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Protección

DÍAS EXTRAÑOSNuestro Gobierno autónomo en pleno admira profundamente a la artista conceptual norteamericana Jenny Holzer (Gallipolis, Ohio, 1950) y no puede estar más de acuerdo con aquella frase de rutilante neón que esa gran mujer colocó, a mediados de los ochenta, en lugares como Times Square, en Nueva York, o el casino Caesar"s Palace, en Las Vegas: "Protect me from what I want" ("protégeme de lo que deseo"). Permanentemente obsesionado por salvar a los catalanes de sí mismos, el pujolismo ha decidido ahora prohibir la entrada de los menores de 14 años en las plazas de toros y los rings de boxeo. Algunos ya se han cabreado ante lo que consideran una ingerencia más de los políticos en una esfera privada. Otros, como un lector que envió una carta a este diario hace unos días, encarece, no sé si irónicamente, a nuestros gobernantes para que amplíen la lista de lugares vetados a la infancia. El señor Llorenç Soler de los Mártires alertaba el otro día en la sección de cartas al director sobre los peligros de espectáculos como el circo, con sus animales explotados, o las exhibiciones castelleres, con su anxanetes que se caen al suelo desde una distancia considerable. Curiosamente, el que yo considero el espectáculo más nocivo para la infancia se quedaba fuera de la lista de este amable lector: el fútbol. Puestos a salvarnos de nosotros mismos, el pujolismo debería considerar la posibilidad de prohibir la entrada en los campos de fútbol a los menores de 14 años. Es del dominio público que nada bueno puede aprender un niño o un preadolescente en un lugar en el que, por lo general, flota el odio en el ambiente. Pero claro, una cosa es tomarla con aficiones teóricamente residuales, cuando no extranjerizantes, y otra es dar la cara frente a la pasión (¡insana!) de todo un pueblo. La manía antitaurina es ya una obsesión del nacionalismo catalán, empeñado desde hace años en demostrar lo indemostrable, que en Cataluña no hay la menor afición al toreo y que aquí esa brutalidad sólo les gusta a cuatro botiflers que se lo pasaban de miedo en la Monumental mientras Pujol se consumía en el trullo por patriota. Lo del boxeo es relativamente nuevo, pero no se descarta una expedición a Inglaterra de destacados convergentes (más Pilar Rahola, que con tal de figurar se apunta a lo que sea) para escupir sobre la tumba del marqués de Queensberry. Y el fútbol, eso sí, ni tocarlo: los deportes en los que la violencia no está en el espectáculo sino entre sus espectadores, son, al parecer, sagrados. Confieso que jamás he visto un combate de boxeo en directo, pero he ido alguna vez a los toros y nunca he captado un ambiente tan desagradable como el que se aprecia a menudo en los campos de fútbol. Nunca he visto a los seguidores de Curro Romero intercambiar navajazos con los de Jesulín de Ubrique. Nunca he visto a nadie quemando ninguna bandera. Nunca he oído a nadie pronunciar insultos, groserías o palabras soeces. No sé de nadie que se haya muerto aplastado por una masa ingente de descerebrados que han conseguido cargarse una grada. Jamás he visto a borrachos vociferantes dispuestos a armar jarana a la salida, sino a probos ciudadanos que fumaban puros y que, a lo sumo, echaban un traguito de su petaca de whisky... El fútbol, reconózcamelo señor Pujol, no es precisamente una escuela de caballeros. Es obligado, pues, alertar desde aquí a las madres catalanas. Del mismo modo, señoras mías, que, hace unos años, enviaban ustedes a la mili a un chaval sanote y les devolvían a un borracho con tatuajes, piensen que el fútbol puede hacer de su hijo un tipejo que grita, que odia a los que considera sus enemigos y que puede quemar la bandera de una nación supuestamente extranjera mientras los mossos d"esquadra miran hacia otro lado en vez de ganarse su sueldo. Pujol ha encontrado en el fútbol una fábrica de patriotas. Y es que los toros y el boxeo fomentan excesivamente el individualismo, ese mal de cualquier nación.

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