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Consuelo multitudinario al héroe trágico

Diego Torres

Carlos Sainz se contuvo.Hizo gala de su habitual flema durante unos minutos al sumergirse en la multitud que lo ovacionó ayer al llegar a Barajas. Unos trescientos aficionados encendidos portaban banderas españolas, cantaban, se arremolinaban para ver al piloto, para tocarlo, lo seguían como acólitos. Una pancarta rezaba: "Luis y Carlos, orgullo de España". Él, rodeado de guardias civiles y un pelotón de antidisturbios, se contenía, saludaba, blandía una bandera, saludaba. La derrota, al parecer, lo había engrandecido más que cualquier campeonato. Sainz aterrizó en España convertido en héroe trágico.Ya sentado ante la prensa, frente a su familia, relató: "Ver la meta a trescientos metros y sentir ese ruido en el motor... lo que me pasó ayer no se lo deseo ni a mi peor enemigo", comenzó. Consciente de que la fatalidad lo ha perseguido a lo largo de su carrera, el bicampeón, hombre muy católico, se refirió a una probable intervención divina: "Quizá alguien ponga pruebas, y ésta es una prueba fuerte. Pero yo soy cabezón y mi cabeza ya piensa en el año que viene". Sainz eludió hablar de la causa de la avería. "Se harán exámenes", dijo.

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El piloto contó que anteanoche pensó que el Rally de Gran Bretaña está maldito y que el año que viene tendría que ganar el campeonato "antes de llegar allí". Después, denunció la injusticia de la organización al no penalizar a Makinen en Australia: "Ahora seríamos campeones". Y admitió con dolor el titular de este periódico. "No me gustó, pero lo tengo merecido: soy el campeón mundial de la mala suerte". No pudo contenerse más, y rompió a llorar.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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