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La actualidad y los medios

Josep Ramoneda

Dos días antes de que La Caixa anunciara por sorpresa la reestructuración de su cúpula directiva, comentábamos con Antoni Brufau, casualidades de la vida, el papel de los medios de comunicación en la sociedad contemporánea. El tratamiento mediático de dos acontecimientos encadenados en el tiempo: la crisis en la cúpula del COI por acusaciones de corrupción de algunos de sus miembros y la retirada de Samaranch de la presidencia de La Caixa ofrecen un buen ejemplo para ilustrar las ideas que expuse entonces. Samaranch y los directivos de La Caixa insisten en negar una relación de causa-efecto entre el embrollo de Lausana y el cambio de presidencia de la entidad financiera, y afirman que era una decisión tomada hace mucho tiempo. Hay algunas discrepancias a la hora de aportar pruebas objetivas. Samaranch dice que se lo había comunicado a Pujol hace un año, Pujol, Rato y Rojo hablan de una semana o quince días. Sea como fuere, la palabra de Samaranch no consigue convencer a los medios de comunicación. El inusual secretismo con que la operación se ha llevado a cabo juega a favor de la sospecha. El calendario presenta los acontecimientos con una cadencia de la cual es difícil abstraerse. En la sociedad de la información las cosas no son lo que son, sino lo que parecen -o, si se prefiere, cómo aparecen- y lo que la gente está dispuesta a creer. Se configura aquí un triángulo particular que es el eje de la sociedad mediática: el acontecimiento (lo que es), la versión del acontecimiento que después de pasar por el cedazo de los medios se impone como verosímil (la apariencia) y la respuesta de la ciudadanía, que condiciona la propia versión del acontecimiento. Naturalmente, las relaciones entre estos tres factores no son simples: los protagonistas del acontecimiento intentan incidir en la versión mediática y a su vez condicionar la percepción del público, la reacción de la ciudadanía es también una forma de resistencia a la manipulación política o mediática y así sucesivamente. De modo que la versión que finalmente se imponga sobre si Samaranch ha dejado o no la presidencia de La Caixa por los sucesos del COI dependerá en buena parte de lo que la gente tenga ganas de oír, aunque naturalmente los oídos de la gente ni son puros ni dejan de estar mediáticamente contaminados. Hay muchos ejemplos que confirman que en la sociedad mediática el valor de una noticia está muy condicionado a que la gente quiera que lo sea. Los socialistas se quejan de que sus denuncias de las corrupciones del PP no tienen el eco que tenían las denuncias que el PP hizo contra ellos cuando estaban en el Gobierno. Entre las razones que explican esta supuesta diferencia de trato ocupa un lugar importante la disposición de la ciudadanía. Los ciudadanos no tienen ganas todavía de ver al PP metido en líos de corrupción, del mismo modo que era muy difícil que cuajaran en la opinión acusaciones contra el PSOE en sus dos primeras legislaturas. La gente elige al poder para conservarlo. Y el gobernante cuando llega lo hace con plena autoridad. Cuando la corrupción encuentra eco en la opinión pública es que ésta considera que el que gobierna ya está desgastado y que se acerca la hora del relevo. Es la pequeña venganza de los ciudadanos. De ahí la banalidad de las teorías de la conspiración. Hace tiempo que los anglosajones conspiran contra Samaranch. Pero para que la conspiración hiciera mella ha sido necesario que Samaranch se desgastara, que perdiera la autoridad, que las lealtades interesadas se desvanecieran y que fuera creíble el argumento (un argumento en el que coinciden Le Monde, The New York Times y Financial Times, que no es precisamente una coalición homogénea de intereses) de que Samaranch ya no sirve para adecuar las estructuras del olimpismo a los tiempos nuevos que él supo gestar. En este triángulo formado por los acontecimientos y sus protagonistas, los medios y la opinión ciudadana, el único problema es que la verdad brilla por su ausencia. Precisamente porque es conocida la querencia de los poderosos por las medias mentiras y las ambiguas falsedades, es difícil saber cuándo dicen la verdad. Precisamente por el delicado papel de agentes dobles que los medios de comunicación desempeñan entre los intereses del poder y del dinero y la ciudadanía, a menudo viven más pendientes de la consigna o de lo que intuyen que la gente quiere oír que de la verdad. Y así podemos concluir que el principal problema de los medios de comunicación no es su capacidad de manipulación o incidencia, sino que en un mundo en que sólo parece existir lo que sale en los medios, la relación entre realidad real y realidad mediática construye unas sociedades perfectamente escindidas entre lo que viven los ciudadanos en su cotidianidad y la escena de las complicidades entre medios, política y dinero. Y no se preocupen los poderosos: aunque a veces la prensa no les crea, aunque a veces los hechos no se cuenten como ellos querrían, mientras haya propagandistas de la razón patriótica dispuestos a recordar que, si el éxito tiene nombre catalán, el buen ciudadano ni pregunta ni indaga, sólo aplaude, no tienen nada que temer de los medios de comunicación.

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