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Chueca I

"Nuestro paraíso está en peligro", afirma un comerciante de la plaza de Chueca para referirse al aumento de delincuencia que sufre el barrio en los últimos meses. Al parecer, desde primeros de año se suceden los atracos a las tiendas y locales de la zona, los asaltos a coches aparcados, los tirones y palizas a cualquier hora. Lo que se conoce como el San Francisco madrileño desde que hace unos años la población gay, más o menos gay, simpatizante o simplemente normal tomara la decisión de regenerar un barrio que los había acogido siempre más o menos en secreto, se ha ido convirtiendo en un centro armonioso, optimista, divertido y cuajado de iniciativas. Se habían acabado las desagradables escenas de los yonquis arrumbados en la plaza, tirados en la escalera del metro y al acecho; se había terminado la suciedad acumulada que nadie recogía, los cierres de las tiendas agotadas por el miedo y por la ruina. Chueca, que había sido un barrio gris de día y que sólo de noche abría las oscuras puertas de ciertos locales, pasó a ser un territorio alegre y próspero, una zona multicolor como la bandera libre de sus gustos sexuales.

De semana en semana, como en una imparable sucesión de entusiasmos, se han rehabilitado edificios, se han inaugurado restaurantes y bares, se han abierto tiendas, gimnasios, librerías. Los viejos habitantes del barrio de Chueca, contagiados por la tranquilidad del futuro, por la alegría del cambio, comenzaron a hacer declaraciones a los medios que suponían tanto o más para la necesaria evolución de una mentalidad rancia y obsoleta que una lucha teórica, demasiado lenta y a veces sin cuartel. La gente del barrio de toda la vida comprobó y defendió, con la cabeza muy alta y la sonrisa recuperada, que ser homosexual o llevar atuendos poco convencionales no significaba nada en sí mismo, sino, en todo caso, un nuevo orden que beneficia a todos: el orden de la libertad. En lugar de recibir cada mañana en sus comercios la visita indeseable de las navajas que esquilmaban sus cajas registradoras, eran saludados por (más o menos) guapos y simpáticos chicos y chicas que pagaban sus productos, mostraban cierta ilusión por tener sus casas bonitas, parecían contentos, decían buenos días al entrar y se despedían al salir. Los mayores de la zona, en lugar de esquivar los mugrientos bancos de la plaza, se sentaban a pasar el rato con los niños y los perritos, codeándose al sol con esos chicos y chicas de apariencia saludable. Otra vida.

Pues bien, parece ser que la policía ha desplazado la delincuencia de la Gran Vía y que los delincuentes arriban a Chueca, por lo que la policía lanza un plan de seguridad especial en Chueca por el aumento de la delincuencia. (Sí, la oración anterior puede volver a leerse). Es decir, que lo que parece un trabalenguas es una absurda realidad: el viejo juego de policías y ladrones. O sea, la policía "desplaza" la delincuencia... O sea, que las medidas de seguridad ciudadana consisten en ir corriendo de barrio en barrio (en este caso, de calle en calle, pues Chueca está a tres calles de la Gran Vía) como el que juega al escondite. Y unos y otros se conocen. Es posible que hasta se den cortésmente los buenos días y se despidan como colegas una vez enseñada la documentación.

Pues es un jueguecito que a quienes no somos ni policías ni ladrones no nos gusta nada, porque si nos pilla en medio nos puede dejar sin cartera, con un ojo morado, con el coche roto y con un miedo que no nos interesa recuperar. Para colmo, en la redada permanente que no queremos, pagan, como en la Biblia, justos por pecadores, y ahora, en este barrio sin prejuicios, sucede que puedes suicidarte fulminado, en plena vía pública y en nombre de la ley, por la ingestión a morro de cuantos litros de güisqui valga tu vida, pero ni hablar de otros productos, que quedas fuera de su ley. No me estoy "desplazando" del tema: a buen entendedor... Yo pensaba, ilusa, que el señor JMA del M habría leído, aunque sólo, la espléndida Biblia. Pero después de sus últimas descerebradas declaraciones ("Nos preocupa más el 5-1 al Madrid que un ataque de Yeltsin"), compruebo que eso sería imposible. Así que, cómo hacerle entender lo que puede ser el paraíso, cómo hacerle entender...

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