Dos mansiones hacen la estatua
Dos mansiones se alzan como efigies en el centro de San Sebastián. Ocupan un territorio predilecto, en la milla de oro de la capital, y son codiciadas por los bolsillos más opulentos del país. Se trata de un edificio situado en el número 16 de la Avenida de la Libertad y de otro asomado a la playa de La Concha, contiguo al hotel Niza. Ambos inmuebles pertenecen al mismo propietario y permanecen con las persianas echadas desde hace varios años. Pasa el tiempo, vencen los años sin apreciarse ningún movimiento en ellas; sólo levantan exclamaciones de fascinación por su excepcional configuración arquitectónica e inmejorable posición. Entretanto, el dueño de estas mansiones, Julián Olaizola, un constructor y promotor inmobiliario apodado como El francés, las conserva como estatuas en dos puntos estratégicos. Julián Olaizola es un pleitista pertinaz, un sosegado inquilino de los tribunales al que los veredictos, sean a favor o en contra, le traen al fresco. No se inmuta; son gajes del oficio. Es constructor y promotor inmobiliario de profesión -ya jubilado-, y litigante por extensión. Bien es verdad que su origen humilde y sobria apariencia le confinaron casi siempre a pie de obra, no así por su envidiable situación económica, que podría mantenerle alejado de andamios y escombros -su territorio natural-. Ambos edificios cayeron prisioneros de largos contenciosos administrativos. El de la Avenida de la Libertad, un recio edificio de siete plantas coronado por una fastuosa cúpula, ha estado sujeto a un complejo proceso urbanístico. Invirtió miles de millones entre 1989 y 1992 en construir la casa, y se empeñó en hacer un pastiche bien logrado de un edificio singular situado casi enfrente. El Ayuntamiento le abrió un expediente sancionador en 1991 porque la obra no se ajustaba a la licencia concedida, lo que desató una sucesión de juicios que terminaron en el Tribunal Supremo, cuyo veredicto fue favorable al demandante. El propietario, según ordenaba la sentencia, tiene que modificar toda la distribución interior del edificio, que en varias plantas está delineado para alojar oficinas en lugar de viviendas, como prescribía el permiso municipal. El edificio de la Avenida de la Libertad ha vegetado durante estos últimos siete años, aunque en modo alguno ha pasado desapercibido. En su planta baja se ha perpetrado una campaña contra la construcción de los prismas del Kursaal. Además, su titular se ha encargado de distinguirlo como el edificio mejor iluminado de San Sebastián. Más cerca en el tiempo, El francés se ha visto involucrado en otra discusión judicial, esta vez como actor secundario. Compró el solar donde existía un palacete llamado Villa Manolita. En la transacción heredó una licencia de obra que le autorizaba a derribar aquella peculiar edificación, pero la mercancía estaba averíada puesto que nadie le advirtió de que la licencia municipal estaba recurrida por varios particulares, quienes alegaron la existencia de normas especiales que protegen el centro de San Sebastián y, con más razón, áreas como el Paseo de La Concha. El Tribunal Superior de Justicia del País Vasco falló en 1997 que la licencia fue mal dada, aunque el Consistorio ha llevado el caso hasta el Supremo, cuya sentencia no se hará pública antes de dos años. Mientras tanto, el privilegiado edificio construido por El francés, que también ha demandado al Ayuntamiento exigiendo la devolución del 15% del aprovechamiento del suelo que pagó en 1992 al recibir la licencia, no puede hacer ningún uso del inmueble. Su valor en el mercado -tiene seis plantas y dos torreones- ronda actualmente los 2.000 millones de pesetas, pues ocupa un territorio donde el metro cuadrado de vivienda se cotiza en estos moementos a un millón de pesetas.
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