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Un congreso agónico J. J. PÉREZ BENLLOCH

Se acaban de cumplir 20 años de aquel otro congreso extraordinario del PSPV que se celebró en la Facultad de Económicas. Se discutía entonces la reconversión del partido para extirparle las adherencias marxistas y fabianas con el fin de acomodarlo a la nueva prédica, políticamente correcta. Felipistas y críticos iban a la greña. La pugna se cobró la cabeza de Joan Pastor, secretario general y heraldo del socialismo crepuscular. Se postulaba Manuel del Hierro para sustituirle y una llamada "tercera vía" pactó entronizar a Joan Lerma. Fue el "Pacto de Don Ramón", por el restaurante donde lo suscribieron los García Miralles, Guardiola, Sotillo y algunos otros ilustres. A partir de entonces, y después de una drástica limpieza política, los socialistas valencianos gozaron de una larga paz y estabilidad, aunque en ocasiones nos rememorase la de los sepulcros. Será por la distancia en el tiempo, o por la novedad que en aquellas calendas representaba el trajín congresual, pero lo cierto es que ayer evocábamos con nostalgia esas lejanas jornadas. Tuvieron, a nuestro entender, cierta grandeza y la ilusión de que se debatía algo tan decisivo como el futuro ideológico del socialismo. Ayer, en cambio, mientras se consumían las horas deambulando de cenáculo en cenáculo por el Palacio de Congresos y pulsábamos el abatimiento de la grey partidaria, teníamos la impresión de asistir a un sarao disparatado, tedioso y previsiblemente inútil para aliviar y menos aún para resolver los problemas del PSPV que, sumariamente, se resumen en el problema del liderazgo. Por otra parte, tampoco cabía esperar la contribución de ninguna tercera vía para enmendar -o agravar- el enredo de las cuatro que competían en una suerte de rigodón inacabable. Ciprià Ciscar, Joan Lerma, Antoni Asunción y Joan Ignasi Pla danzaban sin parar y sin parar cambiaban de pareja con tal de hallar la ecuación prodigiosa que les garantizara una mayoría presentable y sus personales expectativas que asimismo eran tan cambiantes como las figuras del caleidoscopio. Nada sorprendente, sin embargo, cuando está el poder en juego y su reparto ha de resolverse mediante la negociación. No obstante, y ésta es una objeción que se cae por su peso, ¿a quién se le ocurrió convocar este congreso cuando tan fragmentadas estaban las sensibilidades e irreconciliables las familias? Alguien ha de anotarse este dislate. Pero una vez consumado, y por un mínimo y debido respeto a las sufridas bases, era exigible que los agonistas del conflicto se apeasen de sus codicias y habilidades trileras para fletar una salida posible y suficientemente respaldada para dejar de mirarse el ombligo y acometer la reconquista del crédito electoral. Algo que, a tenor de las circunstancias, nos parece una tarea ímproba y que quizá haya que aplazar hasta el próximo congreso ordinario. Éste no ha resuelto prácticamente nada que no dejase irresuelto el congreso anterior de la Politécnica. ¿A quién se le carga el mochuelo? Podría argüirse que es un pecado colectivo, pero se me antoja una injusticia, además de una inexactitud, incriminar genéricamente al partido, que transige con carros y carretas con tal de que no acabe en el desgüace, o disuelto por la presión social, como el mismo Felipe González auguró en su reciente bolo por Valencia. A mi entender, pues, hay que afinar más y señalar con el dedo a quien por autoridad moral y relevancia orgánica más responsabilidad le incumbe en este caos. Y ése no es otro que Ciprià Ciscar y sus filibusteros. Él y ellos han de sentarse en el banquillo y penar, como han penado ya, su beligerancia antirromerista, las arbitrariedades cometidas desde la comisión gestora y el ensorbecido autoengaño de creerse mayoritarios. Ahora se les ha pasado factura, negándoles el pan la sal y hasta la piedad. Y mucha piedad necesitará el ex consejero de Cultura y secretario federal de Organización para no sumarse a los cadáveres políticos. Los Lerma y Asunción tampoco pueden salirse de rositas. Aquél porque, devaluada su preeminencia en el PSPV, conspira con los ojos puestos en Madrid y en la venia de la ejecutiva federal que ha de dotarle de un viático jubilar. Y el otro, el ex ministro, se ha enrocado en su condición de portavoz parlamentario en las Cortes para empecinarse en la secretaría general, aún cuando es el que menos votos delegados moviliza y la experiencia -malísima- de la última campaña debiera moderar sus ambiciones. En suma, tres valores amortizados que, en tanto no pasen a la escala de reserva, seguirán aherrojando al PSPV. El futuro, incluso el inmediato, no pasa por ellos, sino por los Joan Ignasi Pla, Ana Noguera y la generación emergente. Todo lo demás es prolongar la vieja agonía con soluciones agónicas.

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Vicente Garcés
Juana Serna
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