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Simplemente domingo

Miquel Alberola

Lo único cierto es que la previsión meteorológica se estaba cumpliendo a media mañana. Los termómetros, con las especificidades comarcales oportunas, rayaban los treinta grados. Sin embargo la temperatura electoral estaba un poco fría. El termostato de la democracia y el del turismo no son convergentes. O nunca debiera votarse en domingos ni fiestas de guardar. Aunque eso tampoco aportaba ningún dato para disipar la incertidumbre que planeaba sobre algunas cabezas. No era necesario ser Rafael Blasco para saber que a mediodía, la mayoría absoluta estaba en la playa. Estaba por ver que las urnas consiguieran trasvasarse la ocupación de la franja litoral y se consumaran los pronósticos de los gurús más acreditados. Las periferias habían preferido la crema protectora a las papeletas y la nevera portátil a la urna, que no dejaba de ser otra clase de ejercicio democrático. En todo caso, el poder valenciano había estado moviendo influencias en Madrid para que por la tarde asomaran algunas tormentas y el electorado regresase a cumplir con sus obligaciones. En la ciudad era asimétricamente distinto: en los barrios se detectaba cierta inquietud electoral, pero en el centro de Valencia no había ningún síntoma de que en este día hubiese una convocatoria para elegir a los representantes municipales, autonómicos y europeos. Sin embargo, en el Colegio Hermes de Patraix, algunos electores en bermudas y chanclas naufragaban ante el proceloso mar de papeletas blancas, azules y sepia que había sobre las mesas, y se daban una nueva oportunidad en la barra del club de jubilados, mientras las urnas esperaban con las fauces abiertas y acuciaba el fragor de las timbas tras los parabanes. -Ponme un vaso de leche, que estoy mareado. No, una horchata. -¿En qué quedamos? -Eso digo yo. A esa hora la calle de San Vicente canalizaba una colosal corriente migratoria de domingueros urbanos hacia la plaza de la Virgen, aunque eso no se significaba en la caja de limosnas del trompetista pobre que se esforzaba en soplar Perfidia con mucha dignidad. Mientras tanto, a la puerta del Círculo de Bellas Artes, Álex Alemany, el pintor del régimen, realizaba un retrato al aire libre con caballete como si no pasara nada. Y así era. A no ser porque en el interior de la entidad se celebraba una subasta sin que aflorara la pasta, pese al empeño oral del oficiante. -Éste, enmarcado cambia muchísimo. Más allá, en la calle del Trench, hacia la plaza Redonda, había otras mesas muy concurridas, con monederos, gafas, relojes, cinturones y regaliceros con barba de días. Y en la de los Derechos, los vendedores indígenas, asiáticos y africanos hacían posible el mercado negro de cachorros de chihuahua, loros de Senegal, periquitos ingleses y polos de Burberrys, hasta configurar un ecosistema humano, animal y textil muy denso y variado. La presencia de unos trileros, que con media patata y un garbanzo trataban de dar el sablazo a los transeúntes, constituía la única referencia electoral evidente. En las terrazas de la plaza de la Reina algunos rezagados todavía buscaban el sentido del voto en el lomo del boquerón en vinagre, pero enseguida se recuperaba la normalidad. Por la calle del Miguelete, entre un pasillo falso de Lacoste, Adidas, Reebok y Nike, se llegaba a los bailes regionales que la Junta Central Fallera había convocado en la plaza de la Virgen, como si fuese la víspera de San José. Frente a la Basílica había una alfombra de arroz de boda y restos de traca, y en el interior el cura hablaba de las estrellas de Europa y del apocalipsis, mientras la Real Cofradía se empleaba a fondo con el merchanding de escapularios y estampitas. Y allí enfrente estaba el Palau de la Generalitat abandonado, y la mayoría absoluta en la playa o comprando pajaritos. Y en las mismas puertas de las Cortes vendían globos.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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