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Minucias

Josep Ramoneda

Como una nube de plomo, la guerra pesa sobre nuestras cabezas. Llevamos un mes y sigue haciéndose difícil pensar en otras cosas. Uno no puede dejar de decir bienaventurados los países como el nuestro que pueden entretenerse en un quítame allá esas corrupciones. Da cierta vergüenza preocuparse de las trifulcas de Piqué y Borrell. Y, sin embargo, la vida parlamentaria gira en torno a estas cosas. Los políticos, empecinados en sus pugnas por el poder, parecen los menos interesados en los Balcanes. La OTAN ha definido un nuevo horizonte estratégico y Aznar no tiene prisa en informar de ello al Parlamento: que se enteren por la prensa. La guerra sigue, porque en guerra estamos, por más que Aznar silbe y mire a otro lado cuando alguien se lo recuerda. Parece el presidente empeñado en ahorrar a los españoles el trance de preocuparse por la guerra. Y, por mucho que se desvele, la preocupación existe. No pasará Aznar a la historia por la sensibilidad demostrada en este conflicto. Sus aduladores nos dirán que ni el carisma ni la sensibilidad es ni será nunca lo suyo, que lo suyo es la alta diplomacia. Pero no se puede tratar a la opinión interior como si la guerra no existiera para no pillarse en su impopularidad y oficiar en el exterior de fiel servidor de Clinton con el ojo puesto en Solana. En política se aprovecha todo. Pero especular con una guerra es ignominioso. La guerra sigue y, mientras, la vida parlamentaria española continúa languideciendo. Que no se ocupen de la guerra es lamentable. Pero no sólo eso. El Gobierno decide ahora que no habrá debate del estado de la nación hasta después de las elecciones. Y lo dice apuntándose una medalla: queremos "evitar que sea un mitin", lo cual en campaña electoral es imposible. De modo que uno de los debates más importantes y simbólicos del año es incompatible con el acontecimiento supremo de la democracia: el momento electoral. Desgraciadamente, el Gobierno tiene razón. Pero el debate podía haber sido una oportunidad para empezar a romper esta lógica. Si debate y elecciones no son compatibles porque las campañas están contraindicadas con la cívica confrontación de ideas y propuestas, los ciudadanos (y los medios de comunicación) tendríamos que hacer suspensión de política durante los periodos preelectorales. Si los mismos políticos reconocen que en estas fechas no hay lugar para la cordura, hasta el punto de que consideran imprudente convocar un debate, ¿por qué les escuchamos?

De la privilegiada situación de este país en comparación con los que se debaten entre las limpiezas étnicas y los nuevos totalitarismos identitarios podríamos sacar por lo menos una conclusión: la conveniencia de mimar a las instituciones democráticas a través de las cuales es posible una convivencia razonable. Todo lo contrario: se desprecia al Parlamento y a la opinión, se maniobra para ajustar el debate del estado de la nación al interés del que gobierna, se consagra el principio de que las campañas electorales son sólo ruido. ¿Qué contaría Aznar si llegara el momento en que soldados españoles tuvieran que ir a Kosovo por algo más que razones humanitarias? En política no se puede estar despistando siempre. Algún día hay que coger el toro por los cuernos.

La capacidad de hacerse oír en el mundo ni la regalan ni se improvisa y España empezó a tomar carrerilla hace menos de 20 años. Cuenta la riqueza, la demografía, el territorio y la capacidad de iniciativa. En todo ello España no pasa del segundo nivel. Razón de más para actuar pensando en reforzar las instituciones democráticas propias. Sólo así los prejuicios nacionales empezarían a cambiar.

La ciudadanía tiene algo que decir. Porque si los ninguneos del Parlamento, si las campañas electorales excesivas y si las utilizaciones partidarias de la guerra se castigaran electoralmente, pronto cambiarían los hábitos políticos. El problema es a quién votar si cuando gobiernan todos hacen lo mismo: ven en el Parlamento un engorro, hacen de los medios de comunicación públicos un instrumento de partido y capitalizan todo lo que se les pone por delante. Lo hemos visto estos días. Lo hemos visto tantas veces. Bienaventurados los países en que todavía se pueden discutir estas minucias.

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