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SEMANA SANTA 99ESCAPADAS DE CONIL A BARBATE

En las tierras del atún

Un litoral casi intacto y marcado por la historia frente al Atlántico despierta los sentidos

EL camino engaña: huele más a campo que a mar. Es, solamente, una verdad a medias. La presencia del Océano Atlántico es turbadora desde cualquier rincón de Conil, adonde llegaron para quedarse todos los pueblos de la antigüedad y a cuyas aguas retornan por primavera y en septiembre los atunes rojos que se dirigen al Mediterráneo para desovar. Las cuatro almadrabas caladas en estas aguas deberían constituir una provincia marina longitudinal a la costa: Conil, Barbate, Zahara de los Atunes y Tarifa. Con un gobierno por y para los pescadores y la moneda de cuño romano en la que el atún establecía el valor de las cosas. Y una enseña como la bandera conileña: un atún de plata junto al Castillo de Guzmán El Bueno, que tuvo señorío en la villa. Al llegar huele a frutas y hortalizas -Conil lidera buena parte del mercado hortofrutícola provincial- pero se ve el mar verde al fondo, esperando abajo. Salvada la carretera de acceso desde la N-340, se inicia el descenso. Todos los caminos conducen al mar. Conil es un pueblo de cuestas recias y arenas blancas. Las casas son como la arena, sus gentes como las cuestas. El mejor camino es dejarse llevar por la pendiente hasta la Puerta de la Villa y superar el arco que da acceso a la fuente de los leones. A la derecha, las terrazas, los bares, las cervecerías. A la izquierda, un dédalo sinuoso de calles, un barrio igual que otros: sencillo y blanco. Los helechos inundan los patios y las mujeres, las casapuertas. Se diría que se vive en la calle. Que nadie espere grandes monumentos ni magníficas fachadas: el espectáculo se encuentra en lo cotidiano, en el día a día del pueblo, siempre a medio camino entre el mar y el campo; son las mismas las manos que moldean las arcillas blancas y negras que las que cosen redes en la bajamar. Las excepciones monumentales son la remodelada Torre de Guzmán, la y el convento de la Victoria, donde se conserva un crucificado del siglo XVII atribuido a la escuela de Martínez Montañés. Juanito el campanero abre la iglesia cada día a las diez de la mañana. No hay mejor guía. Junto a la Torre de Guzmán, la asociación Raíces Conileñas mantiene abierto el museo etnográfico, una invitación a conocer las costumbres ancestrales de la tierra. Allí, los aperos de labranza lucen oxidados y sus maderas están curvadas por el uso y el tiempo. Las artes de pesca y los anzuelos invitan a conocer la técnica de la que ha vivido el conileño durante siglos. La visita concluye sumergiendo al visitante en la reproducción de una vivienda tradicional conileña: infernillos de carbón en vez de vitrocerámicas, palanganas de barro que anteceden a los sanitarios de diseño y los paños de croché que adecentan la mesa rústica constituidos en piezas, literalmente, de museo. Un vasto arenal recibe al visitante que se acerca a la playa de Los Bateles, la continuación natural de la de La Fontanilla, El Roqueo, Fuente del Gallo y el sinfín de calas escarpadas hasta Roche y El Puerco, siempre al noroeste. Aquel es el territorio del faro. Desde sus faldas se paladea una vista espectacular de los acantilados conileños. Si elige la tranquilidad, las calas son su destino. En dirección contraria, de regreso a Conil, la ruta la marcan tres torres-vigías: Roche, La Atalaya y Castilnovo. Allí arranca la playa de El Palmar y Vejer de la Frontera, un territorio dominado por playas blancas de aguas transparentes y poco frecuentadas. Saliendo a la carretera, el recorrido es irrepetible. Sin desperdicio. Por la carretera de Verá Conil en el retrovisor parece que emerge del mar. Siga el asfalto hasta el camino de tierra que colinda con el Camping Los Caños, que le conduce, revuelta tras revuelta, de nuevo hacia el mar. Merece la pena detenerse unos minutos o una vida en el Sajorami, un establecimiento que ofrece una privilegiada terraza abrigada por el Faro de Trafalgar, en la playa de Zahora. Es sitio de pecios. Aguas navegadas por galeones. Lugar de batallas históricas. Casi al frente, los bajos de La Aceitera: paraíso para submarinistas y pesadilla para navegantes, que se ven obligados a sacar sus barcos muy lejos de la costa o a bordear el escarpado fondo marino por dentro, junto a la costa. La dirección del local debería subir el precio de las copas coincidiendo con la puesta de sol. Caminando por la playa hacia Tarifa, se terminaría en las ruinas de Baelo Claudia, en Bolonia. Allí, junto a la ensenada, reposan los restos de una de las más potentes factorías de salazones del mundo romano. El retorno a la carretera conduce a Los Caños de Meca, mítico lugar de veraneo y disparate nocturno. Hacia Barbate verá copas verdes; los pinos del Parque Natural del Acantilado de Barbate, una generosa masa arbórea de colores afilados por el sol, que invitan a suspenderse en las nubes de pinos piñoneros. Ya ha llegado. Ahora depende de que elija bien entre las opciones: atún fresco o en salazón.

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De Roma a la mesa

Los romanos potenciaron y casi inventaron las salazones, un método de conservación del pescado fresco tan efectivo como sabroso. Exceptuando alguna receta de garum (una pasta de atún crudo), que se enviaban a Roma, en los establecimientos del litoral de la comarca de La Janda podrá encontrar un amplio surtido de platos relacionados con el atún, pescados frescos y mariscos. El recetario se completa con aportaciones transmitidas por los mayores. En Conil tiene un buen surtido de salazones y ahumados en el bar de Juan María, en la Puerta Cádiz. Para sentarse en un mirador privilegiado, El Roqueo. Un restaurante dedicado a la cocina marinera y que ofrece atún en manteca. En Francisco o La Fontanilla, en la playa del mismo nombre, dispone de una selección amplia de lenguados, salmonetes, doradas y urtas. Para sacarle provecho a todas las oportunidades del atún, visite Casa Torres y El campero, en Barbate. En ambos locales encuentra el catálogo completo de salazones y platos de atún: al-andalus, con piñones, a la plancha. En temporada, lo mejor es el morrillo fresco, la ventresca y también el corazón de atún. Durante todo el año: huevas en aceite, atún cocido con morrones, sarda, atún de ijar, melva y anchoas. Se pueden adquirir conservas para llevar de La Barbateña, El rey de oros y Salpesca.

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