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Tribuna:EL FUTURO DE LA UNIVERSIDAD
Tribuna
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Caminos para huir de la rutina

En un delicioso libro escrito hace pocos años por Rex Warner se atribuía al filósofo Anaxágoras un relato en primera persona de los principales momentos de la vida de Pericles. Uno de ellos correspondía a su actuación en los funerales que siguieron a la batalla de Samos. En aquel momento delicado de los mejores años de la historia ateniense, Pericles, que se caracterizaba por dar razones verdaderas para mirar con resolución el futuro, condensó en una frase lúcida cuanto empezaba a ocurrir a su pueblo. "Nos parece que la primavera ha desaparecido de nuestro año", dijo. En este primer trimestre del curso académico, ¿qué perciben los universitarios, y los ciudadanos en general, sobre la vitalidad del sistema universitario en España? ¿Tenemos una primavera al alcance nuestro o, por el contrario, una pérdida de pulso y atonía? ¿Será un curso para la rutina?Paradójicamente, la parálisis que, de manera reiterada y desde diversos medios, se atribuye a nuestra política universitaria actual ocurre cuando en los países del entorno europeo surgen numerosas iniciativas para resolver problemas concretos y reflexiones de gran calado. Es conocido el informe Dearing, elaborado a partir de un encargo del Gobierno británico en 1996, que formula propuestas tan concretas como elevar del 32 al 45 el porcentaje de diplomados universitarios entre los que terminan la enseñanza secundaria o asignar a una Quality Assurance Agency la responsabilidad de garantizar el nivel de la formación impartida.

Pero no se trata de un ejemplo aislado. En Alemania, entre las reformas previstas en el nuevo marco legislativo definido por el proyecto de ley de agosto de 1997 se abordan cuestiones como la orientación más eficaz de los estudiantes o la evaluación de las capacidades pedagógicas en los concursos para la incorporación de nuevos profesores.

También el Gobierno italiano pretende realizar cambios profundos en la educación universitaria, en aspectos fundamentales como son las ayudas a los estudiantes, con un incremento del 250% en el número de becarios y la adaptación del precio de las matrículas a la cuantía de los ingresos familiares, o la fragmentación de sus universidades más grandes, estableciendo un número de estudiantes por institución no mayor de 40.000.

Es interesante también la lectura del informe Attali que plantea una drástica revisión de la educación superior en Francia. Propone definir las relaciones entre el Estado, las universidades y las grandes escuelas mediante contratos cada cuatro años y establecer un contrato pedagógico entre cada profesor y su universidad que permita atribuir ciertas primas según los resultados. Además de la iniciativa del Estado, considera necesario implicar a los agentes económicos y empresariales en la financiación de becas, bibliotecas, laboratorios, formación permanente, etcétera. Dicen Attali y sus colaboradores que "si una reforma profunda de la enseñanza superior no se acomete rápidamente y de forma duradera, el país perdería toda oportunidad de utilizar adecuadamente el formidable potencial de su juventud y poco a poco se deslizaría por la pendiente de un irreversible declive".

Mientras tanto, en nuestro país no hay iniciativas sólidas en cuestión de política universitaria. Las propuestas que, en los últimos meses, algunos venimos haciendo en los foros académicos o a través de los medios de comunicación no reciben ninguna acogida. ¿Qué hacer? Sabemos que no basta con seguir por inercia por el camino actual, que es necesario iniciar una nueva etapa en la reforma de la universidad en España, pues hay un claro agotamiento del modelo. ¿Cómo contribuir a generar ese nuevo impulso, homologable con los avances universitarios de nuestros vecinos?

Ante este panorama, una esperanza es el informe que la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) ha encargado a Josep Maria Bricall -sin duda, un acierto pleno su elección- sobre el estado y futuro de nuestras universidades. La CRUE tomó la iniciativa, consolidando su buena labor de estos últimos tiempos, en los que ha sabido salvar inteligentemente la trampa que se intuía, de confrontación con el poder político por asuntos económicos en exclusiva y que hubiera podido transmitir a la sociedad una falsa imagen de rectores pedigüeños sindicados.

La ausencia de grandes retos en común tiene un peligro añadido: la descohesión del sistema, atrapada cada institución en la gestión día a día, encerrada en su horizonte más cercano. El carácter reciente, en la mayoría de los casos, de las transferencias de competencias a las comunidades autónomas puede rellenar, por sustitución, esa ausencia de política universal global.

La experiencia de los dos últimos años muestra que no puede esperarse demasiado de la sensibilidad del Gobierno del Partido Popular con los asuntos universitarios. O no saben o no quieren. Este dilema, que ha ocupado una parte considerable del debate en el mundo académico, es estéril, y cualquiera que sea conduce al mismo lugar. Además, los actuales gobernantes estarán muy ocupados en los próximos tiempos con una ardua tarea, pues han anunciado su voluntad de encontrar y recorrer el camino que les conduzca hacia el centro; camino que será largo, larguísimo. Pienso que antes acabará Sísifo su tarea.

Pero los universitarios, los profesores y los gestores tenemos una responsabilidad ante los jóvenes. Un compromiso que no puede esperar indefinidamente: las ilusiones propias de esos años de estudiante no se merecen la indiferencia, y temas como el fracaso escolar y la orientación académica precisan respuestas diferentes a las actuales. En macropolítica, los tiempos no son los mejores. pero existe otro ámbito, el de la política concreta o de detalle, donde los universitarios podemos actuar día a día, no caer en la rutina y hacer fértil este curso. Esto significa no renunciar a aquello que esté a nuestro alcance aunque los asuntos de la política universitaria sigan empantados. Cabría, pero no deben tomarse como coartada inhibitoria. Es ésta, en definitiva, una posición posibilista.

Como innovaciones que influirían en la calidad docente se pueden abordar la mejora del rendimiento académico con objeto de reducir los altos índices de fracaso en bastantes enseñanzas; la definición de objetivos en titulaciones y disciplinas (sorprendentemente son minoría aquellas que los han establecido); unos nuevos planteamientos para las asignaturas de libre configuración; el desarrollo de procedimientos para el seguimiento de los nuevos planes de estudio; la mejora en la gestión del tiempo docente y la racionalización de los horarios abandonando la obsesión por ocupar todo el tiempo; la incorporación de una oferta complementaria de enseñanzas transversales y humanísticas, etcétera.

También el uso de las nuevas tecnologías de la información como vehículo de formación, como apoyo en la orientación y asesoramiento de los estudiantes, en el acceso a la biografía y en la participación en la vida universitaria por medio de foros, debates y espacios de encuentro virtuales.

No menos importantes son la elaboración y aplicación de programas de evaluación dirigidos a la obtención de mejoras concretas en la calidad de la actividad universitaria; la revisión crítica de los sistemas de evaluación del aprendizaje; el desarrollo de programas de seguimiento y apoyo profesional a los graduados por cada institución universitaria... Son sólo algunos ejemplos de un mundo por conquistar.

Pongámonos el traje de faena y no esperemos grandes e improbables cambios de escenario para empezar a actuar. Es nuestra obligación y, si no, se habrá perdido un tiempo irrecuperable. No nos quedemos en lamentaciones.

Francisco Michavilla es catedrático de Matemática Aplicada de la Universidad Politécnica de Madrid.

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