantes, desvelan las varias formas de la enajenación y luchan por eliminar las prácticas, las relaciones y la cultura que generan opresión y miseria. Enfrentan de manera dramática la adversidad y destinan nuevos esfuerzos sociales para convencer, ser escuchados y dialogar. Es notable que a pesar de las normas y de los pactos de poder que los excluyen, esos nuevos sujetos han alcanzado logros enormes, aunque todavía sean insuficientes". Estos sujetos son conscientes de que el actual modelo de desarrollo neoliberal, globalizador, radicalmente injusto y uniforme, no sólo no les proporciona posibilidades de mejora, sino que los somete a un proceso de marginación y exclusión crecientes.

Los nuevos sujetos desde donde se elabora la actual teología latinoamericana de la liberación son: las mujeres, la Tierra, el campesinado, los pueblos indígenas y la población negra, que conforman los diferentes rostros de la pobreza. Estamos ante una teología más plural y abierta que la de los años setenta, que centraba su atención casi exclusivamente en el factor económico y descuidaba otros aspectos igualmente relevantes, como el género, la etnia, la cultura, la religión, etcétera. La TL, desarrollada desde los nuevos sujetos, es consciente de que, como dice J.Pohier de toda teología, es un "saber parcial sobre un objeto parcial" y no puede totalizar el ámbito de la liberación, pero cree poder contribuir modestamente a la crítica y superación del racismo, el sexismo, el clasismo, así como de los etno-cidios, geno-cidios y bio-cidios causados por el paradigma de desarrollo de la modernidad occidental.

Las mujeres latinoamericanas, excluidas ayer del campo del conocimiento, asumen hoy el protagonismo en la reflexión teológica y conducen a la teología futura por la vía del ecofeminismo. Con la ayuda del feminismo, han revolucionado no pocos conceptos androcéntricos acuñados por la primera teología de la liberación, que las mujeres teólogas articulan en torno a las categorías de género y vida. La opción por los pobres se traduce aquí como opción por las mujeres pobres.

La Tierra se ha convertido en uno de los principios inspiradores de la actual TL. "Ciencia de Dios" (=Teología) y "Ciencia de la Tierra" (=Ecología) no son discursos paralelos, y menos aún enfrentados; ambos parten de dos heridas que sangran: la de la pobreza, que rompe el tejido social de miles de millones de seres humanos, y la de la violencia contra la naturaleza, que quiebra el equilibrio del ecosistema. La perspectiva ecológica enriquece a la TL, ya que incorpora en su discurso las aportaciones de las ciencias que tienen que ver con la realidad cósmica y con la vida amenazada: geo-logía, bio-logía, cosmo-logía, bio-ética, eco-logía, eto-logía, etcétera.

Los campesinos y campesinas que luchan por la tierra abren nuevos horizontes a la TL. La tierra, amén de área geográfica física y espacio ecológico, es experimentada por ellos no idílicamente, sino en clave dialéctica: como lugar de vida y, con frecuencia, como causa de muerte; como espacio de realización humana y, casi siempre, como fuente de conflicto; como realidad sociopolítica opresora y, a veces, como vivencia religiosa liberadora. Los campesinos persiguen la armonía con la tierra, pero a través de sutiles formas de resistencia frente a sus opresores, que son realmente los señores de la guerra.

Entre los nuevos sujetos de la TL hay que citar a las comunidades indígenas y campesinas, humilladas en su dignidad y tratadas como extranjeras en su propio lar. A ellas se les niega su campo estructurante de lo cotidiano: sus símbolos, tradiciones, religiones, dioses, su concepción del mundo, lengua, arte, relación con la tierra. La TL lleva a cabo una reflexión desde la propia cultura indígena y negra, con la intención de reconstruir las alteridades genuinas negadas por el cristianismo imperial y colonial.

Una línea transversal recorre las nuevas formas de TL: la crítica de la religión económica del mercado y de su lógica idolátrica, que exige el sacrificio de vidas humanas y el holocausto de la naturaleza. La TL se decanta por el Dios de la vida de las religiones proféticas y místicas frente a los ídolos de muerte de la religión del mercado sin entrañas.

Juan José Tamayo es teólogo y autor del libro Presente y futuro de la teología de la liberación.

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