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Tribuna
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El golpe

JUVENAL SOTO El 18 de julio de 1936 mi madre era una niña recién llegada a Málaga del brazo de una familia, la suya, que venía desde Cataluña con la intención de ampliar el negocio de mi abuelo materno, un republicano de Azaña continuador del tráfago industrial de sus antepasados. Mi padre, aquel mismo 18 de julio de 1936, era un pimpollo de familia asturiana dispuesto para entrar en la Universidad de Madrid. Ni mi abuelo amplió su negocio, ni mi padre entró en la Universidad. El golpe de Estado con el que un grupo de generales subvirtió el orden constitucional de la II República española el 18 de julio de 1936 obligó a mi abuelo a retirarse, aquí en Málaga, de sus aventuras comerciales; a mi padre le inspiró una idea de la que, pasados los años, me hablaría sin remordimiento pero con extraordinaria cautela: entrar, como marinero voluntario, en la división de cruceros de la flota española que se unió a los golpistas. Meses más tarde mi padre, desde su puesto en la segunda torre de popa del crucero Canarias, bombardeó la ciudad en la que vivía una niña con la que, años después, se casaría. Esta pequeña parte de la gran tragedia que vivió toda España desde ese 18 de julio de 1936 hasta el 20 de noviembre de 1975 -la guerra civil terminó cuando la muerte de Franco- es el trozo de mi historia familiar que los diputados y diputadas del Partido Popular pretenden negarme, a mí y a unos cuantos millones de españoles que, como yo, padecieron en la familia propia la tropelía fascista acaudillada por un militar con graduación de general, Francisco Franco, que no respetó ni la bandera que había jurado. Ahora, una mujer llamada Teófila canta una copla que promete la revolución a cambio de votos andaluces que le regalen a ella la presidencia de la Junta de Andalucía. Esta mujer es la alcaldesa de Cádiz y es una diputada del Partido Popular por esa misma ciudad. Esa mujer no condena el golpe fascista militar de Franco y sus secuaces porque, según ella, "ahora no viene a cuento". Según esta mujer, y según sus compañeros de partido, no es conveniente que yo recuerde ahora que por mor de aquellos golpistas cupo la posibilidad de que una bomba disparada por mi padre matase a mi madre. No conviene, según esta mujer, y según sus compañeros de partido, que yo sopese la posibilidad de ni siquiera estar escribiendo esto porque si aquella bomba disparada por mi padre hubiese matado a mi madre yo no hubiera tenido los padres que me concibieron. ¿De qué revolución habla esta mujer? ¿A quiénes pretende engañar una mujer incapaz siquiera de reconocer su propia historia? ¿Qué clase de broma de pésimo gusto intenta protagonizar a costa de los andaluces esta mujer y los que amparan a esta mujer? ¿Quién tendrá el descaro de votar a una mujer cuyo margen de dignidad ni le deja hablarnos a los andaluces de cuanto pasó en España desde 1936 hasta 1975? Ni el polvo que ya es mi padre, ni los 70 años de vida de mi madre están dispuestos para soportar tanta desvergüenza en una sola mujer.

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